martes, 29 de octubre de 2024

Antígona González, de Sara Uribe



“Genaro García Luna ha sido condenado sin una sola prueba”

Ciro Gómez Leyva

 

Antígona, hija y hermana de Edipo, arriesgó su vida para darle sepultura a su hermano Polinices, muerto en combate con su hermano Etéocles. Poner este nombre al frente de una obra dramática es una decisión de darle un significado mítico a la desgastante circularidad de la historia de México. El sexenio de Felipe Calderón y Genaro García Luna (no sabemos de quién fue en realidad ese sexenio) tendría una analogía con la peste que se cernió sobre Tebas. Darle ese trasfondo mítico a nuestra circunstancia permite buscar paralelismos necesarios. ¿Qué significado toman las palabras “incesto” y “fratricidio” en este contexto? Unamuno, en el mismo texto en que propone la palabra “sororidad” piensa que las guerras civiles son producto de estos crímenes originales. La maldición de Edipo recae sobre los hermanos que se enfrentan a muerte, sólo que él anunciaba que morirían ambos, uno a manos del otro en su última lucha. La maldición no desaparecerá mientras los hermanos sigan matándose entre sí. Algo parecido ocurre en Ifigenia cruel, de Alfonso Reyes, sacerdotisa que está a punto de dar a muerte a su hermano: es el reflejo alegórico de la realidad revolucionaria. La muerte terminaría cuando los hermanos se reconozcan y se abracen. La filosofía de Unamuno regresa a la encrucijada en que razón y mito se separaron, y no es desencaminado decir que la literatura mexicana ha buscado regresar en ese camino a hurgar en sus mitos fundacionales. Antígona González, de Sara Uribe, fue pensada para el teatro, lo que significa (sigo siempre a Sartre) que se trata de una obra política. Es decir, que impide seccionarla de su contexto, está concebida para interactuar. Por otra parte, no podría decirse que hay personajes, sobre todo cuando el principal está desaparecido. Habla el lenguaje, hablan los recuerdos recortados de la prensa. Hablan los fragmentos, como los antiguos fragmentos griegos. Habla la fragmentación. Pero la voz que brota de las fisuras de la realidad dice bastante. Aquí, Antígona busca a su hermano Tadeo, entre sus sueños y recuerdos, para saber si de ahí se puede derivar una conclusión. Felipe Calderón, a quien le gusta moralizar sobre tantas cosas, guarda un profundo silencio en torno a esta etapa de México, en cuanto a Tamaulipas como una enorme fosa de asesinados, en gran parte migrantes ejecutados por los Zetas. Bueno, dice frecuentemente: “Lo volvería a hacer”. Volvería a llenar de muerte las regiones. Como son “daños colaterales”, estas vidas destruidas no tienen en su lógica un valor de humanidad. Hablan los fragmentos de las frases para darnos una idea de que son los cuerpos los que aparecen fragmentados. Muy bonita idea, dice el funcionario de la PGR. Una poética de fragmentos…También son asesinados aquellos que entierran a sus muertos. La supresión, he aquí otra figura retórica. El genocidio, la masacre, la impunidad, en fin, también tienen su poética. Inmensos huecos de muerte entre los que de pronto se mira una figura humana que lucha, que persigue justicia. Naturalmente, también desaparecerá con el tiempo, llevándose sus aflicciones. Es importante que quede este desesperado monólogo de fragmentos que intentan aferrarse a algo que sólo de lejos simula parecerse a la justicia.

 

Sara Uribe. Antígona González (2012), 3ª reimp. México, El Quinqué, 2023.

 

