De entre las muchas sensaciones que me causó este libro,
elegiré para desarrollar la de la extrañeza. ¿Por qué el autor se decidió a
tener como fantasía erótica un romance con el hijo del novelista Carlos
Fuentes? Y una vez que eligió centrarse en ese asunto, ¿por qué suprimió casi
cualquier atractivo que hubiera podido tener el joven escritor y lo convirtió
en un desagradable y limitado personaje literario? Hay algo que me inquietaba
mientras avanzaba en la lectura de esta novela: pensaba que el tamaño de un
personaje depende en gran medida de la capacidad de retratarlo, en la
suspicacia psicológica del narrador y en la profundidad que sea capaz de
colocar dentro del alma de su creación. Nada de eso aparece por ningún lado,
lo que da idea de la pobreza de la novela. Los personajes hablan y hablan, y a
lo largo del libro no logran levantar más que diálogos de aburridos lugares
comunes acerca de cómo ligar, sobre chismes más o menos sórdidos del medio
editorial, casi al grado de querer salir corriendo de él. Si así fuera la
literatura, tan reducida de interés; si se pudiera deducir su naturaleza de la
lectura de este libro, sería una de las disciplinas más lamentables del mundo.
En estas páginas se dice que no se trata de una novela en clave, es decir que
no se debería de rastrear ninguna existencia real en ellas. Pero es tan
transparente la malicia del narrador que de inmediato se nota su truco (por
llamarlo de algún modo): crear entonces otro personaje, el de un Carlos Fuentes
imaginario (en la novela se llama Rafael Restrepo Carvajal, y es colombiano),
con el sólo fin de dibujar una caricatura que se dedica a la autocelebración de
la manera más lastimosa. Es decir, no hay generosidad ni comprensión frente a
sus personajes. Está bien, no hay por qué pedir estos elementos, pero me
imagino que cualquier lector pediría inteligencia, ironía o malicia. Tampoco. En
realidad, se le dedica sólo la tercera parte del libro (tiene 600 páginas) a
desarrollar esta relación. Desafortunadamente, el resto es un relato
incoloro acerca del ligue gay en las redes sociales. No puedo discernir si es
la peor parte. Pero nuevamente: parece que el narrador está convencido de que
contagia a sus lectores el encanto que encuentra en su propia biografía. Chatear sin sentido,
escribir una prosa llena de ripios, referirse con abundancia a su amado Julián
(pero sin ofrecer jamás la prueba literaria de que es un joven lleno de interés):
son las ocupaciones principales de esta otra parte del libro. Quizá se rían
porque llegué al final, pero es que debo de justificarme. Por alguna razón, se
menciona una revista de cultura gay, Anal
Magazine, que planeó un amigo mío, Christian Gaudí, y que murió poco después
de haber visto la luz el primer número. Aunque la publicación no continuó, en Sudor se la menciona como si hubiera
seguido existiendo. Por esta razón intenté oponer algo de simpatía a la novela durante
su lectura.
Alberto Fuguet. Sudor. México, Penguin Random House Grupo Editorial, 2016. (Col.
Literatura Random House)
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