Es célebre la admiración de Mario Vargas Llosa por Gabriel García Márquez. De hecho, las investigaciones literarias que el primero llevó a cabo en torno a la obra del segundo, tuvieron un extenso desarrollo. Sólo que, como lo documenta la sección de sociales, esta meticulosa dedicación terminó abruptamente. Pero no sin dejar un conocido estudio de peculiar título: “Historia de un deicidio”. Su explicación le lleva pocas páginas al autor (el novelista es un deicida porque toma el sitio de Dios en sus creaciones literarias) y no tiene la mayor importancia. Parece una de esas exóticas teorías que los sinodales les exigen incluir a los doctorantes para que puedan titularse. Pero una vez que se pasa por ese escollo teórico, la lectura del libro se vuelve interesante por varias razones. En primer lugar, porque habla desde un momento privilegiado acerca de cómo fue creándose el prestigio literario de la novela cumbre de García Márquez. Y en segundo, porque nos damos cuenta de que la percepción de esta obra literaria ha variado; no mucho, pero ha habido un cambio de perspectiva. Por ejemplo, ni una sola vez se menciona el “realismo mágico”, término usado sin reflexionar en cada ocasión que alguien se refiere a García Márquez, quien, por cierto, consideraba que su obra era la cumbre del Realismo socialista. Me gusta mucho más esa idea que tenía de sí mismo el novelista colombiano: un realismo construido con aquello que la comunidad cree verdadero. Una noción de realidad más amplia e imaginativa, hecha de rumores, chismes y contradicciones… La voz de la tribu, tal vez dirían los sociólogos. Otro aspecto que se trata en el libro es el de las influencias. Se pasa revista desde las novelas de caballerías y Borges, hasta Daniel Defoe y su Diario del año de la peste (1722). Sin embargo, se pasa por alto a dos autores fundamentales: Rulfo y Cervantes. Porque hay que pensar que el estilo de García Márquez en gran medida es también el resultado de una investigación policiaca en torno al estilo de Rulfo: se dedicó a rastrear las voces que hablaban en la prosa rulfiana. Quizá por esa razón llegó a Sófocles, a los novelistas nórdicos y a sus numerosas influencias secretas. El otro autor: Cervantes. Porque no sabemos, al leer Cien años de soledad, que nos estamos asombrando con el mismo truco cervantino que lleva siglos funcionando. En el Quijote, el planteamiento de que leemos un manuscrito en árabe que Cervantes traduce. En la novela de García Márquez, el darnos cuenta de que el universo de Macondo se está desintegrando en el momento mismo en que alguien traduce el manuscrito que estamos leyendo. El viento arrasa un mundo y ante nuestros ojos sólo queda un libro abierto.
Mario Vargas Llosa. García Márquez: Historia de un deicidio (1971). México, Alfaguara, 2021.
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