Entre Cartagena y Bogotá existe una relación parecida a la
que hay entre Veracruz y Xalapa. Cartagena tiene la cultura caliente del
trópico, mientras que Bogotá es la ciudad de las alturas, fría y húmeda, con
una población más conservadora, y cuya cultura tiene que ver con la meseta. El
ritmo musical de Bogotá fue por mucho tiempo el pasillo, ritmo común con
Ecuador. En cambio, en Cartagena se escuchaba el porro, género alegre de
influencia africana. Todavía en los años 20, un ensayista como José Carlos
Mariátegui decía que la literatura de América era de la meseta y que nada había
producido el trópico. Claro, entonces no se vislumbraba la obra de Gabriel
García Márquez, quien logró cambiar esa idea al grado de que un mapa mental sin
el trópico nos parece muy ajeno. En el ámbito musical ocurrió algo parecido. La
música del Caribe debió de conquistar la montaña. Y eso ocurrió, nos enteramos
en este libro, hacia finales de los años 40, con la música de Lucho Bermúdez.
Este clarinetista hizo del porro un género orquestal con influencia del jazz
(especialmente de Duke Ellington y Benny Goodman). Poco a poco, logró que se
interpretara no sólo en Colombia sino en otros países de Sudamérica y, más
adelante, fue uno de los músicos cuyas composiciones se escucharon en Cuba y
México. A finales de los 40, una orquesta argentina de tangos, la de Eduardo
Armani, llegó a Medellín, pero tuvieron un contratiempo: el empresario que los
había contratado los abandonó sin pagarles. Un empresario, Toño Fuentes, los
salvó en aquella ocasión contratándolos para tocar en Cartagena. Como pago a su
favor, retó a Armani y a su cantante, Eduardo Farrell, a que grabaran unos
arreglos para orquesta realizados por Lucho Bermúdez. Como fue retado (“A ver
si usted lo puede tocar”), Armani se decidió a grabarlos, con tan buena suerte
que, a partir de entonces, se especializó en tocar el porro en Buenos Aires. En
la tierra del tango quizá no queda memoria de esta época de música colombiana.
Lucho Bermúdez viajó a Cuba, invitado por Ernesto Lecuona. Y más adelante,
entre 1952 y 1953, estuvo en México, en donde tuvo una época notable. Entonces,
los mejores estudios de grabación de la RCA Victor de Latinoamérica estaban en
México y Buenos Aires. Ya antes, desde 1946, se había tocado el porro en
nuestro país, y el músico Antonio Escobar había grabado en ese año “El gallo
tuerto” y “Micaela”. Aquí, Bermúdez grabó un disco con los músicos de la
orquesta de Rafael de Paz, y tuvo como cantantes a Las Tres Conchitas,
Miguelito Valdés, las Hermanas Montoya y Yeyo. Sin embargo, el porro se fue
diluyendo por la decisión de las disqueras de no individualizar los géneros
afrocaribeños y denominarlos bajo el nombre común de “música tropical”. Esta
olvidable reseña vale sólo si ha logrado que alguien escuche las grabaciones de
este músico del Caribe colombiano.
Sergio Santana Archbold y Rafael Bassi Labarrera
(coordinadores). Lucho Bermúdez. Cumbias,
porros y viajes. Medellín, Santo Basillón, 2012.
Lohalogrado..
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