A ver qué puedo decir de Saul Bellow (1915-2005). Era para mí un desconocido, así que lo más que podía hacer antes de leer este libro era reconocerlo en una fotografía, con su media sonrisa y –a veces– con alguno de sus habituales sombreros. Y eso está muy mal pues está considerado uno de los novelistas más importantes en lengua inglesa, tal vez al lado de Hemingway. Pero a mí, algo en su narrativa me lo identificaba con J.M. Coetzee, porque esta novela trata de un periodo de vida de un académico que además se dedica al periodismo, el decano de una universidad de Chicago que es víctima de sus propias opiniones. Y, de hecho, pienso que Coetzee es un autor que tiene entre sus influencias novelas como ésta, en que van aconteciendo hechos en medio de aburrida cotidianidad. El caso es que esta novela me situó de pronto en medio de Bucarest, una ciudad desconocida: una calle para allá y otra para allá, sin término aparente. Ciudad desvencijada de los años 70 a la que ha llegado el protagonista, Alan Corde, para acompañar a su suegra, la madre de su esposa, Minna, quien se encuentra hospitalizada y viviendo sus últimos días. A veces pienso que al narrar, uno tiene una voz sin edad, que por descontado se produce una voz neutra. No en este caso, la voz es ciertamente la de un viejo, se nota el cansancio y la falta de sorpresa por las cosas, el regreso de aquello que se ha ido y vuelto por varias ocasiones. Valeria (la suegra), efectivamente muere, y los viejos amigos rumanos, una tropa de vejez, sale de sus viejas casas para asistir al velorio (Valeria hubiera querido que sus exequias fueran honradas por el gobierno rumano, cosa que no sucede). Las cosas pasan también en otra parte, pues Corde, antes de partir rumbo a Rumania, se encontraba siguiendo en sus artículos el caso de dos negros implicados en el asesinato de un joven universitario blanco. La sociología latente de sus textos no le favorece: la corrupción de la ciudad, el mundo en que crecen los negros, etc., todo eso no satisface a sus lectores. Todo es más complejo, pero lo realmente complejo es la relación de un periodista que es al mismo tiempo decano de una universidad. ¿Puede en realidad decir lo que quiera?, ¿puede ser libre en sus opiniones? Al entrar a un mundo académico, ¿tiene que responder por él? El viejo tema de la libertad de expresión y de imprenta, pero ante el cual uno también debe de tener una postura. Bien se podría decir: la libertad se construye, se conquista. Puede ser; en realidad, la libertad como un ente abstracto no existe por más que haya liberales que la defiendan y que, en realidad justifican el determinismo económico (al cual llaman libertad). Detrás de Corde se encuentra la Universidad, la cual es un bien mayor. En algún momento la novela se desvía hacia adentro, es decir: entra a la vida íntima del decano, a su infancia, a la nostalgia por un Chicago perdido que sólo existe en las fotografías antiguas. Como cada vez es más considerado de mal gusto hablar de la novela cuando se reseña una novela, diré que considero que El diciembre del decano tiene como objetivo desmenuzar cierta idea del intelectual, por dentro (las motivaciones personales de sus opiniones) y por fuera (aquello que los lectores esperan).
Saul Bellow. El diciembre del decano / The Dean’s December (1982), tr. Jesús Pardo. Barcelona, DeBolsillo, 2005. (Col. Contemporánea 584/5)
No hay comentarios:
Publicar un comentario