sábado, 19 de octubre de 2024

Autofagia, de Alaíde Ventura Medina



La protagonista de esta novela huye de su pueblo natal, en Veracruz, dejando atrás los fantasmas de su madre y de su abuela, muertas. Pero como es costumbre con los fantasmas, no se quedan donde uno los deja. Se pegan a las cosas, a las palabras. De ahí que las frases y las sustancias de la novela Autofagia, de Alaíde Ventura, tengan esa especie de ectoplasma continuamente pegada. Una especie de sudoración constante de las frases, las cuales rinden significados últimos. Una narración que parece atomizada en sentencias, como aquella vieja novela-greguería de Gómez de la Serna. Parece una narración espolvoreada sobre los silencios. La historia es la relación entre la protagonista y su pareja, la pobreza, la vida en la marginalidad, y la decisión compartida de no comer, de vomitar y de llenar el ambiente de emanaciones gástricas. Así que lo que está pegado a las frases más que el pasado son esos fluidos… Encuentro un estilo parecido a la novela Panza de burro, de la canaria Andrea Abreu, en que la intención de la autora toma el disfraz del habla de dos niñas. Pero aquí, en Autofagia, está presente con gran fuerza la voz de una narradora sentenciosa, que se impone ante los hechos. Su voz parece emanar de los restos de vida, de los recuerdos inútilmente dejados atrás. Y los personajes: su madre, asesinada; su abuela, experiencia presente en cada frase; su pareja, Ana, cuyos hambre y recuerdo le devoran la existencia; la casera, quien descubre a la protagonista abandonada y vacía de espíritu y de alimento. Encuentra sólo vísceras vacías de comida y llenas de evocaciones de Ana. “Los seres orgánicos están hechos de humo y adquieren materialidad en la muerte”, dice alguien en la novela. ¿Es lenguaje emanando de los vómitos en las cubetas? ¿Es supuración de la mente de la protagonista? La narración de esta historia es una especie de hato de frases que caminan en grupo. Los recuerdos son como hojas de maíz secas y atadas, guardadas para quién sabe qué uso. El recuerdo de la abuela defecando y limpiándose con olotes, sonándose la nariz y embarrando la sangre en los árboles, sus labios azules y su manera de comer chayotes con las encías resecas. Son recuerdos que se amontonan, pero realmente a quién le importan. Lo que va tomando materialidad es una filosofía del estómago, es este órgano el que filosofa, el que quiere llegar a una filosofía idealista, quiere crear pensamientos en lugar de desechos. Hay más, mucho más, en esta novela, pero no dejo de pensar en ese estómago que rechaza el mecanismo del mundo, el sol, la lluvia, la cosecha, la cocina… y aspira al amor, a manipular a dos muchachas para hacerlas creer en un amor que depende de desprenderse del mundo para que sus cuerpos vivan de autoconsumirse.

 

Alaíde Ventura Medina. Autofagia (2023), 1ª reimp. México, Random House, 2024.

domingo, 13 de octubre de 2024

Sobre si se debe de actuar el pensamiento



En memoria de la maestra Ifigenia Martínez

 

