En este libro, los moribundos son llevados a un bosque, a ser metidos dentro de un árbol que se llena con cemento, para que el alma no se escape. A lo lejos, los niños que se quedan encerrados en casa escuchan los ruidos de estos rituales mortuorios ocurridos en el bosque de los muertos. Las leyes y las costumbres de este pueblo no se van aclarando sino enrareciendo conforme se avanza en la lectura de La muerte y la primavera, la novela póstuma de Mercè Rodoreda (1908-1983). La conocía de nombre, había oído hablar de esta escritora, pero no sé si al leer su último libro puedo decir que la conozco más. Parece que fue una escritora que pasó más tiempo viendo pinturas en los museos de París y Bruselas que frente al espejo. Conocía más los cuadros de los pintores surrealistas que su propio rostro, aunque de pronto se horrorizaba de ver en su reflejo el paso del tiempo. Claro, con razón su novela póstuma parece una especie de miniatura de Brueghel el Viejo o del Bosco. Pintura realizada sobre el lienzo de la angustia. Aparente paisaje pintado del natural que, conforme lo leemos, se desdibuja, se vuelve extraño y cruel. Retrato de una comunidad rural que no termina de ser lógica, pues no tiene ningún elemento estructurador, no hay detrás una forma de gobierno, salvo un “señor” que mira desde lo alto, en una especie de castillo, todo lo que ocurre. Es la descripción de un pequeño pueblo cuyas costumbres transcurren como si fueran parte del mecanismo de la naturaleza, con leyes que rigen el mundo natural y el social con los mismos misterio y rigidez. El pueblo ha sido construido sobre una roca que se encuentra sobre un río, así que es costumbre que un joven entre nadando para comprobar que los cimientos del pueblo se encuentran firmes. Pero al salir, cada uno de estos jóvenes regresa sin su rostro, destruido por las rocas de las profundidades. La trama que atraviesa este mundo indescifrable es la relación del narrador –un niño– con su madrastra, luego de que su padre se suicida sepultándose por voluntad propia en el árbol que le corresponde del bosque de los muertos. La relación con su madrastra casi niña se convierte en un incesto culpable, el pueblo se vuelve de pronto hostil a ese amor. ¿Qué esconde esta novela? ¿Qué grito extraño sale de ese mundo que parece imitación de la Edad Media o de las aldeas muertas de las Guerras Mundiales? El toque de belleza natural, las abejas que sobrevuelan las páginas, rápidamente traslucen un mundo burdo, lleno de secretos. Seguramente su autora enterró aquí alguna verdad personal que no alcanzo a descifrar. Regresé a leer pasajes de esta novela, como si volviera a un museo a mirar de nuevo un cuadro… pero me quedé mirando, no el paisaje sino el lienzo, abismado en el transcurrir, en lo perecedero, en la muerte y en la futilidad de la vida.
Mercè Rodoreda. La muerte y la primavera / La mort i la primavera (1986), tr. Eduardo Jordá, 2ª ed., 1ª reimp. Barcelona, Club Editor, 2022. (La Montaña Pelada, VIII)
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