Magdalena Mondragón (Torreón, Coahuila, 1913–Ciudad de México, 1989) fue la primera mujer de América Latina en dirigir un periodico de circulación nacional, la primera periodista mexicana dedicada a la nota roja, y pionera de la literatura testimonial. Tuvo audacias periodísticas: entrevistas históricas y exclusivas con Roosevelt, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas. Consideraba su libro Yo como pobre como el gran testimonio de la basura en México: durante meses convivió con los pepenadores de México para narrar su vida. La obra fue considerada libro del mes en Nueva York, en 1947, distinción que se otorgaba seleccionando entre libros de todo el mundo (honor que, en Hispanoamérica, compartió sólo con Julio Cortázar). Escribió un libro titulado Los presidentes dan risa, que le fue confiscado por el gobierno antes de que pudiera circular. Entre sus batallas, como miembro del Club de Periodistas, se cuenta el haber impulsado la primera Colonia del Periodista en la Ciudad de México y en Tamaulipas. Igualmente, contribuyó la construcción de escuelas, llegando a presidir el Centro Cultural Vito Alessio Robles, centro educativo donde se impartía enseñanza gratuita a niños de bajos recursos en Torreón, Coahuila. Entre otras distinciones, recibió el premio del Ateneo Mexicano de Mujeres en 1937, el Premio Nacional de Periodismo en 1983 y 1987, y en se ha instituido en su honor la Medalla Magdalena Mondragón por la Asociación de Periodistas Universitarias, que reconoce a colegas destacadas con hasta 50 años de trayectoria. La Universidad Autónoma de Coahuila cada año convoca a escritores mexicanos a participar en el “Concurso Nacional de Ensayo Magdalena Mondragón” que se entrega desde 1988, un año antes de la muerte de la escritora coahuilense el cinco de julio de 1989. Coleccionó arte popular, dio varias vueltas al mundo como corresponsal, y desde su muerte está olvidada, y sus libros, sin reeditar. Aparentemente, las pertenencias que donó a Torreón para fundar un museo desaparecieron de manera misteriosa.
El martes 19 de septiembre de 1978, Magdalena Mondragón fue entrevistada por Jesús Juárez en la Galería y Librería Juárez, como parte de su intervención para la fonoteca “Testimonios para la historia”, serie de grabaciones que se realizaban diariamente en este local. El presente constituye el único registro sonoro de la escritora y periodista coahuilense y forma parte de la colección Jesús Juárez de la Fonoteca Nacional. (Pável Granados)
Mis libros: leña para los alimentos de los albañiles
A la fecha tengo editados alrededor de veinticinco libros. Mi primer libro fue Puede que el otro año (1937), que mereció el premio del Ateneo Mexicano de Mujeres. Entonces le escribí a doña Amalia Castillo Ledón y se hizo una edición corta que se agotó hace muchos años.
Después se publicó Norte bárbaro (1944), con el cual se inauguró la primera imprenta en Baja California Sur, siendo gobernador Francisco J. Mújica. Siguió Yo como pobre (1944), y con ese libro me sucedieron cosas muy curiosas cuando trabajaba en el Departamento del Distrito como reportera. Se me ocurrió que ese libro debía ser un testimonio de la basura en México, problema que va desde los basureros hasta el Congreso. Por cierto que el hombre que me acompañó en todas mis investigaciones era un jefe del Sindicato de Basureros, que después fue diputado: Luis Tovar. Yo estaba muy feliz con mi trabajo, entonces lo invité y le dije:
–Bueno, compañero Tovar, cuando salga mi primer ejemplar a quien se lo voy a dar es a usted.
Era un tipo cuadrado, indígena. Yo llegaba con él a las cinco de la mañana y a esa hora nos íbamos con los pepenadores; les bauticé a sus hijos, conocí a mucha gente ahí. Cuando le di el primer libro, lo leyó en las sesiones del Sindicato que él preside, naturalmente. Yo pensé: “Qué buena escritora soy, porque estoy haciendo llorar a un ídolo”, porque vi que lloraba. Entonces le dije:
–No es para tanto, compañero Tovar, no es tan importante.
–No, compañera Mondragón, yo creí que usted estaba loca.
En cierto sentido eso era halagador.
De Yo como pobre se hizo la traducción al inglés y fue considerado el libro del mes en Nueva York, porque lo eligieron los clubes del libro. Uno de ellos fue el Club del Libro en Español que fundó Aurora Valle, y el otro, el mejor libro americano que premia las obras traducidas al inglés. Ahí está el hecho fehaciente de que se consideró el libro del mes en Nueva York en medio de una competencia mundial, porque se hace la selección de todos los libros que aparecen en Nueva York. Entonces es un triunfo porque en México nada más lo tengo yo, y en Sudamérica Julio Cortázar. Muy pocos latinoamericanos hemos llegado a obtenerlo.
Yo como pobre se tradujo al inglés como Someday the Dream, que es una cosa completamente alejada de la realidad. Se seleccionó como el libro del mes y sin embargo es un libro de testimonio; no obstante, la crítica en Estados Unidos así lo consideró. Es un testimonio sobre el mundo de la basura en México. Por ejemplo, incluye el discurso de Jorge Meixueiro en la Cámara de Diputados cuando solito se dio un balazo: “No puedo derretir la corrupción en México: la basura en México, porque sería como intentar con un cerillo derretir la nieve de un volcán”. Y ahí se suicidó.
Yo como pobre tampoco es de estilo literario, y más bien se trata de mi gran trabajo de testimonio. Cuántas gentes tienen sus libros, o los editan, o los traducen, o se sienten genios y los tienen en el escritorio y dicen: “Bueno, pues yo soy genio y ni modo”. Pero la cosa es que hay que demostrarlo, ya no sólo ser genio: siquiera escribir bien. Porque es muy difícil escribir. Creo que es una cosa tremenda la estructura de la palabra, transmitir el pensamiento, el espíritu que debe animar una obra, que debe ser trascendente. Y como le digo: los libros dan sorpresas. Uno piensa: “Estoy escribiendo una cosa muy buena”, y resulta que el público no responde. Claro, si vale la obra, tarde o temprano tiene que prevalecer.
Después salió la novela Más allá existe la tierra(1947). Salió El día no llega (1950), cuya edición me obsequiaron mis amigos el licenciado Montes de Oca y Martín Rizo. Por cierto, Martín Rizo no tiene nada que ver con la literatura, pero me editaron por ser mis amigos. Por ese libro, que creo es lo mejor que he escrito, me pasó la cosa más desgraciada de mi vida. Me entregaron la edición, me la llevé a una casa que entonces yo estaba construyendo en el Pedregal, cerca del Museo Diego Rivera, y ahí se quedó. Yo me dediqué a seguir con mi acostumbrado ritmo de vida. Y al fin, cuando respiré un poco, dije: “Ah, voy a repartir el libro, porque realmente hay que distribuirlo en librerías para que se venda”. Cuál sería mi sorpresa que cuando [volví] ya no había más que cuarenta ejemplares.
–¿Qué pasó con mi libro?”, pregunté, a lo cual me contestó uno de los albañiles:
–Ah, pues como vimos tantos iguales, lo utilizamos como leña para calentar nuestros platos.
Por fortuna, Palito Madrid había repartido el libro a toda la crítica, y por eso en el volumen que hizo Natalicio González, México en el mundo de hoy, Gilberto González y Contreras que era un crítico con mucho renombre, considera mi libro como uno de los más interesantes y que revolucionaron la literatura mexicana. Los libros son como los hijos: unos resultan fantásticos, maravillosos, dan fama, honores, críticas; otros dan dolores de cabeza, como El día no llega, que lo utilizaron para hacer fuego, para calentar el almuerzo de los albañiles.
