Contarlo todo resume admirablemente las ideas en
torno a la literatura contra las que me he rebelado toda la vida. Gabriel
Lisboa, el protagonista de esta historia quiere convertirse en un escritor y a
ello dedica todos los aspectos de su existencia. Pretende trabajar y poco a
poco lograr la tranquilidad necesaria para escribir su novela. Como aprendiz de
periodista en un semanario de la capital de su país, logra entrever que uno de
sus jefes alguna vez tuvo el deseo de ser también escritor, aunque la rutina
del semanario se lo impidió. Gabriel conoce, gracias a su trabajo, todo tipo de
historias, desde algunas excentricidades de la vida cotidiana hasta las
vivencias de personajes de la vida política de Perú. Sin embargo, nada de eso
le llama la atención. Busca algo más interesante, con mayor trascendencia. ¿Qué
será? Se sienta frente a la pantalla pero no logra avanzar, la página en blanco
se le impone. No hay una poética ni consideraciones en torno a la literatura.
Se reúne con un grupo de amigos con los que hace un grupo literario como hay
tantos, cuyos miembros van a tomar café, caminar sin rumbo, leerse sus obras
entre sí y fantasear con la literatura. Finalmente, después de diez años, la
inspiración desciende sobre el protagonista y lo lleva a escribir. Como la
novela termina en este momento, hay que concluir que las quinientas páginas que
acabamos de leer son el libro que Gabriel va a escribir. Por desgracia, no hay
muchas cosas interesantes en ellas. Y eso que el narrador se ha dedicado a
contar con gran efectismo que tuvo acné, que no ganó en un concurso de cuento
del colegio y que después de mucho sufrimiento ha logrado ser aceptado por la
familia de su novia. Es decir: una
vida sin mucho interés relatada con el estilo menos atractivo. En esta novela,
la literatura no es un trabajo ni una disciplina, sino un rapto de inspiración.
Para lo cual no es necesario escribir cotidianamente, sino estar a la
expectativa del instante que detona una obra. La literatura como fetiche. Y
expurgar todo aquello que no es literatura de la obra. Pero inexplicablemente,
a la hora de decidir, Gabriel se decide por contar su propia vida. Qué extraña
decisión. Tal vez cree en una extraña tautología: que la vida de uno mismo es apasionante
porque en ella está uno mismo. Como si el trabajo del escritor ungiera al
escritor. Qué interesante, ése que va allá es un escritor. Pero entonces, lo
que triunfa aquí es una exterioridad vacía. El autor ha demostrado que puede escribir
un libro, pero no un buen libro. Aunque, desde el punto de vista de su poética,
eso resulta innecesario.
Jeremías
Gamboa. Contarlo todo. México, Random
House Mondadori, 2013.
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