Eric Nepomuceno (1948) no tenía, para mí, rostro ni biografía. Y sus cuentos aportan poco, pues ocurren en lugares sin nombre, sus personajes tienen biografías comunes y un abanico de anécdotas intercambiables, pues lo que cuenta es muy posible que también le haya ocurrido a sus lectores. Si no es por uno de sus cuentos, en el que se hace una referencia a su país, no se sabría que la narración ocurre en Brasil. Si bien las historias no tienen fecha, se deduce que no ocurren en el presente. De hecho, pasan en la memoria. Y el cuento “Las tres estaciones”, en que alguien le da al protagonista el teléfono de una antigua amante, borda las suposiciones en torno a lo que ha ocurrido con la vida de esa mujer a lo largo de los años. Sin embargo, el volumen se organiza de acuerdo a las edades de la vida, pues comienza con la infancia y concluye con la madurez. Los personajes: de ellos puedo decir que no tienen rostro ni se les podría reconocer en la calle. Parecen, incluso, accesorios de una historia. De todo se puede prescindir en este libro pero no de la anécdota. Bueno, un poco, sí. A veces es la reflexión al respecto de un sucedido lo que le interesa a este autor. O el aroma que una historia deja en el espíritu. Es que conforme las historias se van alejando de la persona que las vivió, se van diluyendo las aristas de la realidad dejando sólo una imprecisión habitada de sonidos y de colores, quizá de esencias. Hay un cuento, “Dicen que ella existe”, que en realidad es una serie de apuntes en torno a la solidaridad. Uno de ellos no es más que una frase, la que alguien pronuncia ante la muerte del padre: “Debes de saber que ese dolor nunca se te va a pasar, que ese recuerdo va a tomar por asalto cada uno de los minutos de cada uno de los días que te queda por vivir”, frase que alguien me dijo hace años y que se comprueba cotidianamente. “Telefunken” es un magnífico cuento, digno de una antología sobre la radio, en que un niño habla de este aparato, con los silogismos delirantes propios de la infancia: “Ahora que crecí un poco, o sea, ahora que estoy mucho más grande que cuando era chico, ya sé cómo funciona esto del radio”. Curiosamente, mientras leía este libro, se me presentó ante los ojos el nombre del autor, firmando una crónica sobre el incendio del Museo Nacional de Brasil. Con pocas palabras, se me figura el mejor texto al respecto: la breve enunciación de lo que la humanidad ha perdido y la criminal anécdota que relata cómo Michel Temer redujo el presupuesto de este museo a menos de la tercera parte. La indignación hace que las pluma sea ligera para escribir, para hacer el inventario de la destrucción. Y esa moraleja dolorosa que nos dice que para escribir los logros culturales del Neoliberalismo es más pertinente tomar la goma de borrar y aplicarla sobre el rostro de las naciones.
Eric Nepomuceno. Las tres estaciones, trad. de Paula Abramo. México, Almadía, 2018.
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