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sábado, 23 de noviembre de 2024

Vida pasión y muerte de Violeta Parra, de Roberto Parra



Lo que nos parecería maravilloso, casi inimaginable: ver a Violeta Parra por los pueblos de su infancia (¡Lautaro, Villa Alegre, Chillán!), le fue dado a su hermano Roberto (1921-1995). Así que se decidió a escribir la vida de su hermana, en pasajes que escribía en sus cuadernos y retocaba sin fin. Creía que le saldría tan fácil como su obra La negra Esther (la más vista en la historia del teatro en Chile), pero tomar el lápiz y llegarle dolores de cabeza y náuseas, era lo mismo. “El que se atreva a escribir sobre esta divina mujer, tiene que arrancarle una hoja a La Biblia”, dijo Nicanor Parra. Es tan difícil esta tarea, que el autor prefiere remitir al lector a las hermosas estrofas sáficas de Nicanor, en que le dice a su hermana:

 

Basta que tú los llames por sus nombres

para que los colores y las formas

se levanten y anden como Lázaro

en cuerpo y alma.

 

El idioma salía de los Parra en forma de estrofa, más comúnmente las décimas. A Violeta le brotaban, Roberto las sembró en sus cuadernos. Era una pasión sin freno por el folklore chileno, por bailarlo, cantarlo, tocar las sirillas, las refalosas, las tonadas, los parabienes y las cuecas, cuyo ritmo usó Roberto para contar su vida en las calles. Y Violeta… ella le escribió una cueca a su hermano que parece reproche y comprensión de esa vida (“Por pasármelo tomando”):

 

De balde me aconsé…

(¡caramba!) que deje el vi…

Yo sordo como ta…

(¡caramba!) de los camí…

 

Ahora bien, yo tuve mis propios cuadernos en que apunté todas las canciones de Violeta Parra, para tratar de imaginarla obsesivamente. Pero eso ya lo conté tantas veces. Sólo que no sabía que su hermano quiso dejar ese testimonio sobre las primeras canciones compuestas a los doce años –a lo lejos la cordillea del Ñuble– y sobre los vecinos que llegaban a tocar a la casa familiar para pedirle a la madre, doña Clara Sandoval, que la dejara ir a tocar a las fiestas. Con las monedas que traía de regreso se compraba la comida de la familia. Pero antes, un poco antes, cuando aprendió a tocar la guitarra, pidió permiso para salir a tocar a los mercados, canciones de moda, de 1927, que se cantaban en todo el continente: “Celosa”, “Japonesita”, “Besos y cerezas”, “Ladrillo” y “Cantando”. Los títulos los dejó escritos Roberto, que volvió y volvió sobre esos momentos, con anotaciones en verso, de los cuales desaparecían las vocales y las consonantes, y en que las palabras se agrupaban como querían. Estrofas masticadas que brotaban sin freno como el español de las cordilleras:

 

salia por la mañana

ante que rayara el sol

consu cara de arebol

acantar violeta parra

 

Lo mismo los renglones de las conversaciones: “violeta no tele bantente hoy dia atravajado mucho mijita”. “gue mo mama pero manana tempra nito me voy lajente me quere mucho”. En sus cuadernos guardaba cada palabra caída de la memoria. La niñez de Chillán y la imagen de su hermana lo acompañaron durante sus años de alcohol, cárcel y vagancia. Por eso Violeta lo retrató, en su cueca, desamparado y pobre. Lo hizo como hizo todo en la vida, con comprensión y belleza:

 

Ahora soy pajarí…

(¡caramba!) sin arbolí…

 

Roberto Parra. Vida pasión y muerte de Violeta Parra, ed. Miguel Naranjo Ríos, 2ª ed. Santiago de Chile, Ediciones Tácitas, 2017. (Col. Vox Populi)

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