viernes, 1 de abril de 2022

¿Actuamos como caballeros o como lo que somos?, de Rafael Barajas (El Fisgón) y José Antonio Valdés Peña

 

Para Pedro Ochoa


Dice Aristóteles que lo cómico es la irrupción de lo mecánico en el mundo humano. ¿Pero qué pasa cuando el mecanismo del mundo es melodramático, tal como ocurrió en el cine mexicano clásico? Sucede que, en un mundo así, lo natural es motivo de risa. Esta idea, como cualquiera otra, no es mía: la pensó antes Efrén Hernández en un famoso cuento (Tachas) en que la espontaneidad del protagonista hace reír a sus compañeros de clases. Por cierto, uno de esos condiscípulos era el Tlacuache (¡maravilloso Tlacuache!), personaje que años más tarde, allá por la década de los 40, diera una conferencia sobre Cantinflas, nada menos que en el Palacio de Bellas Artes. Averiguar quién era el Tlacuache es algo que les dejo a ustedes, porque el tema hoy es el de los cómicos en el cine mexicano, asunto sobre el cual El Fisgón y José Antonio Valdés Peña hicieron una exhaustiva curaduría para la Cineteca Nacional, en 2016. A grandes rasgos, la pseudo-aristocrática sociedad mexicana retratada por el cine funcionaba con la maquinaria del melodrama: la hora de llorar, los ademanes para suplicar, la pose de la abnegación, etc. Y los cómicos fueron la multitudinaria aparición del mundo popular en ese aburrido transcurrir cotidiano de las familias acomodadas –como se les decía entonces. Los cómicos eran el espejo satírico, aquello que de entrañable y ridículo tenía el mundo porfiriano (cuando encarnaba, por ejemplo, en Joaquín Pardavé) o la gran recompensa que otorgaba la pobreza a sus elegidos. Como no puedo más que generalizar, diría que los cómicos fueron la irrupción del teatro popular en el cine, en contraposición con las academias teatrales que produjeron a los actores de carácter. Pienso que sería la pantalla el sitio en donde se encontraron las variadas escuelas surgidas en el teatro, para así representar, además de la trama de la película, una lucha de clases y de visiones del México captado en blanco y negro. Ciertamente, el catálogo de la exposición contiene a los grandes cómicos, los tres clásicos en que cualquiera coincide: Pardavé, Cantinflas y Tin Tan. Pero también se incluyen las mujeres comediantes, los excéntricos musicales, que cada vez admiro más (Manolín y Schilinski, Viruta y Capulina) y los numerosos comparsas de los grandes actores: Chicote, Chaflán, Mantequilla. Nada más deleitoso que recordar a Vitola, a Marcelo Chávez, a Piporro, a Óscar Pulido… Qué triste sería toda esa época si las tragedias no hubieran sido matizadas por sus actuaciones. Carlos Monsiváis escribió que la Guayaba y la Tostada son, a Nosotros los pobres, lo que las brujas a Macbeth. Pero la función dramática de cada cómico en su respectiva película puede ser analizada para encontrar su trascendencia y así poder agradecerles no sólo que hayan salvado los más horribles guiones: también son anunciadores del destino, muchas veces son el personaje que entiende perfectamente al prójimo o el amigo incondicional del protagonista. Por desgracia, pocos han sido los cómicos que han merecido una biografía o un ensayo comprensivo. Quizá Carlos Monsiváis haya sido quien más ha escrito al respecto. Recuerdo especialmente su acercamiento a Fernando Soto Mantequilla en unas líneas memorables, cuando lo considera un fiel registro del sonido popular que la industria fílmica “imita y falsifica”. Me descubro su admirador, me acuerdo de sus actuaciones con David Silva y con Pedro Infante. Como uno no es chistoso, ni ocurrente, ni espontáneo, lo piensa muchas veces antes de desechar definitivamente cualquier intento de homenaje escrito a estos habitantes de las mejores escenas del cine.

 

Rafael Barajas (El Fisgón) y José Antonio Valdés Peña. ¿Actuamos como caballeros o como lo que somos? El humor en el cine mexicano. México, Cineteca Nacional, 2016.

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