No sabía, al comenzar a
leer esta novela de ciencia ficción, que se trataba de la tercera parte de una
tetralogía. Así que me pareció un logro estilístico comenzar la historia con
una pequeña familia atrapada en una inmensa nave espacial –llamada Rama–,
volando por el universo con dirección desconocida. Ya después inferiría que
anteriormente, Rama había aparecido en la Tierra y algunos humanos habían
subido en ella para inspeccionarla. Dentro habían hallado una réplica de una
enorme ciudad terrestre, aunque los edificios no eran sino grandes masas sin
espacios interiores. Años después (los niños irán creciendo), llegarían a una
inmensa base espacial en donde un águila humanoide artificial les explicará por
qué fueron arrebatados a su planeta. A los personajes no se les permite ver quién
es esa raza suprema que va por el universo buscando vida inteligente. Pero la
protagonista de la novela logra tener un contacto visual con un ser de otra
galaxia: una especie de gusano que nada en una solución transparente. La
sorpresa es el sentimiento universal de la inteligencia, parecen decir los
autores. Pero olvidaba lo fundamental: que la Ciencia Ficción es el género
literario hecho para hacer quedar mal a la especie humana ante ella misma (ya
que no está pensada para el mercado extraterrestre). El Águila les informa a
los personajes que algunos de ellos deberán de viajar a la Tierra a buscar una
muestra de mil habitantes para que regresen a las profundidades del universo,
con el fin de ser estudiados por los misteriosos constructores de Rama.
Naturalmente, esta pequeña sociedad reproduce los defectos del ser humano. No
es más que un brote de la Tierra en otra parte. Lo que quiere decir, aunque me
imagino que es lo más notorio de este género, que la imaginación científica no
se corresponde con una idea compleja del hombre. Por el contrario, entre más
esencializado sea el hombre más funciona en esta teatralidad. No sólo hace
falta la profundidad psicológica, sino la sociológica. Por alguna razón, muchas
de las grandes novelas de la ciencia ficción no son más que demostraciones de
que el hombre será como es hoy a pesar del progreso. Una refutación del
progreso en una narrativa que desea anticiparlo y que se engolosina con él.
Pero, ¿y la perfección humana? Ésa es vista como algo místico, lo más viejo de
las supersticiones pervive, porque entonces los extraterrestres son “sabios”,
seres iluminados y más perfectos que nos supervisan, que quieren conocer “nuestra
naturaleza”. A lo mejor, la Ciencia Ficción es una forma de la Sociología muy
pobre pero presentada con mucho efectismo. Es curioso que el género que se
presenta como el más científico colinde con el espiritualismo más básico.
Arthur
C. Clarke y Gentry Lee. El jardín de Rama
/ Garden of Rama (1991), tr. de
Adolfo Martín. Barcelona, Ediciones B, 2010. (Col. Zeta Bolsillo, 208)
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