Regresé a buscar algo acerca del suicidio de Walter Benjamin (1892-1940), en el pueblo español de Portbou, tratando de llegar a Portugal y escapar rumbo a los Estados Unidos. Formaba parte de un grupo de judíos que huía de la guerra. Ya estaba del otro lado de la frontera, pero el gobierno de Franco dio órdenes de que fueran devueltos a Francia. Inútilmente, podríamos pedirle a la Imaginación que nos diera para él diez años más, para saber qué habría pasado, con cuáles de sus compañeros de huída se habría unido su destino… ¿Con su hermano Georg Benjamin? Él murió asesinado en el campo de concentración de Mauthausen-Gusen, en 1942. La más probable de las posibilidades era ser llevado a ese campo de concentración en compañía de su hermano. ¿O con el destino de su amigo Artur Koestler? Venían juntos desde Marsella, y Koestler le preguntó a Benjamin si tenía algo para morir. El filósofo sacó de su bolsa sesenta y dos pastillas para dormir. Koestler quiso suicidarse, pero sobrevivió. Vivió bastantes años más, pero su tema recurrente era el suicidio, así que no fue una sorpresa para nadie cuando se suicidó junto con su esposa, en Londres, una tarde 1983. Y su amiga, la filósofa Hannah Arendt…, ella viajó a Portbou un año después de la muerte del filósofo para buscar su tumba. Llevaba en su maleta el último manuscrito escrito por Benjamin, “Sobre el concepto de Historia”. Más adelante, Hannah buscó la ciudadanía estadounidense, hasta que la consiguió 18 años después; sus últimos años los dedicó a la militancia política y filosófica. Varias mujeres iban en el grupo que intentaba huir a Lisboa, pensando en llegar a América; entre ellas destacan Carina Birman (abogada, había logrado que el consulado mexicano en París emitiera visas para ayudar a varios fugitivos a escapar a un supuesto Festival de Arte en México) y Henny Gurland (fotógrafa, contrajo matrimonio con Erich Fromm en Nueva York, y en busca de un mejor clima el matrimonio decidió trasladarse a México, donde ella murió en 1952). Unos pocos años más de vida hubieran llevado a Benjamin a Estados Unidos, a Inglaterra o a México… Bueno, tal vez sueño un poco en eso. Solamente diez años le habrían permitido conocer la literatura de los años 40, la que emergió de la Segunda Guerra Mundial, aunque según Adorno era un acto de barbarie seguir escribiendo después de Auschwitz. Sin embargo, no hay otro tema a la redonda. Una nueva forma del ser humano, desconocida hasta entonces, culpable, cruel, con dificultades para edificar cualquier proyecto en adelante. Década en que surgió la novela existencialista, las más conocidas narraciones distópicas, la consumación de las fragmentaciones narrativas, la novelística que se valía del periodismo como fuente primaria, el encierro pueblerino como manifestación del infierno, la fundamentación teórica de lo real maravilloso en la literatura hispanoamericana, el aturdimiento primigenio del horror. Son algunos temas que me saltan si reviso rápidamente los listados de novelas de los años 40. Ustedes los podran consultar, yo sólo me imagino a Benjamin tomando entre sus manos las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury o algún libro de Cesare Pavese y decir qué triste, un joven suicida. Me lo imagino porque leo la recopilación de sus textos narrativos (Historias desde la soledad y otras narraciones), prologado por Jorge Monteleone y traducido por Ariel Magnus, y me entero de algunas opiniones de Benjamin en torno a la literatura, opiniones que efectivamente Auschwitz retoca bastante. No es lo mismo escribir después de esa tragedia, ni es lo mismo escribir en medio de la zozobra hoy. El filósofo pensaba que la novela había privilegiado el punto de vista de lo privado y por lo tanto ya no se podía preguntarse sobrelas dimensiones más importantes de la existencia. Había dicho también (en 1929) que la lectura de los periódicos era enemiga mortal del arte de contar historias. Vendrían, sin embargo, las novelas existencialistas que plantean preguntas a cada ser humano particular, vendría la novela basada en el trabajo periodístico. No podría decir qué maneras de la literatura hemos perdido desde entonces, pero acontece. A la distancia, miramos cambios que son imposibles de ver en la cercanía. El pasado y el presente tienen una relación dialéctica: como un relámpago, se encuentra el pasado con el ahora. ¿Será entonces que sólo es posible mirar el pasado a través de estos repentinos deslumbramientos que duran un instante? Mirar otros tiempos con la tecnología de su tiempo. Es uno de los secretos. Mirar al siglo XIX, pero con la tecnología del daguerrotipo. Asomarnos a la Belle Époque, pero escuchando el sonido del gramófono. Ver a través el celuloide. Etc. La curiosidad de Benjamin por la tecnología es deseo de conocer el mecanismo de una época. El estereoscopio es un dispositivo que presenta dos imágenes de la misma escena, separadas (una para cada ojo), con el fin de crear la ilusión de la tridimensionalidad. Existe desde la década de 1830, pero a Benjamin le interesa el que vio seguramente en Viena hacia 1910. Es dificil explicar de qué se trata esta atracción: una serie de 32 sillas dispuestas en círculo ante un gran mueble. Cada uno de los asientos tiene frente a sí un par de visores por los cuales se asoman y pueden ver esa fantasía de mirar paisajes en tercera dimensión. Es una de las estructuras que vio y que le sugirieron las ideas de su texto La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica. En este caso (el cuento “El segundo yo”), su personaje es Krambacher, un empleado que se pierde una noche por la ciudad hasta que llega a un ambiguo local, el sitio del Kaiser-Panorama, que anuncia una función de gala: Un viaje por el año pasado. Es una función especial, efectivamente, se trata de doce vistas, una por cada mes del año, con títulos como éstos: “La mujer que quisiste seguir”, “La ropa que te quisiste poner” o “El cuarto de hotel que quisiste tener”. No me queda muy clara la descripción del autor, es un texto que parece ser un borrador para desarrollar más adelante. Pero la sensación fantasmal tiene su aspecto inquietante. No sabemos si Krambacher mira a su otro yo en las situaciones en que él hubiera querido estar. Tal vez la imagen para el ojo izquierdo muestra la posibilidad en que se metió ese otro yo. Y la imagen del ojo izquierdo muestra la realidad que no pudo cumplir. El dueño del local le dijo al entrar: “Va usted a conocer a un señor que no se le parece en nada: su segundo yo”. Krambacher caminó toda la noche reprochándose no seguir sus impulsos, así que gracias a este invento va a saber qué hubiera pasado de atreverse con el libro que hubiera querido leer, con la pregunta que hubiera querido hacer o con la palabra que hubiera querido escuchar. Krambacher, este personaje fantasmal, verá esas posibilidades de lo ya pasado. Cómo es que pasamos frente a tantas puertas y sólo abrimos unas cuantas. Como se trata de una premonición del cine, quizá es que ahora vemos esas nuevas imágenes audiovisuales para saber qué hubiera pasado el año pasado, o bien el camino paralelo de abrir las otras puertas del destino. ¿Ven ustedes? La visión estereoscópica del universo nos hace preguntarnos sobre el segundo yo de Walter Benjamin, el que no se suicidó en ese día impreciso de 1940 y caminó hacia otro destino, el de la imagen para el ojo izquierdo, que no veremos nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario