Para D.T.
Es difícil saber qué tipo de libro es éste. No se trata de una reunión de ensayos (aunque esté incluido en una colección dedicada a este género), sino de una serie de artículos de divulgación científica aderezada de condescendencia por todos aquellos que ignoran los temas de la neurología. Por otra parte, las expectativas que promete abordar no se cumplen; por ejemplo: hacer una revisión del racionalismo del siglo XVII, pero con perspectiva de género. En cuanto a la historia de las ideas, parecía que las grandes lagunas se debían a elipsis meditadas, pero finalmente tuve que concluir que la ausencia de un Locke o un Hume, por mencionar a dos pensadores necesarios en esta discusión, se debía al desconocimiento de sus ideas. Sin embargo, lo más decepcionante es que se tratan de artículos que no conducen al siguiente en una argumentación, sino de textos independientes que aseguran pertenecer a una sola reflexión orgánica. Son en realidad, numerosas reflexiones con diferentes grados de resolución. Muchas de las ideas sólo son planteadas y desaparecen después, lo que hace casi imposible decir de qué trata en realidad el libro. Ciertamente, se desprenden varias sugerencias de estas páginas, cuyo desarrollo será tarea del lector. Una de esas reflexiones, cuyo desarrollo merecería un libro (y mereció un memorable capítulo de Alfonso Reyes en La experiencia literaria), es la que conduciría a explicar por qué la ciencia se decide por las metáforas para darse a entender. Por ejemplo, la metáfora usada por la ciencia actual que dice que la mente humana es una gran computadora. Sería bueno en este momento decidir cuál es el camino que queremos seguir: si pretendemos estudiar al cerebro como una computadora o, por el contrario, explicar el mundo cibernético como una herramienta construida a semejanza de la mente. Serían dos caminos divergentes: el primero tiene como desventaja que le impondría límites al estudio de la mente porque finalmente las propias ideas que se han tenido en torno a la computación han variado con el tiempo. El segundo, sería de utilidad para la cibernética, que pretende crear inteligencia por medios artificiales. Sin embargo, dado que se trata de una metáfora que humaniza una serie de mecanismos matemáticos, ¿cómo es que la máquina podría arribar a la creación de una mente? La idea de inteligencia estaría sólo del lado del creador, y no del lado de un mecanismo indiferente a esa metáfora. Sin embargo, el principal hueco de este libro es la interpretación del pensamiento cartesiano. A lo largo del libro no se toma partido sobre esta filosofía: imposible saber si la autora concibe la mente como una formación compleja de la materia o bien como algo extra-corporal. En la página 203, por ejemplo, dice que Freud trató de hacer que “lo mental y lo físico fueran una misma cosa”. Esto haría suponer que la autora practica un idealismo filosófico que luego discute para, al final, concluir que hay que abandonar “la concepción cartesiana del cuerpo” (p. 323), la cual es una buena idea, pero llega a la mesa de novedades con siglos de retraso.
Siri Hustvedt. Los espejismos de la certeza / The Delusions of Certainty (2016), tr. Aurora Echevarría. México, Planeta-Seix Barral, 2021. (Col. Los Tres Mundos)
No hay comentarios:
Publicar un comentario