Creo que Antón Chéjov (1860-1904) ha tenido la mala suerte
de ser leído por cazadores de recetas. Se ha dicho tanto que para escribir el
cuento perfecto hay que seguir todos aquellos consejos que emanen de sus
historias. Sin embargo, sé que Chéjov era reacio a dar consejos, quizá ni él
mismo se ponía a sistematizarlos. Y pienso que toda esa poética que se ha
formado a su alrededor fue formulada por un pobre escritor que no sabía qué
hacer cuando le preguntaban algo sobre su obra. Sus consejos eran
desconcertantes, pero los resultados son historias inolvidables. Decía, por ejemplo: "Descanse y después escriba". Pienso que lo
más emocionante de sus cuentos es el hecho de que tenía la capacidad de
encontrar algo particular en cada una de las existencias. Cada uno de los rusos
de su tiempo tenían una historia, así como cada uno de nosotros. Sólo que
quizá esos rusos no estaban tan convencidos de que sus vidas fueran
importantes. Todo lo contrario de las frecuentes personas que a veces
escuchamos: “¿Tú eres escritor? Con mi vida podrías hacer una novela.” Pero
Chéjov prefería encontrar sus historias de otro modo, quizá con la
experimentación directa, apuntando peculiaridades poco personales, más bien circunstancias excepcionales. Aquellos que
tanta importancia se dan en la vida, se desilusionarían si se vieran retratados en las narraciones de este autor. Entre todos estos cuentos (naturalmente no están
completos, ya que las ediciones actuales son enormes), no hay nada
extraordinario. Quizás eso le fastidiaba, todas las historias son comunes,
intrascendentes. No retrata caracteres como lo haría un autor realista. Por el
contrario, los hombres aquí están como despostillados, algo desgastados por el
uso. Lo que le interesa es aquello que ocurrió en alguna
ocasión, no podría o precisar cuándo ni a quién. Esa preocupación que esa anciana tenía, pero no recuerdo bien cuál
era, es más interesante la preocupación en sí. Hacia el final del libro, cambian un poco los cuentos. No sé si hay un
orden cronológico (no se aclara), pero se va viendo una preocupación más
interesada en el mundo. ¿En el mundo? ¿así de abstracto? Sí, en el mundo que
por alguna razón ya no es igual, una naturaleza que sólo le comunica un mensaje
triste al hombre, una humanidad cada vez más indiferente ante los demás. Sólo
que de eso se dan cuenta los personajes más humildes. Aquella princesa que va a
visitar su orfanatorio, fruto de su carácter virtuoso, no se da cuenta de que
su visita anual causa la angustia de todos los trabajadores, que intentan
ocultar la miseria en que viven. Cuando el médico del pueblo se lo hace notar,
la princesa huye aterrada pero sin hacerse consciente de la realidad. Pocos
cuentos en la vida me han impresionado como “Una bromita”, esa historia en que
una muchacha sube muerta de miedo al trineo, sólo por saber si el “la amo” que
escucha en su oído fue pronunciado por el viento o por el muchacho que quiere y
que va sentado detrás de ella… Hay tal belleza en esa pequeña historia, que me
hubiera gustado que Chéjov no soltara a ese grado las amarras que unen sus
cuentos con la realidad. Le hubiera preguntado, su pudiera: ¿en dónde ocurrió
en verdad esa historia? Él voltearía y con un gesto algo indiferente, señalaría
a Rusia, y diría: por ahí.
Antón Chéjov. Cuentos completos, versión directa del ruso por E. Podgursky y A.
Aguilar, prólogo de J.E. Zúñiga, con 10 ilustraciones. Madrid, Aguilar, 1957.
1 comentario:
El placer de leer a Chejov no se olvida. Gracias por tu texto.
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