“La poesía de los panteones”. Sin duda la tienen, lo he notado pues soy gran aficionado a visitarlos. Me gusta tener conversaciones frente a las lápidas y hablar de cosas sin trascendencia. Aunque ante una tumba, el tema que sea es intrascendente. Lo maravilloso del autor yugoslavo Ivo Andrić es que afirma que los panteones no nos hablan de la muerte sino de la vida. Se trata de un breve libro de cuentos, sin embargo está precedido por un bello capítulo dedicado al panteón judío de Sarajevo. A los judíos que fueron expulsados de España en 1492 y que buscaron una tierra en qué asentarse. Durante siglos llevaron su lengua, se encerraron en sus costumbres y formaron un pequeño mundo. Guardaron su lengua, la siguieron hablando como en el siglo XV, y a pesar de las circunstancias nada los aniquiló ni les quitó el buen ánimo. Miro las fotografías de este cementerio, y sí, efectivamente, las lápidas parecen una manada de pequeños bisontes blancos bajando por la colina. Pero los cementerios también mueren, dice el autor. Es una reliquia de otros siglos, de un pueblo que ya no existe, exterminado en unos cuantos meses de 1941. El pueblo judío de su infancia, el barullo de sus calles, el olor de sus patios. Todo eso “nos fue extirpado”: lo dice con esta frase dolorosa, como si le hubieran quitado un miembro a la ciudad de Sarajevo. Siendo un breve libro de historias dispersas, uno puede pescar ciertas cosas profundas. Como la mezcla de amor, humor ríspido y odio. Todo eso convive, pues estos judíos tienen esa inquietante mezcla. Mientras que unos hablan para cubrir no sé qué vacío, otros callan profundamente. No puedo decir mucho más, pero el cuento que da título al libro cuenta de la llegada de los nazis a la ciudad. Sarajevo de pronto vacía, el miedo cubriendo las calles: y el encuentro entre el dueño del miserable Café Titanic y un ustacha (como se llamaban los terroristas croatas aliados de los nazis), que culmina en una escena grotesca y como salida de una obra expresionista. Las historias de este libro parecen elegidas de entre un montón de vidas, salvadas azarosamente. En la colina de la muerte de Sarajevo hay más nombres que cuerpos, eso se debe a las tumbas vacías con el nombre sólo puesto testimonialmente ya que sus dueños fueron asesinados en los campos de concentración. En lo alto de la colina hay una pirámide en honor de los judíos muertos por el fascismo. Es un símbolo, una pequeña muralla para detener los crímenes en contra de la humanidad. Pienso si México, con 37 mil 485 casos de desaparecidos reconocidos oficialmente (de los cuales sólo 340 han sido identificados), debiera de tener un monumento dedicado a las personas de las que no sabemos su paradero. Aunque sea que, en la memoria colectiva, los últimos tres gobiernos no gocen de impunidad.
Ivo Andrić. Café Titanic (y otras historias) (1950) / Bife “Titanik” i druge priče, tr. de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek. Barcelona, Acantilado, 2008. (Col. Narrativa del Acantilado, 144)
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