Mladen Dolar, Slavoj Žižek y Alenka Zupančič forman la Escuela Eslovena de Filosofía (o Escuela de Lubliana), es decir, del país que se separó de Yugoslavia en 1991. A diferencia de Žižek, Dolar y Zupančič casi no son conocidos en nuestro idioma. La editorial argentina Manantial, publicó el libro Una voz y nada más, de Dolar (una fascinante disertación filosófica sobre la voz), y, en México, Sexto Piso editó Que se pudran, en que Zupančič hace una lectura contemporánea de Antígona. Caracteriza a estos pensadores su trabajo por unir los pensamientos de Hegel y Lacan. Antes que ellos, Marcuse había formulado su seductor pensamiento que unía a Marx y a Freud. No sé si alguno de estos tres autores se ha referido a Marcuse en sus escritos, pues la huella de Marcuse fue profunda en nuestro continente. Lacan, que se consideraba a sí mismo una especie de “Góngora francés”, dejó una obra escrita cuyo desciframiento produce el mismo placer estético que comprender los complejos pasajes barrocos. La asimilación de Lacan no es una labor placentera ni amable. Por el contrario, es la parte visible de una dura guerra en contra de Jacques-Alain Miller, el famoso yerno de Lacan. Žižek lo acusa de mutilar el pensamiento lacaniano, pues Miller considera que sólo se puede extraer pensamiento de Lacan a partir de la práctica clínica. Naturalmente, Žižek no es médico, como tampoco lo fue Marcuse. Y hay aspectos que son materia de la Filosofía, como cuando Lacan usa la dialéctica el Amo y el Esclavo para la práctica psicoanalítica. Esa dialéctica en que el Amo toma el ropaje de la Muerte y el Individuo toma el papel del Esclavo, como en una pieza teatral en que el Paciente logra al fin amistarse con la Muerte. Por un lado, los lacanianos institucionales se quejan de que los “aficionados” no saben de práctica clínica, pero el propio Lacan tenía huecos filosóficos. Hay mucho que se puede dialogar con estos autores: los huecos que se forman al unir Filosofía y Psicoanálisis, la historia cultural de la música (Dolar y Žižek escribieron un libro sobre la ópera). Sin embargo, no podría decir hasta qué punto es deseable heredar en nuestro medio la disputa entre los eslovenos y el heredero de Lacan. Aquí, en México, sólo circula el libro Delirios y debilidades, de Jacques-Alain Miller, en que hace retratos de algunos artistas como Miró o Hölderlin. Creo que la lectura ortodoxa de Lacan no ejerce ninguna influencia real. Mucho más la tiene Žižek, quien ha puesto nuevamente en circulación las ideas del psiquiatra francés. Aunque este volumen propone una serie de líneas para relacionar el pensamiento filosófico latinoamericano con la Escuela Eslovena, hay mucho más. Yo destacaría un texto extraordinario, “Žižek y la (dialéctica china de la) revolución”, del filósofo alemán Frank Ruda, que relaciona el pensamiento de Žižek con la Revolución Cultural China. Para tomar una postura, dice Ruda, todo depende de cómo contar este periodo histórico, hay que partir primero de tener una interpretación de la Revolución Rusa, y luego, tener en cuenta las palabras de Mao: hay que oponerse a toda aplicación mecánica de las experiencias porque corremos el riesgo de tener una “ceguera situacional”. También es necesario revolucionar el concepto de revolución. A partir de aquí comienza un extraordinario texto filosófico. Como sólo tomé el papel de un hueco reseñista, no podré hacer la encendida exposición de este texto, pero sí recomendar su lectura (mi elogio entusista abarca de la página 121 a la 143).
Ricardo Espinoza Lolas Lolas y Slavoj Žižek. La escuela eslovena, tr. Antonio Rojas Cortés. México, Paradiso, 2024.
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