Tengo en mí una Francia imaginaria, hecha de prejuicios literarios y de generalizaciones, como debe de ser. Construida con las lecturas que frecuento. Lo que significa que no se parece a la real, y que si se parece a algo real, hace mucho que dejó de serlo. Se va poblando con los autores que conozco, a los cuales les doy un lugar más o menos establecido. Mientras que algunos son pasiones constantes, como Proust y Maupassant, otros me repelen, como Gide y Mauriac. Quizá no debería ni decirlo, pero la literatura de estos últimos, formada con culpas cristianas, se derrumba rápidamente. Quiero salir de sus páginas, y lo hago, aunque por alguna razón vuelvo y persisto. Paul Bourget (1852-1935) fue conocido por un breve tiempo, pero su celebridad no debió de exceder los años 40. ¿De qué lado debe de estar?, ¿entre los aquejados por el olvido injusto? Para mí estuvo casi a punto de colindar con los elegidos. En el barrio del estilo, sería como el vecino pobre de Proust. Bourget fue por un tiempo considerado el “psicólogo de la aristocracia”, de ahí que su narrativa se explaye en consideraciones abundantes acerca del más mínimo acto de sus personajes. Paradójicamente, eso hace que sean para nosotros unos desconocidos. Psicología poco individualizada y que tiende a generalizar para penetrar en el alma de los lectores. Pero veamos, ¿de qué tratan estas breves novelas que gustaban en el París de 1890? En Lo irreparable, el conde Hurtel, un experimentado libertino intenta seducir a una joven llamada Noemí, que siempre se encuentra acompañada de su madre. La maquinación del conde para poseer a esta joven es invitarla junto con su madre a su castillo, preparando antes la presencia de otros invitados, entre ellos un joven interesado en seducir a la madre y así deshacerse de ella. El conde se dirige al cuarto de Noemí, habla con ella, la envuelve en sus palabras, pero la joven se resiste y logra entrar al cuarto de su madre… el cual está vacío y con la cama sin deshacer. La madre es la que ha cedido antes que la hija, pero esta pequeña ironía desemboca en el suicidio de la joven páginas más adelante, muerte relatada, por otra parte, sin ironía alguna. Por un tiempo fue un conocido crítico literario, y hoy tiene también un modesto sitio entre los precursores científicos pues en esta novela se refiere al inconsciente años antes que Freud: “En nosotros se oculta una criatura a la que no conocemos, y de la que jamás sabemos si no es precisamente lo contrario de la criatura que creemos ser”. Sin embargo, más interés me despierta la vida del traductor, José Ferrel, hijo de un viejo maderista y tío de la escritora Aline Petterson. Murió joven, hace muchos años, y si existen sus papeles de escritor y de traductor, quizá tengan algo que mostrarnos.
Paul Bourget. Lo irreparable / L’irréparable (1884) [seguido de Segundo amor (Estudio de mujer), 1883], trad. de José Ferrel. México, América, 1946.
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