Después apareció Tenemos sed (1954), que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en el concurso del periódico El Nacional. Me entregó el premio Efrén Núñez Mata. Hicieron la entrega en Bellas Artes, en la sala Manuel M. Ponce; la ceremonia fue a las cinco de la tarde. Por Tenemos sed recibí el Premio Nacional de Novela. Concursé por una apuesta que hice con Víctor Aguilar, Polo Ramírez Cárdenas y con el licenciado Tito Ortega. Estábamos tomando café en el Hilton, y empezaron con que el Concurso Nacional.
–Está bien que nos sintamos muy escritores pero vamos a demostrarlo, vamos a mandar algo.
––¡Pero si faltan tres días!”
Entonces yo dije:
–Bueno, pues no le hace. Yo me voy a inscribir, ya traigo todos mis datos y todo y voy a concursar.
Pedí permiso en el periódico, estaba yo muy activa en la prensa: en tres días hice Tenemos sed, que es una reflexión de cómo debido al progreso se hunden todos los senderos para que surja otro pueblo nuevo. Entonces a mí me tocó la Presa Falcón, ejemplo de cómo surgió un pueblo nuevo y cómo se hundió el pueblo viejo. Y cómo, a pesar de que ya estaba inundándose el pueblo, las gentes volvieron en camión a sacar los huesos de sus muertos, y a llevarse las rejas de la iglesia y del panteón para ponerlas en el nuevo pueblo. Siguen surgiendo nuevos pueblos y siguen hundiéndose otros. Ese es el tema de Tenemos sed. Y sigue siendo actual a pesar de que ya tiene varios años. Lo hice en tres días, y se fue sin corregir. No lo quise volver a ver. Ya hasta que salió, los compañeros de la prensa me hicieron un banquete. Muy alegres, como si hubieran sido ellos los que hubieran ganado el premio. Y yo muy satisfecha porque escribí Tenemos sed.
Mi obra de teatro Cuando Eva se vuelve Adán fue considerada por la crítica de México la mejor de 1938; se montó en Nueva York por Héctor Barrera. Después, ¡Porque me da la gana! se adaptó en la Universidad Nacional por el maestro universitario John Sarnacki y fue editada por la Odyssey Press de Nueva York. Y ahorita está como libro de texto en varias universidades de Estados Unidos.
Mi poesía
No tengo más que dos libros de poesía que también me editaron mis amigos. Souvenir (1938), y Si mis alas nacieran (1960), regalados ambos. Alfredo del Bosque, sin decirme nada, publicó el libro porque le gustó. Me dijo:
–Préstamelo para leerlo.
–Pues llévatelo.
Y cuando lo volví a ver ya lo tenía impreso. Hizo una edición corta de cien ejemplares. Y de ese libro seleccionó el poema “Te amo” que se publicó en una antología.
Soy muy mala recitando. Además, odio las recitaciones de poemas. Pues déjeme ver si lo traje. Puede ser que aquí, en esta edición de Espigas, en que mi amigo el poeta Federico Leonardo, de Saltillo, que hace esta revista, y que es un enamorado de la cultura, me dedicó el número de Espigas en que me declaró la escritora del año.
Canto de amor y muerte
Te amo, siento que te amo,
cuando al pensar en ti pienso en la muerte,
en la diaria existencia de estas muertes
en que el alma y el cuerpo renovados
se funden en la dicha de tenerte.
Dejaremos la vida que, en nosotros,
en cauces corra hasta que el alba llegue;
y en el ave, en el mar, y en toda cosa,
el alma se difunda y en ti quede,
esencia y muerte que la vida acosa;
llama en lo eterno que no desaparece,
canto en la aurora que en la noche duerme.
Te amo, siento que te amo,
cuando al pensar en ti pienso en la muerte,
y siento como nunca que es mentira,
que la muerte no existe, y que perdura
esta vida que en vida a ti se prende.
