Debo de confesar que, todavía hoy para mí, París sigue siendo la capital de mi tiempo y de mis preferencias. Ciudad desbordante que es un enorme documento filosófico que, desafortunadamente, no alcanzo a leer y cuyo guía definitivo es Walter Benjamin (1892-1940). Ya ven ustedes cómo el filósofo puede fungir como guía de turistas. Nos explica cómo es que la industria y la visión estética de la ciudad se interrelacionan. Cómo es que entre el hierro y el concreto brotó la flor del art-nouveau. Olvidábamos que ese arte relacionado con lo floral, en que la línea simula el mundo vegetal lo mismo que las curvas de los cuerpos humanos en plena primavera, es un arte de los tiempos culminantes de la revolución industrial. Exactamente la misma noción de mercancía que Marx usó para explicar el capitalismo es aquella que los burgueses parisinos quisieron ocultar, especialmente la categoría de los “coleccionistas”. Fueron ellos quienes usaron el recién fundado espacio íntimo para llenarlo de pequeñas posesiones a las que quitaban el carácter de mercancías y su valor de uso. ¡Ah, el arte de la decoración en que las cosas se liberan del peso de ser útiles! La estetización del mundo es la posibilidad de que las cosas revelen así su verdadero espíritu. Gracias a eso me doy cuenta de por qué las mercancías, al ser estetizadas, comenzaron a tener alma, unificándose así con el panteísmo que vivió en la poesía francesa y en nuestro modernismo. Gracias a estos apuntes de Benjamin, me entero de que fue Edgar Allan Poe fue el primero en llevar la Filosofía al interior de las casas y a su decoración (Filosofía del mueble, 1840). Quiero decir que este volumen es una edición para coleccionistas, sólo que no se le puede quitar su valor de uso. Es la que hizo fuera de venta en 1971 la Librería Madero, traducida por José Emilio Pacheco y diseñada por Vicente Rojo. Me fascina el pensamiento de Benjamin. Podría decir que es como un hechizo que revela, a través de mirar las cosas mínimas, el complejo e infinito sistema de relaciones entre los objetos del capitalismo. Gracias a él, se pueden revelar preguntas antes inimaginables como: ¿qué tienen que ver la industria de los rieles del ferrocarril con el arte por el arte?, o ¿cuál es la relación del tamaño de las hojas de los diarios con el florecimiento de la conspiración política? Nos dice que para saber de poesía hay que saber de ingeniería civil, y para saber de Filosofía hay que ser un experto en los escaparates de las tiendas. Al acelerarse el proceso de producción, a mediados del siglo XIX, surge el término de anticuado (es decir: el pasado inmediato) y la necesidad de romper con él, pero al mismo tiempo se establecen nexos con pasados utópicos, los cuales se estampan en la moda, en la decoración, en los productos literarios y en los edificios. Y hasta las utopías socialistas de entonces son una sublimación metafórica de la máxima creación del siglo XIX: la máquina.
Walter Benjamin. París, capital del siglo XIX / fragmento del libro inconcluso Das Passagen-Werk (1927-1940), nota de José Emilio Pacheco, diseño de Vicente Rojo. México, Librería Madero, 1971.
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