Violeta
Parra (1917-1967) dejó tapices bordados, pinturas y esculturas en greda. Fue
algo espontáneo, una actividad que comenzó a desarrollar mientras se reponía de
una hepatitis, en 1958. Seis años después, llevó su material al Museo del
Louvre. Sin duda, fue el primer latinoamericano vivo que tuvo ese honor. Ese
solo hecho habría consagrado a cualquier artista y le hubiera dado un prestigio
definitivo. Pero no en el caso de Violeta. Frente a sus canciones y su trabajo
de folklorista, han permanecido desconocidos sus alambres tejidos y sus grandes
tapices. Su exposición había quedado como una anécdota en una vida trágica. Y
luego, ella había regalado esa escultura, y aquel óleo había quedado en
Bélgica… como era una vida errante la suya, su obra se había dispersado. ¿Te
acuerdas de las obras de Violeta Parra?, ¿dónde habían quedado? Algunas las
hizo en Ginebra, otras en París. Las hizo con el estambre que tenía a la mano,
con los pedazos de periódico que quedaban en la casa, sobre un pedazo de
madera. Cuando el hambre se instalaba, salía a la carnicería a pedir un poco de
pellejos regalados para darle de comer a los gatos. Pero regresaba y preparaba
un caldo para poder comer. Y hasta las semillas de frijoles que no se comía,
los garbanzos y las lentejas, los usaba para decorar sus máscaras. Su ropa
misma estaba hecha de cachitos. Como su madre había sido costurera, le había
enseñado a hacer ropa con puros cuadraditos de tela. ¿Y cuál es su método?
Ninguno. ¡Ninguno! ¿Y esas composiciones tan complejas, esos cuadros históricos
y esas fiestas que se encuentran en sus tapices? Es que fueron ocho meses de
reposo, contesta la artista. Como un día vio un trozo de tela, quiso bordar
algo. Así que quiso copiar una flor, pero en vez de flor salió una botella y el
tapón parecía una cabeza. Así que le puso ojos, nariz y boca. “La flor no era
una botella; después la botella no era una botella, era una señora y esa señora
me miraba”. Pero no dibujaba previamente nada, todo iba saliendo misteriosamente
de los hilos, de los colores, de las manos que modelaban rostros en papel. He
mirado largamente estas obras, que ahora tiene la Fundación Violeta Parra, y
veo que representan almas. Sus personajes no tienen ningún rasgo personal que
los pueda identificar, están desvestidos de piel. Y la artista, ella va acicalando
a la casualidad. Es así como van brotando gatos, submarinos, aves o, bien, árboles
de la vida, esos árboles que brotan del suelo, o de una cabeza, y que cubren la
extensión de un tapiz. Es bonito pensar en esta apacible actividad que le dio ocupación
a su neurosis, convirtiéndola en algo bello. Lo que ya no es nada agradable es
extender la metáfora de la hilandera como productora de existencias. Violeta
Parra como una creativa Parca que degolló su propio destino.
Violeta
Parra. Obra visual, presentación de
Gonzalo Badal, 3ª ed. Santiago de Chile, Fundación Violeta Parra-Ocho Libros,
2012.
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