¿Por qué habré comenzado la vida de la poesía leyendo a Luis Cernuda (1902-1963)? No es que sea buena o mala decisión, pero es determinante. Toda la vida, desde el principio, despidiéndose de la belleza, del placer. Incluso antes de haberlo concebido. Mirar la hermosura, pero no para disfrutarla, sino para sufrirla. Ésa es más o menos la herencia de este poeta al cual algunos obedecimos ciegamente durante largos lapsos de la existencia. Disfrutaba platicando con quienes lo conocieron y hablaban de su extraña manera de ser, del terrible privilegio de tratar a Cernuda (1902-1963). Me hablaban de aquellos que años después de su muerte en que sus amigos iban a su tumba a leer poesía. Los que recordaban sus clases de literatura, sus malos modos y su timidez. Con qué masoquista deleite lastimaba uno el propio espíritu con alguno de sus versos… “Frescos y codiciables son los labios besados, / Labios nunca besados más codiciables y frescos aparecen. / ¿Qué remedio, amigos? ¿Qué remedio? / Bien lo sé: no lo hay”. Por la razón de que es un maestro intocado, me resisto a leer los reproches que de pronto asoman entre los lectores posteriores (si es que aún hay). ¡Cernuda odiaba el Modernismo, no comprendió a Darío, decayó en un prosaísmo detestable! Casi ni quiero saberlo, a este poeta no quiero testerearlo demasiado. Qué mal papel el mío. Hay un poema, por ejemplo, que me ha hecho soñar por años, “Quetzalcóatl”, que muy pocos citan: es un joven soldado del siglo XVI cuyos sueños lo hacen tomar el camino de las Indias, que llega con el ejército español hasta Tenochtitlan y le toca ver el encuentro entre Cortés y Moctezuma: “Yo estaba allá, mas no me preguntéis / De dónde o cómo vino, sabed sólo / Que estuve yo también cuando el milagro”. Fue un poeta que despreció a otros que admiro (Unamuno, los dos Machado, Jiménez), pero que planteó una manera distinta de construir un poema. No lo sé, pero tal vez se deba a que él provenía de un camino de soledad literaria, pues parece apreciar poco a los simbolistas franceses. Parecía que iba llegando del siglo XIX inglés, que muy poco se había frecuentado entonces. De hecho, podría preguntarme: ¿hay un vínculo fuerte de la poesía en lengua española con la inglesa? Naturalmente, es una pregunta retórica: es una relación histórica mucho menor que la que existe con Francia. Que este poeta diga lo que quiera, los autores de esta recopilación de estudios lo dejan pasar respetuosamente, sin contestarle mucho. No estoy seguro de que eso le gustaría, pero un gran poeta tiene el derecho de enunciar el mundo a su antojo, aunque eso signifique que sea ciego con otras obras. Es, no obstante, inevitable el placer de ignorar a los contemporáneos. El privilegio de unos cuantos de imaginar a los posibles lectores futuros escandalizados porque los grandes poetas eran incapaces de reconocer otros talentos.
James Valender (comp.). Luis Cernuda en México, 1ª ed en FCE-España, corregida y aumentada. Madrid, FCE, 2002. (Col. Lengua y Estudios Literarios)
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