La computación se ha metido por todos los rincones de nuestra vida, incluso los más insospechados. Las aplicaciones saben incluso cuántos segundos miramos una imagen o cuánto tiempo podemos pasar sin acudir a ellas. Con todos nuestros datos pesan, miden, cuentan, y se forman una idea bastante aproximada de nuestro ser. Quizá no lo puedan explicar, aunque eso tal vez sea cuestión de tiempo. Ante esta minuciosa jaula que confecciona alrededor de nosotros, deberíamos detenernos a pensar. Hagámoslo un poco, aun cuando para reflexionar necesitemos de un teclado predictivo que nos ponga palabras como escalones, pues de algún modo sabe qué palabra estamos buscando en nuestra mente. La computadora nos la entrega en la mano con un halagador servilismo. El autor de este libro nos recuerda que la computación nació para registrar un fenómeno muy preciso: predecir el clima. Si se divide el mundo en cuadrantes y se pueden medir de manera inmediata las condiciones climáticas de cada uno de ellos, se tendrá un poder único sobre el mundo. Ese conocimiento en tiempo real se podrá extender a todos los dominios del ser. Nosotros, todos, le damos a la Máquina parte de nosotros, una cantidad incontable de información, que ella clasifica, categoriza, y la cual nos es devuelta en forma de: sugerencias. Espejismos. Nada existe con menos imaginación que este mecanismo que supone que seremos lo que fuimos. Cosechamos mucho de lo que le damos, es cierto. Con Google translate quizá se debería de intentar una nueva Torre de Babel, aunque naturalmente Dios se valdrá de nuevos recursos para tirar derrumbar por el suelo nuestras pretensiones. ¿Qué les parece un ciclón, una humedad creciente, el calentamiento global que hará incosteable la tecnología? No es Dios el que está detrás de estos cambios, es algo más secular, pero tiene su espectacularidad. No los defraudaré, se le oye decir. John Ruskin aparece citado en este libro: él estudió la historia de las nubes, las buscó en los antiguos y supo mucho de ellas, lo suficiente como para darse cuenta de que había visto una forma de nube por primera vez, en 1884. La humanidad no había visto antes esta especie: es negra, no trae lluvia, los rayos del sol no la atraviesan y las aves le huyen. Era la nube de la contaminación, la cual volaba alegremente por los valles de Inglaterra. Desde entonces, no ha hecho más que crecer. Sobrevuela envenenando todo aquello que cubre. La serpiente se muerde la cola. Vean como: el derretimiento del permafrost cambiará las condiciones atmosféricas de tal modo que la tecnología se convertirá en una actividad impagable. Por un momento, en la historia de la humanidad, la tecnología se convirtió en un promontorio, un sitio desde el cual podíamos verlo todo. Pudimos abismarnos al ver las provincias aisladas del conocimiento. Naturalmente, ha sido un instante, un punto en la historia del mundo. Al igual que aquella nube siniestra, también sobrevolé por este libro contemplando atractivas pesadillas, por lo que he olvidado concentrarme en aspectos más sombríos, para espanto de los posibles lectores.
James Bridle. La nueva edad oscura. La tecnología y el fin del futuro / New Dark Age: Technology and the End of the Future (2018), tr. Marcos Pérez Sánchez. México, Debate, 2020.
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