Pier Paolo Pasolini (1922-1975) es uno de los intelectuales más extraños con los que me he encontrado. En esta reunión de entrevistas y participaciones públicas (de 1949 a 1975) va a asomando poco a poco su personalidad llena de contradicciones. Poco a poco, pues al principio habla con mayor seguridad, con verdades más absolutas, las cuales van siendo roídas por el paso del tiempo. Un personaje solemne que afirma que el humor es una manifestación de la burguesía. Y, si con los años, asoma el humor en sus palabras, se sonroja y admite que él también ha sido víctima del aburguesamiento. Encierra la realidad en las categorías de la lingüística, pero siempre llenándolas con un contenido de clase. Finalmente, es un intelectual italiano, de la patria de Gramsci y refugio de la Iglesia, país que produce especímenes extraños. Pasolini es una mezcla de marxista, cristiano y lingüista, ¡ah, y un artista exitoso!, un cineasta cuyas obras despertaban la expectación del público. Sus cintas son variadas, yo debería de haber visto más pero no lo he hecho desafortunadamente para mí. Sin embargo, admiten lecturas varias, como Teorema, que toca el tema de la posesión divina de una familia por medio de un joven que seduce a todos sus miembros. Mamma Roma tiene como escenario los nuevos edificios que sirven de casa al proletariado romano: la ciudad que destruye y tapiza el mundo del campo. Es que Pasolini es un autor obsesionado con el mundo antiguo, fascinado con su idea del campo mítico, el mundo rural de su infancia. ¿De modo que su utopía es una restauración de su infancia, del ambiente religioso e íntimo? Un mundo que, por otra parte, no le interesaba a los jóvenes que venían después de él. Y Pasolini, al encontrarse con ellos, se horrorizó. Para él, el movimiento estudiantil del 68 era una repetición de las maneras burguesas, la encarnación de un mundo burgués cuyas visión estrecha del mundo reencarnaba en la juventud. No, Pasolini no era comprendido entonces, y dudo mucho que lo sea hoy. Lamento hablar por mí mismo, pues me parece la parcela de marxismo más alejada de mí, la que creo que menos comprendió su momento. Qué fácil es hablar como lo hago, sin comprender la parte de dolor que le correspondió a un personaje comprometido como él. Hay mucho que decir, pero vale la pena recordar uno de esos momentos difíciles, cuando escribió el poema “¡¡El Partido Comunista Italiano a los jóvenes!!”, que decía: “Cuando ayer en Valle Giulia os pegasteis / con los policías, / ¡yo simpatizaba con los policías! / Porque los policías son hijos de pobres.” Los jóvenes, como se puede ver en este libro, se levantaron de la mesa de discusión y se negaron a hablar con él. Detestaron su determinismo y le citaron a Lenin: la doctrina del socialismo proviene de representantes cultos de las clases dominantes. Y Pasolini idealizó a los obreros, a los jóvenes campesinos que le despertaron un amor que se nota en sus películas. Una curiosa y dolorida estética que me gustaría degustar mejor.
Pier Paolo Pasolini. Todos estamos en peligro, ed. y trad. de Antonio Giménez Merino, Josep Torrell y Juan-Ramón Capella. Madrid, Trotta, 2018.
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