Contrario a lo que pudiera denotar el título de este libro, el erotismo es un tema un más bien marginal. El mundo con la moral al revés que propone el cuento que le da título evidencia una visión constante en las demás narraciones. Ésta es: que nuestra sociedad adora las formas sin importarle su contenido. Finalmente, qué importa el tema de la virginidad, nuestro mundo bien puede comportarse de la misma manera y defender la promiscuidad con idéntica mojigatería. La protagonista de “El orgasmógrafo” es secretamente virgen, en una época en que está mal visto serlo. Si el poder pudiera obtener algo de nuestro placer sexual, seríamos como en una anti-utopía de Wilhelm Reich, el psicoanalítico austriaco que se imaginó la máquina para almacenar la energía erótica. Viviríamos para el placer, pero de un modo completamente enajenado, las fantasías sexuales tendrían una utilidad más allá de nuestra satisfacción. La historia de este tema es larga, ya que Gramsci destacaba que para el capitalismo moralista de su tiempo era importante tener la cadena de la producción lo más limpia posible, con la energía destinada a la disipación volcada en lo posible a la explotación. En fin, esto es demasiada disipación para una reseña tan breve. En estos cuentos se habla de Tekendogo, un país africano en que los escritores son tratados como “tesoros vivientes”. Luego de seguir la pista las creaciones literarias de estos “tesoros”, una joven que trabaja en una monografía sobre la literatura de este país descubre la farsa de su literatura: son escritores vendidos al poder, que no escriben y que escenifican las presentaciones de sus libros en donde no hay libros, en un país en donde las librerías son escenografías para aparentar cultura. Curiosamente, público y autores convienen en el montaje y a nadie le interesa ir más allá. No se escapa que estos cuentos son una sátira de nuestro medio, de un país en que las telenovelas encumbran actores que no son actores, en el que se vive una admiración por estrellas que no tienen más mérito que salir en las revistas en que se refieren a ellas. Es una visión que habla de una doble enajenación. Desafortunadamente no he leído Genealogía de la soberbia intelectual en que el autor quizá desarrolla esta postura. Pero no sé a dónde llevaría el juego de convertir en teoría las historias de El orgasmógrafo, quizá a pensar que atrás de ese hipnotismo mutuo no hay nada en nuestra sociedad. Quizá uno se rebela ante semejante idea, pero no deja de aceptarla con la mayor diversión al leer los textos de Tadeo Roffiel, que retrata fielmente a varios poetas conocidos nuestros, que viajan con las alas de la inspiración –pero puesto que somos como el mono de la fábula de Augusto Monterroso que se volvió escritor satírico, nos contentamos con verlas retratadas en los libros ajenos.
Enrique Serna. El orgasmógrafo (2003). México, Seix Barral, 2010.