No tengo más que la navaja de la conciencia para hacerme espacio en el mundo. Es mi manera de cortar esa realidad inconsistente de afuera de mí, para convertirla en objetos divididos. Para llamar a cada cosa por su nombre, aunque no todo pueda ser nombrado, sino que apenas voy discerniendo qué son. Yo mismo tengo una forma de ser que no está bien definida. Ha costado esfuerzo autoconstruirme. No sé hasta qué punto puedo decir que lo que pienso sale de mí o que alguien lo puso aquí dentro con algunos fines no conocidos por mí. Pregunto por respuestas a la filosofía, pero lo que verdaderamente necesito saber sólo puede salir de mí y de mi circunstancia precisa. Por eso, esta necesidad de saber algo, de verdaderamente actuar es algo que me toca resolver a mí mismo. No estará en ningún libro, no lo prescribe ninguna frase que comparten los amigos en las redes sociales. Mejor no caer en esas redes, porque llevan a una especie de nata mental que diluye los logros de mi pensamiento individual. Ya supondrán que todas estas palabras ni siquiera son mías, como todas las demás. Sólo estoy dando vueltas en torno a las reflexiones de Jean-Paul Sartre, presentadas por el filósofo inglés conservador Roger Scruton (1944-2020) en su libro Breve historia de la Filosofía moderna (1981). No ha habido otro pensamiento filosófico después del de Sartre que haya llegado a las primeras páginas de los periódicos, dice otro filósofo, Bolívar Echeverría. Quizás se deba a que fue una corriente de pensamiento que desembocaba en la acción política. Especialmente, nada de someterse a un orden “objetivo”, dado que ese orden sería una pérdida de libertad del individuo. Esa navaja de la que hablé al principio se ha usado para cercenar al individuo y separarlo definitivamente del mundo. Tomar conciencia del mundo consiste en dar el primer paso en libertad. Conciencia, ya sabemos. Ya la padecemos bastante, sobre todo si la buscamos con necedad. La buscamos para preguntarle quién sabe qué. Para interrogarla, esgrimirla. Sartre dirigió su pensamiento hacia la prensa, nuevo ágora, para manifestarse. Esta palabra debe de usarse en el sentido de Manifiesto, como el de Marx y Engels. Una manera de unir filosofía y acción. Opinión pública y reflexión. Es decir, la forma en que se unen la parte de sujeto y la parte de objeto que tiene cada individuo (como también ocurre en el amor, pero ése no es tema nuestro). O quizá sí lo sea, es importante el tema del amor, pero tal como lo presenta Sartre: de la misma manera en que presenta las relaciones humanas, como una lucha. El amor consistiría en una lucha para apoderarse de la libertad del sujeto amado, despojarla del sentido de libertad. ¿Pero no será la literatura asimismo un continuo acechar del pensamiento ajeno, de la libertad del lector para someterlo a las reglas y designios del autor? Esa incesante lucha entre el sujeto y su medio es central aquí. Decidirse es parte del proceso del compromiso, una parte que consiste en aclarar los conceptos, por lo que no es la sola intención de la fenomenología de detener el cauce de los acontecimientos en lo que decidimos qué significan los conceptos. El compromiso es la acción, aun la inmovilidad entendida como acción, pero acción consciente, en proceso de clarificarse. Tratándose de una elección, la moral se parece al arte. Y siendo una decisión moral individual, se parece a la idea nietzscheana de autorrealizar la vida como obra de arte. Extraigo todas estas consideraciones, como digo, del libro de Scruton, filósofo analítico, es decir, una parte de esta disciplina que por lo general se ha desinteresado de la Historia. Sin embargo, hay una línea constante que viene desde Descartes y se continúa hasta Wittgenstein, la idea de que el Yo fuera desplazado como punto de partida del conocimiento. Que sea más bien un punto de llegada. De este modo, los filósofos principales de Occidente irían agregando algo a este proceso. Por mi parte, debería de aprovechar la lectura de este libro para revisar algunos pasajes que conozco tan poco, como el caso de los ingleses del siglo XVII y XVIII, que tanto influyeron la Filosofía alemana y a los cuales les dedica un amplio espacio el autor. El obispo Joseph Butler (1692-1752) se distinguió por realizar descripciones de la naturaleza humana a la manera aristotélica, aunque problematizó algunos aspectos. Por ejemplo, cómo es que el hombre malvado actúa conscientemente contra la naturaleza, cuando en la antigüedad se pensaba que la maldad era producto de una mala percepción de las cosas. La concepción moral del hombre no lo determina. Me llama la atención que uno de los autores contemporáneos que lo retoman es Martha C. Nussbaum (La ira y el perdón, FCE, 2018), feminista a la que se le puede llamar aristotélica. Explica que Butler abundó en el tema de la ira, esa pasión que no sabemos si hay que controlar o no. Pero, a diferencia de Adam Smith, Butler hablaba de perdón y consideraba que el sufrimiento del perpetrador no sirve para restituir el daño que causó. Según él, el resentimiento es parte del narcisismo; y aunque abominaba de la ira, le daba el valor de expresar la solidaridad ante las injusticias. Esta aguda descripción pretendía construir una idea armónica del espíritu humano. Si bien Scruton considera que buena parte de la actual filosofía de la mente proviene de un pensador como Butler, también hay que agregar el aspecto que aparece en Nussbaum: cómo el entendimiento de estas pasiones, apetitos y emociones tiene consecuencias jurídicas e institucionales. La ira tendría que ir dejando paso a la justicia, para convertirse en una pasión anacrónica. Esta manera de ver al ser humano admite cambios en el espíritu. De acuerdo con los cambios en las condiciones sociales, el ser humano puede ser otro. Pero hay un salto realmente interesante en la idea de Butler con respecto a la moralidad griega, pues se nos decía siempre que encontramos la recompensa de hacer el bien en el hecho de realizarlo. Pero Butler desliza ese sentido, pues piensa entonces que no tendríamos nuestra recompensa en el bien, sino en el placer de practicarlo: es decir, en el placer. De tal manera que la moralidad sería hedonista. Habría entonces que hacer una larga reflexión para impedir que el hedonismo fuera la primera motivación de la moral, puesto que entonces fácilmente la moral se podría convertir en su opuesta. Es verdaderamente sorprendente la manera en que Butler desbarata este argumento, mirando detrás del placer. Considera que es una falacia, porque si uno tiene deseo de vino sólo obtendría placer de tomar vino. Eso quiere decir que el placer no es intercambiable, pues de otro modo sustituiríamos el vino por cualquier otra cosa y no es así. Tenemos un apetito específico de algo. Lo que quiere decir que ya no es el placer el determinante de la moral, sino una idea previa, una idea razonable y cognoscible. Además, cuando se reflexiona en torno a un apetito inmediato, el ser humano es capaz de saber si la satisfacción del placer entrará en conflicto a largo plazo con los intereses individuales. Hay pocos textos de Butler traducidos al español, pero el acercamiento de Scruton a sus ideas explica por qué David Hume le dedicó a este obispo su Tratado de la naturaleza humana, aunque dicen que para no ofender algunas de sus ideas, mutiló la obra original.

