Para hacer un balance de esta novela, quise poner de un lado los aciertos y en el otro, las deficiencias. Al final, tuve que mezclarlos, pues finalmente pienso que no es prudente descuartizar la novela y comentarla de ese modo. Aun cuando su tema sea precisamente el de un descuartizador. En algunos lugares significativos de la Ciudad de México comienzan a aparecer corazones humanos, los cuales han sido depositados ahí por un misterioso asesino: un “asesino ritual”. La idea es buena, y también lo es la premisa fundamental: la Ciudad de México ha vomitado a lo largo de su historia dioses antiguos, los cuales en otros tiempos han renovado el fervor religioso. En 1790, en la calle del Empedradillo se descubrieron dos antiguas esculturas, las que hoy conocemos como la Coatlicue y la Piedra del Sol, las cuales fueron descritas por el científico Antonio de León y Gama en un libro de 1792. Ambas fueron colocadas en el Arzobispado de la calle de Moneda, hasta que se descubrió que, de forma secreta, se le comenzó a rendir culto: entonces, volvieron a enterrarse los dos objetos. El culto que se pensaba muerto desde hacía siglos, se manifestaba de manera anónima. El padre Benito María de Moxó, en un libro que publicó en Génova, en 1839, Cartas mexicanas, recuerda que a su paso por México, se enteró de que la policía novohispana detuvo por entonces a devotos que seguían practicando esa religión aun a principios del siglo XIX. Por esa razón, es atractiva la escena con que inicia esta novela: el momento en que las autoridades novohispanas volvieron a desenterrar ambas esculturas para que las pudiera contemplar el barón de Humboldt a su paso por la capital. El 2 de octubre de 2006 se descubrió otro monolito, el de la diosa Tlaltecuhtli, la insaciable deidad a la que se le dedicaron sacrificios humanos en otros tiempos. ¿Y si despertara un fervor parecido al que apareció a finales del siglo XVIII? Desafortunadamente, hay algunos hilos previsibles: la identidad del “asesino ritual” es identificable desde la página en que aparece, el conocimiento de “curiosidades” de la Ciudad de México son casi de cultura general, y el tratamiento de la historia es muy fácil de encontrar en dos novelas: Desde el infierno, de Alan Moore, y El código Da Vinci, de Dan Brown. El estilo del autor es efectivo, la novela sabe ser intensa, pero por alguna razón falta “misterio”. ¿Cómo lograr que esta ciudad sea misteriosa? Yo pensaría en mostrar elementos menos conocidos, las piezas arqueológicas que nos miran impasiblemente sin revelarnos nada, la secreta transmisión de conocimientos desde tiempos antiguos. Finalmente, el “asesino ritual” es un personaje que parece venir de fuera de ese mundo, un arqueólogo que descubre la fascinación de la antigüedad. Pienso que la maquinaria del mundo concebida por los mexicas se pierde al ser contada a través de la estructura del best-seller. Como aficionado al tema, espero conocer los demás resultados narrativos de este autor.
Bernardo Esquinca. Toda la sangre. México, Almadía, 2017.
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