Esta vida que es pura y tan gloriosa
que cada gota de mi sangre canta
y cada poro de mi cuerpo enciende.
Y duermo, que no muero, que en ti vivo
y sólo muero en mi cansancio leve,
y renazco después para quererte,
llama en la llama que calcina el día,
corazón hecho sol, naranja dulce,
zumo vital que entre tus labios quede,
oro licuo, que todo lo conmueve.
Tiembla tu labio así, pájaro herido
en la sangre del beso desgarrado
y sabes como nunca que te amo.
Tú corazón, mi corazón,
alas tendidas, pétalos suaves,
nubes, hojas de árbol…
Dime en voz baja que por mí te has muerto
para vivir en la total entrega
de tu alma y mi alma confundidas
en la esencia vital que me estremece;
que en cada gota de mi sangre canta
y cada poro de mi cuerpo enciende.
Te amo, siento que te amo
cuando, al pensar en ti, pienso en la muerte.
Yo creo que la poesía es una de las cosas más difíciles. Pero es cierto que soy una poetisa vergonzante: me encanta la poesía, la respeto muchísimo, creo que ninguna obra, ni la pintura, ni la escultura, ni la música, si no tienen poesía, no me agradan. Así que es por esa razón que nunca he editado yo un libro de poesía: me los han editado. Como todos mis libros, han tenido editor y todos están agotados. Sin embargo, de los medios artístico me he alejado bastante.
El sentido de la sencillez
Al escribir quiero ser lo más sencilla posible. Ojalá que pudiera expresar todas las cosas complicadas en forma tan sencilla que hasta un niño las entendiera. Qué bueno sería, ¿no? Si uno escribiera como habla. Eso ya es el colmo de la perfección: que pudiera explicar las cosas más complicadas de una forma sencilla.
Yo no escribo para un grupo selecto. Yo escribo para el pueblo. A mí me gustaba mucho ir en el camión y ver que alguien iba leyendo Yo como pobre. Ir a alguna parte y ver que la gente me conoce. Claro que me gusta eso. Y si no me reconocen los grupos selectos, pues no me interesa. Afortunadamente sí me han reconocido porque estoy en la Enciclopedia de México que acaba de salir. Creo que también estoy en el Diccionario, eso lo hizo la Universidad. Y también aparezco en México en el mundo de hoy, que coordinó el ex presidente de Paraguay, Natalicio González, que es un hombre muy culto. Hizo una edición muy lujosa de ese libro que abarca todos los temas. En el Pequeño Larousse, en la Uteha. En fin, esto me agrada, porque si no la leen a una los que tienen su mafia especial, que se leen unos a otros, pues entonces a mí me gusta que el pueblo me lea. Escribo para lanzar mi mensaje, no para guardarlo en un escritorio o para sentirme genio, o para que otro intelectual me interpele. Eso no tiene chiste. El chiste es que el pueblo me conozca. Y tratar los problemas del pueblo y que estos sean actuales aunque pasen los años. Que digan: “Bueno, en tal época...”.
Los premios no tienen importancia
Los premios no tienen importancia, pasan. Lo que debiera permanecer es el libro. Y los premios ojalá que fueran de oro para poder empeñarlos en caso de necesidad. Los corresponsales de todo el país me dieron un premio, y ése sí se puede empeñar porque es de oro bastante bueno. Me agradó esa distinción porque allá hay periodistas muy pobres, y sin embargo no vacilaron en aportar su cooperación. La acepté con una condición: donar todos mis libros y mis cuadros a Torreón. Todo: esculturas antiguas y modernas. Aquí viene el inventario de las obras entregadas a la Escuela de Medicina en depósito. Después se hizo en la Escuela Preparatoria un local especial para que quedaran ahí. Y en la Casa Coahuila me hicieron un homenaje. [Muestra algunas imágenes] Aquí estoy cuando recibí de manos del Rector de la Universidad, el doctor José Luis Garrido, de quien dicen que era de pluma de oro y brillantes, como la mejor poesía. Ahí estamos. Mandé poner todos esos premios en una pulsera, pero me tintinea tanto y me molesta tanto que no la uso.