 

Roger Scruton. Breve historia de la filosofía moderna. De Descartes a Wittgenstein Short History of Modern Philosophy: From Descartes to Wittgenstein (1981), tr. Vicent Raga, pról. Gregorio Luri. México, Planeta, 2024.

sábado, 5 de octubre de 2024

París, capital del siglo XIX, de Walter Benjamin



Debo de confesar que, todavía hoy para mí, París sigue siendo la capital de mi tiempo y de mis preferencias. Ciudad desbordante que es un enorme documento filosófico que, desafortunadamente, no alcanzo a leer y cuyo guía definitivo es Walter Benjamin (1892-1940). Ya ven ustedes cómo el filósofo puede fungir como guía de turistas. Nos explica cómo es que la industria y la visión estética de la ciudad se interrelacionan. Cómo es que entre el hierro y el concreto brotó la flor del art-nouveau. Olvidábamos que ese arte relacionado con lo floral, en que la línea simula el mundo vegetal lo mismo que las curvas de los cuerpos humanos en plena primavera, es un arte de los tiempos culminantes de la revolución industrial. Exactamente la misma noción de mercancía que Marx usó para explicar el capitalismo es aquella que los burgueses parisinos quisieron ocultar, especialmente la categoría de los “coleccionistas”. Fueron ellos quienes usaron el recién fundado espacio íntimo para llenarlo de pequeñas posesiones a las que quitaban el carácter de mercancías y su valor de uso. ¡Ah, el arte de la decoración en que las cosas se liberan del peso de ser útiles! La estetización del mundo es la posibilidad de que las cosas revelen así su verdadero espíritu. Gracias a eso me doy cuenta de por qué las mercancías, al ser estetizadas, comenzaron a tener alma, unificándose así con el panteísmo que vivió en la poesía francesa y en nuestro modernismo. Gracias a estos apuntes de Benjamin, me entero de que fue Edgar Allan Poe fue el primero en llevar la Filosofía al interior de las casas y a su decoración (Filosofía del mueble, 1840). Quiero decir que este volumen es una edición para coleccionistas, sólo que no se le puede quitar su valor de uso. Es la que hizo fuera de venta en 1971 la Librería Madero, traducida por José Emilio Pacheco y diseñada por Vicente Rojo. Me fascina el pensamiento de Benjamin. Podría decir que es como un hechizo que revela, a través de mirar las cosas mínimas, el complejo e infinito sistema de relaciones entre los objetos del capitalismo. Gracias a él, se pueden revelar preguntas antes inimaginables como: ¿qué tienen que ver la industria de los rieles del ferrocarril con el arte por el arte?, o ¿cuál es la relación del tamaño de las hojas de los diarios con el florecimiento de la conspiración política? Nos dice que para saber de poesía hay que saber de ingeniería civil, y para saber de Filosofía hay que ser un experto en los escaparates de las tiendas. Al acelerarse el proceso de producción, a mediados del siglo XIX, surge el término de anticuado (es decir: el pasado inmediato) y la necesidad de romper con él, pero al mismo tiempo se establecen nexos con pasados utópicos, los cuales se estampan en la moda, en la decoración, en los productos literarios y en los edificios. Y hasta las utopías socialistas de entonces son una sublimación metafórica de la máxima creación del siglo XIX: la máquina. 

 

Walter Benjamin. París, capital del siglo XIX / fragmento del libro inconcluso Das Passagen-Werk (1927-1940), nota de José Emilio Pacheco, diseño de Vicente Rojo. México, Librería Madero, 1971.

miércoles, 2 de octubre de 2024

El espacio múltiple, de Manuel Felguérez



En el día de la primera Presidenta de México


Para Octavio Paz, la obra de Manuel Felguérez (1928-2020) es producto de la metamorfosis de las formas. Una forma crea a otra, va necesitando espacio. Se refleja y se contempla. Se autoconoce, y al autoconocerse vuelve a pensarse, lo que produce una nueva forma. De tal manera que se hace natural el tránsito de lo bidimensional a lo tridimensional. La interrelación necesaria entre el dibujo y su proyección escultórica, lo cual necesita un soporte matemático que impida que las formas se desplomen sobre sí. Para el propio autor, el arte abstracto es un camino necesario, un punto de llegada que comenzó cuando el arte se fue independizando de la representación. Da qué pensar que cuando Felguérez comenzaba su trabajo artístico, no existía en México un Museo de Arte Moderno, lo que significa que, al nacer el arte abstracto mexicano, no existía el mecanismo institucional de contemplación. Estos cuadros que parecen requerir de la fragmentación de un punto de vista que permita mirar desde diferentes sitios a la vez… estos cuadros eran todavía seres vivientes. Toda una ramificación de la plástica mexicana, quizá no inesperada, pero cargada de una ideología usada en contra de la pintura social. El arte abstracto fue utilizado por la CIA en contra del arte social. Pero ¿es la única lectura que se le puede dar a este arte? El arte soviético comenzó siendo abstracto, lo que no comprometió su contenido a su ideología, ni viceversa. Los cuadros de Felguérez tienen la apariencia de ser la representación de una función matemática, parecen la máscara de una fórmula. Pero al multiplicarse, al tomar forma en el espacio tridimensional, se incorporan al espacio público. Se resignifican por segunda ocasión. Forman parte de un arco o de una flecha. Se quedan antes del movimiento. Pero lo sugieren, a veces. Es la forma desdoblada: huellas del movimiento. Lo curioso es que el arte es una especie de reflejo, exactamente como lo dice Paz. Sólo que admite todas las posibilidades de la reflexión. El arte refleja el arte. El arte refleja la sociedad, aun cuando lo haga de manera enigmática. Es curioso que el arte abstracto sea el reflejo de casi todo un siglo. ¿Qué imagen contiene de aquello que fue el siglo XX? Si pudiera recorrer una galería con las obras del arte abstracto, qué podría pensar de la gente que las proyectó. Pienso en una especie de intenso y repetido retrato espiritual. Representaciones de las almas de los hombres que han vivido los cotidianos horrores del siglo que nos precede. Retrato, en el caso de Felguérez, de un alma cartesiana, apuntalada con fórmulas. Este tipo de arte se dio cuando los pintores abstractos creían que el arte comprometido era ingenuo, aunque la ingenuidad no era algo que no formara parte de la desocialización del arte. Sí, son reflejos de un tiempo: me gustan porque guardan algo de esa época que por momentos me fascina. En el fondo, son reflejo de una categoría de ser humano que se miraba insistentemente en un espejo, para intentar mostrar no la complejidad de una sociedad sino la exquisitez de una clase. Ese arte odió todo aquello que contenía un ideario manifiesto (social, político). Parecía decir: “Para comprenderme tienes que seguir un camino que sólo algunos lograrán culminar. Sólo esos elegidos tendrán derecho”. Creo que lo que más me gusta es el horror que sentirían estas obras al mirar el derrumbe de los prejuicios que hacían posible su apreciación. Pero: ¿qué sentirán de ser admiradas por los que reímos de los prejuicios del clasismo teórico que no termina de erradicarse?

 

Manuel Felguérez. El espacio múltiple, con texto de Octavio Paz. Monterrey, UANL, 2012.