Fue en las clases de la Universidad. Un admirado profesor
nos dijo que si no habíamos leído literatura juvenil en nuestra adolescencia,
ya no habría tiempo para llenar esa carencia. Así que volví a mi casa, a buscar
entre los libros que mi papá les había comprado a mis hermanos. Eso tiene
muchos años, y he leído varias de esas novelas. ¿Tienen algo en común?
Parecidos muy sorprendentes entre Mark Twain, Robert Louis Stevenson y Anthony
Hope, entre otros. Por ejemplo, los reinos lejanos y de localización imprecisa.
Pero fundamentalmente, el hecho de que los gobernantes tengan un doble
(recuerdo una novela breve de Nerval en la que también ocurre esto mismo). Me
he quedado pensando por qué esta coincidencia entre los dobles (o los personajes
que se ocultan cambiando de sexo, como en La
flecha negra, de Stevenson, lo que crea una extraña ambigüedad sexual), y
también en el hecho de que los reyes abandonen su corte para salir a investigar
cómo es en realidad el mundo que los rodea. En el caso de esta novela –un
clásico en Inglaterra, inspiradora de numerosas películas–, el nuevo Rey de
Ruritania es secuestrado por su hermano justo antes de tomar posesión de la
corona. Casualmente, un noble inglés, pariente lejano que asiste a la coronación,
es idéntico al Rey secuestrado. La trama es semejante a una partida de ajedrez
porque a cada acción por salvar al Rey corresponde otra de parte de su hermano.
Naturalmente, la historia se tensa capítulo tras capítulo. Hope no se imaginaba
el cine cuando la escribió (en 1894), pero sin duda sus escenas de espadachines
pedían a gritos una película. Por alguna razón, estos reinos de la Europa
oriental tenían la virtud de hacer despertar a los ingleses de su abulia y de
su cómoda existencia. Tal vez, esas fronteras que cambiaban de vez en cuando
como las riberas de los ríos, o las nacionalidades tan poco afirmadas. El tren
que lleva a ese mundo tan cercano como exótico. Naturalmente, todo esto pasaba
antes de la existencia de las revistas de sociales. Antes, el poder vivía en
una barrera infranqueable y los ciudadanos no tenían la menor idea de quién era
el rey. Mark Twain retrata como un verdadero suceso cercano a la locura, cuando
el pueblo ve de lejos y por unos instantes a su Rey. Pero desde hace décadas
que nos dedicamos a estudiar hasta el menor gesto de la aristocracia. Y Zenda
tenía el añadido de que asistíamos a la historia del poder en su ámbito
secreto. Eso sí no ha cambiado, nos seguimos inclinando reverentemente ante las
publicaciones políticas, para saber aunque sea asomados a la ventana, lo que
ocurrió en la última reunión o cómo se sofocó la traición que estuvo a punto de
cambiar la historia. Ahora pienso que el poder ejerce una atracción tan grande que
incluso los gobernantes tienen la tentación de desdoblarse para saber cómo se
ve ese mundo desde fuera. Recomiendo este libro a todos aquellos que ya se han desilusionado
de espiar a los decepcionantes poderosos de nuestros días.
Anthony Hope. El prisionero de Zenda / The Prisionero of Zenda (1894), tr. de
Alberto Jiménez Rioja y Elena Giménez Moreno. Madrid, Altaya, 1994.
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