El hecho de que Mario Levrero (1940-2004) llamara “involuntaria” a su trilogía hace pensar que sólo hasta que terminó la tercera sus novelas se dio cuenta de que había trabajado en un plan literario. Aparentemente, no se dio cuenta de que había caminado por ciudades que no existen, siempre en busca de una verdad interior. Casi todos sus lectores acuerdan que El lugar es la más gustada de estas novelas. No sabría decir por qué, pues para mí Levrero es la representación del trabajo del escritor que escribe sin saber por qué. Yo mismo, no sé explicar nada de mí. Sé que mi idea de infelicidad es una página en blanco, pero también ha sido motivo de sufrimiento el obligarme a escribir. No era algo que yo necesitara, pero he construido mi necesidad línea tras línea. En El lugar, el protagonista aparecer de pronto en una habitación oscura, sin saber cómo llegó ahí, pero recuerda que tiene una cita con una mujer. Así que busca la salida, hasta que da con una sola puerta que logra abrir. A partir de ahí, comienza una sucesión de habitaciones, idéntica cada una a la anterior, que el personaje recorre, abriendo cada una de las puertas que lo llevan a la siguiente. Cada habitación tiene la característica de que contiene una decoración similar: una cama y un comedor. A cierta hora, parece ser que a la misma siempre, cae invariablemente dormido, y, al despertar, encuentra la mesa servida. Lo más fácil es caer rendido, conformarse con quedarse en cualquier habitación, al fin que siempre hay luz y comida. Pero el personaje sigue y sigue, por una red de cuartos, algunos habitados por seres incomprensibles que hablan un idioma desconocido, y algunos deshabitados. Yo me apego fielmente a la pesadilla de caminar al lado del narrador, sin mirar más que su obsesión. Pero otros lectores que han hecho este camino con Levrero, han notado su pasión por el cine mudo, por las historietas, por el insomnio, por Carlos Gardel, por Kafka (¡principalmente!), por artistas casi desconocidos entre nosotros como Rosa Chacel… Tanto que decir de esta novela, pero no puedo decir lo que quisiera. Tal vez, que sería una magnífica serie de televisión: una agobiante serie cuyo laberinto desemboca en una playa y una selva. Y más adelante, en una posible escapatoria. Pero en Levrero ocurre que no sirve de nada llegar a la meta. Tan desolado queda uno mismo con las metas de la vida, que uno quisiera volver al desasosiego, a los viejos caminos que uno recorrió extraviado. Es cierto que hemos caminado ciudades, calles, estaciones del metro, aeropuertos… acompañados de personas que no recordamos, que no sabemos bien dónde quedaron. Que no encontraremos si regresamos nuevamente a los viejos recorridos en que quisimos encontrarnos a nosotros mismos. Por lo que veo, me he extraviado, en esta ocasión en mí mismo. Eso se debe a que quise respetar a este autor que aborrecía las interpretaciones de sus enigmáticos libros.
Mario Levrero. El lugar (1982), prólogo de Julio Llamazares, 2ª ed. Barcelona, DeBolsillo, 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario