Tan inherente al amor lo sentimos, que no se nos hubiera
ocurrido preguntárnoslo antes. Pero es cierto, no en todas las épocas el amor
se ha revestido de dolor. En tiempos de Jane Austen, por ejemplo, no ocurría
así. por el contrario, había todo un camino establecido para el cortejo. Pero
en algún punto, las convenciones sociales dejaron de funcionar. Antes, la mujer
debía de dar su consentimiento para que un hombre la cortejara, pues de otro
modo no se atrevería a dar un paso que lo comprometiera socialmente. La
liberación femenina, la paulatina igualdad de géneros, etc., le han otorgado a
la mujer una libertad mayor en las relaciones de pareja. Por otro lado, le han
quitado al hombre el lugar del proveedor, de “padre de familia”, para
establecer relaciones más igualitarias. Sin embargo, por esa misma razón, los
códigos sociales para enamorarse, han dejado de funcionar, lo cual llena de
insatisfacción a las mujeres. Nunca se sabe cuánto durará un romance, qué paso
dar, qué decir en las citas… Durante un cortejo, el camino más rápido para
alejar a un hombre consiste en que una mujer diga que está enamorada. Esas
palabras son casi un conjuro para terminar una relación. Como la mujer tiene un
límite biológico para consumar un romance –en caso de que quiera hijos–, sale
del mercado del amor años antes que los hombres. Por esta razón, ellos tienen
una ventaja mayor, un “capital sentimental” que crece con el aumento de su
experiencia sexual. Como Marx ante la mercancía, la autora utiliza un
razonamiento parecido al ver el amor y el cortejo como partes de un mercado, en
donde cada uno es a la vez consumidor y mercancía. Deseante y objeto de deseo.
Todo esto en un mundo en donde, por definición, se ha acabado el misterio entre
los entes. Lo que quiere decir que la racionalidad ha colonizado el mundo
sentimental. Las soluciones de la modernidad son el consenso racional: “Pide
permiso para dar un beso, pide permiso para tocar, pide permiso para desabrochar
la blusa, pide permiso para colocar el dedo dentro de la vagina”. Aunque
parezca un chiste, es la petición de un colectivo feminista Antioch College, de
1990. El paso siguiente en la igualdad es la medición, es decir: tratar de
contabilizar el compromiso, darle un valor cuantitativo al cariño y decidir si
ambas partes están igualmente comprometidas. Es decir: que los enamorados –si
es que lo están– deben de responder a un discurso supuestamente igualitario que
proviene de fuera. La moderna psicología, escribe la autora, trata de convencer
al sujeto de que el problema es uno mismo, sin considerar el entorno social que
lo atiborra de ansiedad. Parece ser que los antiguos elegían a sus parejas con
cálculos menos exhaustivos que hoy, y tenían bastante menos problemas de ansiedad.
Eva Illouz. Por
qué duele el amor. Una explicación sociológica / Why Love Hurts. A Sociological
Explanation, tr. de María Victoria Rodil, 2ª ed. Buenos Aires, Katz, 2014.
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