Cuando fui la primera directora de un diario en México, doña Adela Formoso me dio esta medalla. Representa a mi México. Le digo que vanidosamente mandé poner estas preseas en la mano, pero me molestan. Me dio varias distinciones doña Adela, cosa que le agradecí mucho porque yo no estudié con ella, ni quise dar clase en la Universidad Femenina, porque yo no fui maestra de periodismo. No quise dar clases ni ser maestra de nada. Estoy agradecida porque fui una autodidacta en materia periodística, porque cuando era joven no había escuelas de periodismo. Además, no creo que el periodismo se enseñe. Se es periodista o no se es. Como se es escritor o no se es. Se escribirá mal y tendrá uno que perfeccionarse. Si uno lee Hermann y Dorotea de Goethe y lee después las cosas que él escribió posteriormente, pues no hay comparación, ¿verdad? No hay más que escribir, escribir y escribir para poder perfeccionarse, de otra manera no se llega a ninguna parte.
El trabajo social
He hecho bastante servicio social y conservo diplomas que me encantan porque son de muchachitos de Baja California o de Uxmal y otras partes donde hemos llevado materiales de cosecha, molinos de nixtamal, etcétera. En el Pedregal se dieron clases gratuitas a todas las gentes de las colonias vecinas. Entonces se impartían lecciones de escultura, de pintura, de arte en general. Y me gustaba mucho que llegaban viejitas hasta de ochenta años a hacer su escultura. Le decía yo a mis colegas:
–Déjalas, si tienen inquietud, que se lancen, qué bueno.
Y no se les cobraba ni un centavo. También se les daban clases de corte y de juguetería. Fue una labor muy importante que duró casi una década.
Me gusta la cosa social. A mucha gente le gusta y actualmente hay mucho voluntario. El servicio social es muy amplio, señal de que México no está tan indiferente. Aunque crea uno que la gente es indiferente, no es verdad. Hay muchas voluntarias que están trabajando anónimamente y no les pagan nada, no tienen sueldo. Así que no soy la única en esa dirección. Hay muchos hombres y mujeres que están tratando de construir México. Y no se hacen notar en ninguna parte, ni se hacen reportajes ni nada. Y sin embargo, en todos los órdenes hay voluntarios. Yo creo que forman un verdadero ejército bien interesante. Nuestra amiga, esta señora del radio, es voluntaria. Y hay en hospitales y en hospicios de ancianos. Para mí es muy importante porque significa que los mexicanos tienen conciencia. Así como hay corruptos y hay ladrones, hay mexicanos buenos.
La profesión de periodista
En la escuela hice mi primer proyecto. Estaba en cuarto año y tenía nueve años de edad. Fue mi primer periódico. Y mi primer premio literario también fue en la escuela. En composición. Debo decir que fue un premio para una obra literaria. Hasta la fecha yo quisiera escribir un enorme libro de gran literatura.
Tuve la suerte de ser la primera directora de un diario. Y después también lo fui del Sólo Para Ellas, que trataba los problemas de las mujeres en forma directa y profunda. Nada de recetas de belleza, ni de elegancia, ni de amor. Y luego del boletín Cultura Mexicana, que se hizo en inglés, francés y español, que se mandaba a todas las universidades del mundo, y donde se dieron a conocer muchos de nuestros valores y los principales acontecimientos culturales. Hice chistes en el periódico de ataque político. Claro que me los censuraron todos. Ni modo.
Fui directora de un periódico por casualidad, ni lo busqué ni lo pedí. Pero el periodista en activo es el importante. Es cierto que el reportero ha decaido mucho en su forma de ser, y ya no es como antes desde que el general Lázaro Cárdenas creó el DAPP [Departamento Autónomo de Prensa y Publicidad], que fue la primera mordazota que se le puso a la prensa. Cárdenas creó el boletín, y los boletines hicieron que se nos cortara la información bajo pretexto de que había que ayudar al reportero porque México estaba creciendo y los periodistas éramos muy pocos. Fue un grave error. Bueno, para él no porque se controlaba la información en lugar de que los periódicos críticos crecieran. Y con la escasez del papel ya no había necesidad de romperles la imprenta ni de encarcelarlos. Se les cortaba el papel y se acababa el periódico. Y el periodista que tuviera ganas de atacar, pues se quedaba callado. ¿Cómo atacaba? Se acabaron los jeringazos. Ya no digamos El Hijo del Ahuizote, ni siquiera El Alacrán, nada. Desde entonces se puso cortapisa.
Entonces los periodistas actualmente son perezosos porque el gobierno es el que ha hecho que la gente ya no reportee. Para qué reportear si existe el boletín. Entonces el periódico ha perdido mucho del encanto de la lucha por ganar la noticia. Ya ni ganas dan de hacer periodismo. Al menos yo ya no tengo edad. Pero sí tengo inquietudes: veo alguna cosa que me interesa, por ejemplo esta cuestión de los servicios voluntarios, y me dan ganas de hacer algo, ¿no? Pero realmente ya perdió mucha dinámica el periodismo. Mucho. Y es una lástima pero así es. Y la culpa la tuvo el general Cárdenas al crear el DAPP. Yo logré, como anécdota periodística, una entrevista exclusiva con el general Cárdenas en que se destapó la incógnita del sucesor presidencial que terminó siendo Manuel Ávila Camacho. Cárdenas me dio una entrevista por el lago de Pátzcuaro y no utilicé grabadora. En aquel tiempo no se acostumbraba. Tenía uno que contar con una muy buena memoria, su culturilla, nada de apuntes, pensando que el otro se escamaba cuando le ponía uno la grabadora o le apuntaba. Entonces había que hacerlo a cuerno libre, como los toreros de verdad. Me dio la entrevista, hasta eso contestó todo lo que le pregunté. Luego don Agustín Arroyo estaba alarmadísimo de mis preguntas y que no hice ningún apunte. Se estaba jugando ahí toda la sucesión presidencial, la política de México. Yo preguntaba, el otro contestaba y yo feliz. Logré cubrir la sucesión presidencial junto con otros periodistas que recorrimos el lago de Pátzcuaro. Todos los demás apuntaban y don Agustín descontrolado. Y me fui a esas horas hasta Morelia. Me encerré en un hotel y no salí para nada. Tres, cuatro, cinco horas, ya ni me acuerdo, hasta que desglosé toda la entrevista: primero lo político, lo educativo en segundo, y luego lo demás, asuntos generales. Ya que salí, me andaban buscando:
–Hombre, Magda, ¿dónde te has metido? Te hemos buscado desesperadamente. ¿Dónde andabas?
–¿Para qué me quieren?
–¿Cómo que para qué te queremos? Pues don Agustín quiere verte.
–¿Don Agustín? ¿Para qué me quiere ver don Agustín?
–Pues dice don Agustín que quiere que le enseñes lo que vas a mandar al periódico.
–¡Huy! ¿Al periódico?
Para esto ya eran como las diez de la noche, once. Salí a cenar porque no había comido nada. Y dije:
–Pues ya salió todo.
–¡Cómo que ya salió, si fuimos al telégrafo, fuimos al teléfono para controlar tu información, porque es muy delicado, se está jugando una etapa tremenda de México!
–Lo siento mucho, ya está todo en la prensa. Así que ya no pueden ustedes hacer nada.
–¡Qué barbaridad! Pues vamos con don Agustín.
–¡Qué barbaridad, muchachita, a lo mejor metiste la pata, me decía don Agustín, –estaba yo muy joven–. Metiste la pata.
–Bueno, don Agustín, pues si la metí, ya me dirá usted.
