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sábado, 19 de octubre de 2024

Autofagia, de Alaíde Ventura Medina



La protagonista de esta novela huye de su pueblo natal, en Veracruz, dejando atrás los fantasmas de su madre y de su abuela, muertas. Pero como es costumbre con los fantasmas, no se quedan donde uno los deja. Se pegan a las cosas, a las palabras. De ahí que las frases y las sustancias de la novela Autofagia, de Alaíde Ventura, tengan esa especie de ectoplasma continuamente pegada. Una especie de sudoración constante de las frases, las cuales rinden significados últimos. Una narración que parece atomizada en sentencias, como aquella vieja novela-greguería de Gómez de la Serna. Parece una narración espolvoreada sobre los silencios. La historia es la relación entre la protagonista y su pareja, la pobreza, la vida en la marginalidad, y la decisión compartida de no comer, de vomitar y de llenar el ambiente de emanaciones gástricas. Así que lo que está pegado a las frases más que el pasado son esos fluidos… Encuentro un estilo parecido a la novela Panza de burro, de la canaria Andrea Abreu, en que la intención de la autora toma el disfraz del habla de dos niñas. Pero aquí, en Autofagia, está presente con gran fuerza la voz de una narradora sentenciosa, que se impone ante los hechos. Su voz parece emanar de los restos de vida, de los recuerdos inútilmente dejados atrás. Y los personajes: su madre, asesinada; su abuela, experiencia presente en cada frase; su pareja, Ana, cuyos hambre y recuerdo le devoran la existencia; la casera, quien descubre a la protagonista abandonada y vacía de espíritu y de alimento. Encuentra sólo vísceras vacías de comida y llenas de evocaciones de Ana. “Los seres orgánicos están hechos de humo y adquieren materialidad en la muerte”, dice alguien en la novela. ¿Es lenguaje emanando de los vómitos en las cubetas? ¿Es supuración de la mente de la protagonista? La narración de esta historia es una especie de hato de frases que caminan en grupo. Los recuerdos son como hojas de maíz secas y atadas, guardadas para quién sabe qué uso. El recuerdo de la abuela defecando y limpiándose con olotes, sonándose la nariz y embarrando la sangre en los árboles, sus labios azules y su manera de comer chayotes con las encías resecas. Son recuerdos que se amontonan, pero realmente a quién le importan. Lo que va tomando materialidad es una filosofía del estómago, es este órgano el que filosofa, el que quiere llegar a una filosofía idealista, quiere crear pensamientos en lugar de desechos. Hay más, mucho más, en esta novela, pero no dejo de pensar en ese estómago que rechaza el mecanismo del mundo, el sol, la lluvia, la cosecha, la cocina… y aspira al amor, a manipular a dos muchachas para hacerlas creer en un amor que depende de desprenderse del mundo para que sus cuerpos vivan de autoconsumirse.

 

Alaíde Ventura Medina. Autofagia (2023), 1ª reimp. México, Random House, 2024.

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