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sábado, 22 de octubre de 2022

Mutis, de Elena Guiochíns

  


(Foto de Eva Yñigo)

 

Cuando yo ya no esté, pienso que dejaré la imagen de un secreto laberinto entre los libros, como el que dejan las polillas. Procuro hacer un túnel que lleve de un libro al libro contiguo, con el que casi nunca tiene relación. Sin embargo, hay quienes transmiten para la posteridad algo más bello: por ejemplo, el recuerdo lejano de un inolvidable momento teatral. Esos momentos se reconocen porque quedan en la memoria como una pequeña brasa que nunca se apaga y sigue calentando por muchos años el sitio en donde se encuentra. Recuerdo, hace muchos años, que me presentaron a un señor que había sido asiduo del viejo teatro de revista: me enlistó las obras, las canciones y los artistas de mil novecientos treinta y tantos. Allá por Mixcoac se encuentra la Casa del Actor, en donde viven algunos que son poco recordados, aunque en realidad, varios de ellos tampoco recuerdan nada. No hace muchos años, fui a conocer a Luz Huerta, del dueto de las hermanas Huerta, maravillosas cantantes de ranchero. Me esbozó algunas escenas, no muchas, en realidad muy pocas, de su vida. Con eso tuve para entrever una vida excepcional. Elena Guiochíns, autora de este libro, tocó la puerta de la Casa del Actor y escuchó lo que tenían que decirle los huéspedes que pasaban ahí sus últimos años. Ninguno de ellos alcanzó una fama trascendental, pero, en cambio, todos ellos entregaron su vida a una pasión, y fueron parte de una comunidad intensa, la de los actores del teatro. Como puede inferirse, se casaban entre ellos, viajaban en las mismas caravanas, se vieron envejecer unos a otros, y terminaron desgranando sus recuerdos en estas páginas. Con ellos, la autora trabajó una obra teatral, la obra de la evocación de esos años, el mundo de los años 30 vistos a partir de los recuerdos huidizos en la vejez. Tocó la puerta de las habitaciones de Eva Yñigo, Chuy Carrillo, Chuy Herrera… para escucharlas, entre sus fotografías y sus peluches. Chuy Herrera era la hermana de Marilú, “la muñequita que canta”. ¡No sabía que Marilú tenía una hermana bailarina! Eva Yñigo era sobrina de Eva Pérez Caro, la que enseñó a bailar a la Pavlova el Jarabe tapatío de puntitas; ella trabajó en Upa y Apa, la obra que reunió en Bellas Artes a los Contemporáneos y que es memorable porque fue de las primeras veces en que los bailes regionales se presentaron en la sala principal. Y Chuy Carrillo, hija de una domadora de tigres, fue acróbata, amiga de Toña la Negra y de Cantinflas. Pero estas segundas tiples (es decir, las que bailan alrededor de la estrella principal) se ponen a llorar a medio recuerdo. Así que es mejor salir a los pasillos de la Casa del Actor, a ver los preparativos. La autora preparó con estos actores una obra inspirada en el incendio del Teatro Principal, el 1 de marzo de 1931: así ellos también se despidieron de la escena. Me gusta esta modesta despedida de la vida y del arte: la gran mayoría de aquellos actores no tuvieron siquiera una oportunidad como ésta.

 

Elena Guiochíns. Mutis. Hablan los actores del Teatro de Revista Mexicano: 1900-1940. Tragicomedia en dos actos, prólogos de Emilio Carballido y Carlos Monsiváis. México, Taller del Mono Sabio, 1999.

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias, Pável. A Tepic venían las caravanas. Recuerdo a mis padres preparándose para verlas y el recuerdo en sus ojos.