En casa de Enrique González Rojo vi los libros de literatura francesa que pertenecieron a su abuelo, el doctor Enrique González Martínez. Me imagino que en ellos se encuentran los originales que tradujo para su libro Jardines de Francia (1915), muestra de la poesía en francés de tiempos del 900. Sobre las líneas de estos libros paseó largamente su mirada. Nos cantó en español la canción que cantaban los versos en su idioma original. Hace poco más de cien años, los lectores recibieron este volumen con el gusto de sentirse más cerca de unos autores conocidos y frecuentados por la admiración. Quizá aparecía su retrato en las páginas literarias de las revistas de moda. Los lentes que usaban para mirar la vida hacían ver paisajes semejantes a los que se mostraban en estas páginas. La idea de la vida, de la provincia, de uno mismo… prevenía de los versos franceses. Digo “franceses” sabiendo que González Martínez incluye a los autores belgas. Bélgica era entonces un pequeño país que se preguntaba si era o no parte de esa gran patria de la lengua francesa. De ahí que su idea de “provincia” nos haya alcanzado por entonces. Durante mucho tiempo me he puesto estos lentes: yo también los he usado para ver, dada mi encantadora miopía. De tal manera que al quitarme estos lentes literarios veo la realidad brumosa. Me hubiera gustado estar en las conversaciones poéticas en casa del doctor González Martínez, no para opinar nada sino para oír, para saber algo de Henri de Regnier y de su matrimonio con la hija de José-Maria de Heredia, Marie, quien a su vez fue la amante del novelista erótico Pierre Louÿs. Hay tanto de qué hablar, el crepúsculo nos alcanzaría: Henri de Regnier admiraba la pintura de Roberto Montenegro; por su parte, a José Juan Tablada le fascinaba la poesía de Francis Jammes, pero no podía evitar el enojo de recordar que el plácido poeta francés era admirador de la fiesta brava. Qué reconfortante conversación de poesía, ni parece que afuera hubiera una revolución. Aquí, en este gabinete, sólo se oye la voz del doctor recitándonos sus traducciones: “Mi tristeza viene de una región distante, / más allá de mí mismo, es una cosa ajena…” Naturalmente, los contertulios no olvidaban el peligro de la ciudad a la hora de volver a sus casas, pero es que la poesía jamás dijo que así fuera la realidad, sino que así podía ser. Hay que cerrar los ojos y mirar hacia dentro, al espíritu, y construir allí dentro lo que la guerra destruye fuera. A la perspectiva distante del Parnasianismo le corresponde la idea de realidad interior del Simbolismo. El alma puede ser un espacio, un país o, bien, un árbol. Los editores de este volumen lograron encontrar los originales en francés, para resaltar la maestría del traductor, el cual hizo un poemario de versiones literarias. Su manera de ser recorre estas páginas. O quizá es que su manera de ser sea producto de esta familiaridad con el francés. Quién sabe. En esta biblioteca antigua nos habíamos quedado dormitando, sólo recordamos que alguien estaba hablando de los alminares de las mezquitas temblando sobre las aguas del Nilo…
Enrique González Martínez. Jardines de Francia, ed. bilingüe ordenada, presentada y anotada por Luis Vicente de Aguinaga y Ángel Ortuño, pról. a la primera ed. Pedro Henríquez Ureña, pról. a la segunda ed. Enrique Díez-Canedo. México, UNAM, 2014 (Col. Poemas y ensayos)
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