Me gustaría hacerle justicia a este libro de ensayos de
Aldous Huxley (1894-1963). Pero será difícil, ya que las ideas que revolotearon
a mi lado durante su lectura, volaron lejos rápidamente. Eran los suyos,
ensayos que se publicaban en las revistas más leídas de su tiempo, por lo que
sus ideas eran comentadas con amplitud. Aunque su interés era confrontarse con
los asuntos más elevados, y se dirigía a los lectores más selectos, su estilo
revestía la forma más directa posible. Discutir pública, periodísticamente, la
literatura, el arte, la música. Y construir momentos memorables en páginas que
expiraban con rapidez. La poesía francesa, la música medieval, la retratística
inglesa…, todo explicado para el lector promedio. Una manera elegante de referirse
a un ser inexistente, pues encubre un diálogo que con probabilidad no se dio.
Pero eso no importa ahora, eso es lo común del ensayista: provocar una discusión
en la que sólo se participa con el primer parlamento. Veamos: el hombre es un
anfibio, una mitad suya vive en la realidad, y la otra, en el universo de los símbolos.
Ocurre que el lenguaje es utilizado para tratar con la experiencia, pero se
trata de un artículo que caduca, como las frutas o la leche. Lo sacamos del
envase y lo servimos en nuestro vaso diario, para recibir energía. ¡Pero puede
ser asqueroso! Unas frases podridas atoradas en el esófago, y de un producto
que no se puede vomitar, desafortunadamente. Y lo consumimos a diario, en
presentaciones desagradables. Por desgracia, no contamos con catadores que nos
adviertan que no lo probemos. Qué falta de exquisitez, diría Huxley: “Que Dios
ayude a una generación que se niega a leer a sus poetas”. Ya entonces (1934),
la prensa era aficionada a elaborar listas de las mejores obras: los cien
mejores libros, por ejemplo. Eso, por supuesto, exige tomar ciertas decisiones:
qué poner de filosofía, qué de poesía, si hay que poner algo de ciencia. ¿Nuestros
cien mejores libros cuáles serían? Me temo que, a semejanza de hace ochenta años,
este tipo de encuestas no tienen ninguna coherencia, y ofrecen una respuesta
estadística, que, de todas maneras, no ayuda en nada. Pero ése es el problema
principal de este momento de la cultura: no la restricción del conocimiento,
sino el paulatino e imparable incremento de los medios de difusión. ¿Qué será
lo que se debe dar a conocer? ¿Qué se debe de comentar en la prensa, qué buscan
los lectores? Proponer el tema del arte y la filosofía en la discusión pública.
Me parece pertinente, para esa época y para ésta. Es curioso que esa encomiable
actitud humanista, luego de rendir elogios a lo mejor de la música italiana, concluya
que de eso “está hecho el fascismo”. Lo que me hace pensar que el contenido
tiene una fecha de caducidad más cercana que la forma literaria.
Aldous Huxley. Si mi biblioteca ardiera esta noche. Ensayos sobre arte, música,
literatura y otras drogas, selección de Complete
Essays of Aldous Huxley, selección, prólogo y traducción de Matías Serra
Bradford. México, Edhasa, 2015.
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