Si bien es cierto que la literatura argentina agita una brújula interior, y que las calles de Buenos Aires tienen una carga literaria innegable que nos atrapa, también es cierto que nos hace falta mucho para entender medianamente su tradición. El gran curador de ese mundo es Noé Jitrik, quien realizó un plano en doce volúmenes para contar la historia de los autores y las obras de aquel país. Decididamente, me incliné por el tomo dedicado a Borges y su tiempo, el titulado El oficio se afirma, y lo fui leyendo para darme cuenta de que la palabra “Borges” y lo que ella conjunta (libros, literaturas, publicaciones periódicas, influencias, géneros…) es un planeta que oculta bajo su sombra otros autores difícilmente conocidos fuera de su país de origen. Es decir, cuentistas, poetas, etc., que sólo de nombre, y a veces ni eso, llego a recordar. Pequeñas tradiciones que no han encontrado interlocutores en otras provincias de la lengua española. Por que, es cierto, en el fondo seccionamos artificialmente algo que debería de ser “la literatura del idioma”. Pero, está bien, dejemos por un momento esa seducción que ejerce la revista Sur, sus personajes tan fascinantes que, por un momento, parecen ser ellos la literatura misma antes que sus textos. Ese pequeño e inmenso mundo suyo que consistió en tejer sus propios límites con sus propias palabras: publicarse, traducir al español sus influencias para ejemplo de todos, transplantar géneros al clima del Sur y fortalecerlos a velocidad extrema. Selecta comunidad, apacible comunidad. Es posible comer juntos, conocerse, pasear, mirar el mundo, sin salir de esa autorreferencialidad que les permitía su pleno dominio de la maquinaria intelectual. Qué delicia sería visitarlos, aunque no supieran de nuestra existencia (como en realidad ocurre, no saben de nuestra existencia). Paseamos a su alrededor como en La invención de Morel, mecanismo que nos excluye porque es autosuficiente. ¿Qué hay fuera? Pues, por ejemplo, está el Surrealismo, la literatura social, la novela realista, etc. Por desgracia, para darle sustancia a esas palabras que los estudiosos argentinos vierten sobre sus autores es indispensable tener acceso a sus obras, pero no siempre es posible. Deambulando por el índice, encuentro numerosos autores célebres y desconocidos –desconocidos para mí, al menos. Es cosa de curiosear por sus biografías y descubrir que algunos de ellos (como Eduardo Mallea y Beatriz Guido) fueron reconocidos antes y olvidados hoy: Beatriz Guido, por ejemplo, llegó a vender hasta 200 mil ejemplares de sus novelas. Veo entre sus páginas a Hugo Gola, quien vivió en México, en donde editó numerosos libros, fue reconocido profesor de literatura y dirigió la revista Poesía y Poética. Sabía de él, pero no lo suficiente. Si busco conexiones con la literatura mexicana, curiosamente aparece la persona de Elena Garro, mencionada en varios pasajes de este libro y admirada por esa comunidad de exquisitos de la que hablé al principio. Yo, si pudiera, llenaría de puntos con referencias a esos huecos que aparecen entre ambas literaturas. Sé que hay numerosos autores realizando esa labor, como Liliana Weinberg, que escribe sobre Ezequiel Martínez Estrada. Encantado de conocerlo, pero parece que hace mucho que no llegan sus libros por acá. De hecho, éste de Noé Jitrik tampoco, lo cual es un pretexto para estar pendiente de los libros que llegan del sur.
Noé Jitrik (director). Historia crítica de la literatura argentina, 9. El oficio se afirma, directora del volumen, Sylvia Saítta. Buenos Aires, Emecé, 2014.
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