Al día siguiente apareció la nota de la sucesión presidencial con letras escandalosas. Pero pude escapar. Yo creo que fui la única que pudo escapar de una cosa así.
Envié el trabajo con un camionero. Le dije:
–Mire, soy reportera, compañero. Pero usted va a ser el reportero esta noche. Lleve esta información a La Prensa, aquí tiene cincuenta pesos.
Yo sabía que iban a controlar el telégrafo y el teléfono. Entonces mandé todo con un canchanchán camionero. De esa manera llegó oportunamente, y salió muy bien. Ya lo otro no me importaba, lo político era lo principal; lo demás, lo educativo, lo agrario, ya no tenía importancia. Cerraron los bancos tres días, fue una bomba.
Una exclusiva con Roosevelt
De la gente que he entrevistado, quien más ha impactado fue Roosevelt. Conseguí la exclusiva de una manera muy curiosa. Había sucedido lo del buque Potrero del Llano y todo el problema de los buques petroleros. Entonces, como a mí me tocaba eso, ya estaba yo aburrida, porque hay que recordar que los marinos muertos los velaron aquí en Bellas Artes. Los trajeron y luego los llevaron a Veracruz... ya se estaban descomponiendo los pobres. Todos los días, que las madres, que el petróleo, que la patria, bueno: toda la faramalla de rigor. Finalmente iban a enterrar a los marinos y empezaron a salir una serie de reportajes sobre el entierro. Entonces me dicen:
–Pues como usted ha trabajado tanto lo del Potrero del Llano y los héroes, pues le tocan a usted nada más dos discursos.
Mejor me hubieran quitado y hubieran mandado a otro. Pero no, se les ocurrió mandarme a mí. Pues hice los discursos y me puse a leer y a escuchar a la sinfónica. Y se acabó. Al día siguiente, yo ya muy oronda, estaba Morita, que tenía los dientes postizos, y estaba así con la dentadura. Resultó que, como ya los muertos estaban apestando mientras Lombardo Toledano pronunciaba un discurso en pleno sol del Zócalo, pues se los llevaron a enterrar apresuradamente. Me acababan de arruinar. Entonces dije:
–Morita, pues no tengo disculpa que darle, cómo iba yo a saber que los muertos iban a apestar.
–Queda usted suspendida ocho días.
–¿Suspendida?
–¡Ah, le parece poco!
–No, le dije.
–¿Le parece mucho?
–No, al contrario, me parece poco.
Yo misma me puse mi castigo.
–Sin goce de sueldo, ¿eh?
Entonces conseguí dinero prestado y me fui hasta Washington. Siempre he tenido amigos periodistas. Llegué y estaba un hombre que después fue jefe de prensa de la Casa Blanca, pero entonces era un reportero. Le dije:
–Me pasa esto: me castigaron. Yo quiero que me consigas que tome parte en una entrevista con Roosevelt. ¿Cuándo recibe el señor presidente?
Pues que tal día.
–Pues yo quisiera que me hicieras el favor. Platícale a los compañeros lo que me sucede, que estoy castigada y que yo voy a hacer que las preguntas nos las pasen.
Entonces ahí estaban de la France Press, todos los periodistas del mundo. Todos aceptaron: que sí, que me iban a llevar.
–Diles que nada más voy a hacer tres preguntas.
Me consiguió el pase para la entrevista, yo era la única mexicana. Me impresionó mucho Roosevelt porque estaba muy pálido, tenía una serie de arrugas, de esas infinitesimales que apenas se notan pero que son superficiales; no eran hondas, pero se le veía la cara como cuadriculada. Y a medida que empezó a jugar con todos los periodistas, se le fueron desapareciendo las arrugas; tenía muy bien los ojos, se le iluminaron, la sonrisa se le iluminó también. Se transformó como una llamarada el hombre, como que tenía una cosa especial en este “floret” de él contra todos los periodistas del mundo. Yo eché dos o tres preguntas tímidas sobre el petróleo y las contestó. Y al final dijo:
–Esa muchachita de México, que se acerque.
