Lupe Marín
fue el eslabón entre dos mundos enemigos, el de los Contemporáneos y el de Diego Rivera. Como fue la mujer que amó a
Diego y luego lo dejó por Jorge Cuesta, su vida tiene el encanto de la
confrontación; yo me preguntaba con frecuencia qué tenía que había fascinado a
una época. Quizá era esa fortaleza que al mismo tiempo también causa repulsión
a lo largo de muchas páginas (los que la rodeaban se quemaban si se acercaban
demasiado a ella). Y su hijo Antonio, el hijo que tuvo con Jorge Cuesta,
evitaba mirarla, cuando estudiaba en Chapingo, en el imponente retrato que Rivera hizo de ella en esos muros. Es cierto que ella abandonó a su esposo para irse a Córdoba con
Jorge Cuesta, algo de lo que después se arrepintió, y finalmente se aferró
tanto a ser la mujer de Diego, que ha pasado a ser como su viuda oficial,
aunque legalmente el muralista estaba casado con Emma Hurtado, y aunque Lupe
sea una idea imprecisa ante la presencia radiante de Frida Kahlo. Pero hablar
de ella equivale a hacer una incisión profunda en la familia Rivera Marín,
darle a su vida íntima una trascendencia pública de la que hasta ahora había
estado un poco ajena. La vida personal del pintor, sus hijas, sus nietos, el
paternal sapo inmenso cobijándolos, y la mirada verde que no parpadea de Lupe.
Mi balance del personaje es negativo, aunque sus anécdotas sean pintorescas, aunque retraten
un tiempo en que podían existir mujeres de tamaño legendario como Leonora
Carrington o Pita Amor o María Félix; Lupe representa los poderes omnímodos de
la musa que se sabía única y en vías de ser mítica. No lo logró, creo, porque
le faltó algo, quizá fue mayor la idea que tenía de sí misma que el trabajo
propio. Hubiera sido deseable que la fiera aprendiera a domarse a sí misma,
pero no lo quiso hacer, y la magnitud de sus acciones todavía marcan a sus descendientes.
Pienso que Elena Poniatowska tomó la decisión de contar esta historia en un
eterno tiempo presente por dos razones: para lograr un enorme mural –la obra de Elena es un fastuoso mural, como los de Diego– y para contar esta vida familiar con distancia. Hay cierto desapego,
y los juicios sobre la familia Rivera Marín son contundentes, aun cuando se
presenten con cierto disimulo o ironía. De cada libro de Elena aprendo algo. En
este caso, la técnica que permite contar con enorme fluidez las anécdotas que
forman una vida. Desde la escena en que Lupe conoce a Diego hasta aquella en
que desciende a la tumba, no hay más que un solo tobogán vertiginoso. Y antes
del fin, un delirio en que la protagonista intenta explicarse. Pero esa alma,
hecha de un solo bloque, no termina de derrumbarse frente a nosotros. Si nos
alejamos un poco para ver las escenas de lejos, ¿qué vemos? El retrato de una
diosa antigua que devora a sus hijos –aunque, en honor de la verdad, le perdona
la vida a algunos.
Elena
Poniatowska. Dos veces única. México,
Seix Barral, 2015. (Biblioteca Breve)
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