Me acerqué.
–¿Qué tal nuestro embajador Daniels?
–Muy bien, señor.
–El ingenio mexicano está a la vista. Está usted invitada mañana para que recorra con la señora Roosevelt los barrios pobres de Washington.
–Muy bien, muchas gracias, ¿a qué hora empezamos?
Así es que obtuve yo una exclusiva debido al compañerismo gringo y de todos los periodistas de distintas partes del mundo. Entonces recorrí con la señora Roosevelt, que era muy interesante mujer, muy agradable y muy inteligente. Y volví a México muy contenta, con mi reportaje y mi exclusiva. Llegué con el señor Morita y le dije:
–Aquí está mi exclusiva. Esto sí es periodismo, no ir a tomar unos cuantos discursos de unos pobres locos que están ahí pudriéndose en el Zócalo con los discursos de Lombardo Toledano. Aquí está mi exclusiva, ahora me paga usted todo mis gastos, un mes de sueldo y todo.
–Bueno, cómo no.
–Si no lo quiere usted, me voy al Hoy.
Entonces trabajaba yo con el Güero Pagés Llergo en el Hoy.
–No, no, no. Aquí La Prensa la quiere. Y aquí está la orden para que le paguen todo: sus gastos, pasajes, hotel, todo.
Y fue una gran exclusiva gracias al apoyo de todos los periodistas del mundo que estaban ahí.
Mis aficiones
Me encanta dibujar, lo malo es que soy muy mala. También me encanta la pintura, no pinto pero doy color. Cuando se inauguró el Centro Cultural Vito Alessio Robles, me puse a pintar un muralito en la pared, una sirenita, una cosa infantil. Pero Diego Rivera que era muy generoso y muy buen amigo, dijo:
–Es el mejor mural.
Claro, era una cosa amistosa. Fue el único intento que he hecho de pintar, porque no creo que tenga facultades para la pintura.
Creo que no soy mala fotógrafa, pero no profesional, naturalmente. A veces he hecho buenas fotografías de pura casualidad.
Mis lecturas favoritas: siempre estoy al día con los americanos que tienen muy buenos literatos. Pero también los ingleses, los rusos, los alemanes, todos tienen muy buenos literatos. Y ya empieza Latinoamérica a tener buenos escritores, a ver cuándo los alcanzamos.
Hablo el español mal y el inglés mal. Pero me hago entender.
No me gusta la música porque de chica mi mamá me hizo tocar y aprender, llegué hasta séptimo grado de piano a base de cuartazos. Entonces me choca la música en general, no la aguanto. Me faltaron dos años para ser concertista, pero a puro golpe. Nunca voy a un concierto ni de chiste. Soy alérgica a la música.
No me gusta cocinar: me gusta comer y eso es lo que me gusta. Tampoco soy de alta cocina.
Me gustaba viajar, me he vuelto más floja pero le he dado tres vueltas al mundo. Fui incansable viajera muchísimos años y ya no salgo tanto, pero sí me gusta viajar. Todos los lugares tienen su encanto. Los países son hermosos, la gente es bella en todas partes. Yo veía a los árabes, que aquí los vemos tan panzones detrás de los escritorios o del mostrador. En cambio en Egipto son altos, delgados, guapísimos, nada de árabes panzones. Es otra imagen. En España lo mismo. Acá tenemos un concepto de España muy distinto; en cambio en España son cordialitos, alegres, generosos.
He tenido muchas satisfacciones, entre otras que me hayan honrado en vida en mi pueblo, porque le pusieron a una calle mi nombre y me declararon hija predilecta de Coahuila. Le pusieron Magdalena Mondragón a un museo, así es que pocas gentes tienen estos honores en vida. Yo creo que es satisfactorio. Eso de que me honren muerta ni me interesa ni me importa. Bueno es tener esta satisfacción cuando uno vive.
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