lunes, 26 de agosto de 2024

El pensamiento de Kierkegaard, de James Collins



Quería saber, desde hace mucho, algo acerca de Søren Kierkegaard (1813-1855), el filósofo danés admirado por autores tan disímiles como Kafka, Borges y Sartre. Pero es posible que sea realmente difícil tener suficiente familiaridad con él. Dentro de su libro O lo uno o lo otro dejó escrita una novela, Diario de un seductor, que describe minuciosamente el alma de un depredador sentimental, un Don Juan que desarrolla su propia teoría del asedio al espíritu de la joven Cordelia. Pero este personaje es sólo una de las capas existenciales que creó Kierkegaard, un autor que equidistaba del poeta tanto como del filósofo o el periodista. Escribió su obra como una forma de la opinión pública, pero sus diferentes teorías dependían de la personalidad que tomaba, de tal manera que pareciera un antepasado de los heterónimos de Pessoa. Llegar a la profundidad de su mensaje puede ser casi imposible porque no puede decirse con seguridad cuál de sus rostros es el que está representando a Kierkegaard y cuál tiene la función de rebatirlo. Creía, a diferencia de Nietzsche, que el individuo escondía dentro de sí algo interesante de descubrir. En este juego de dónde quedó la bolita, en que el alma puede ser una pequeña esfera huidiza, no he encontrado gran cosa. Sólo un manojo inmanejable de palabras. Una serie de argumentos que hablan y hablan para convencer y convencerse, pero que es posible dejar atrás para salir corriendo en busca de la fe. Kierkegaard parece ser el padre de esta forma del puenting, ese deporte extremo que tanto atrae a los existencialistas: saltar al abismo de la fe. A diferencia de las atracciones turísticas, este salto se hace hacia arriba, para lograr subir al “estadio estético” y al “estadio religioso”. Según el autor de este breviario del Fondo de Cultura, James Collins (1917-1985), Kierkegaard piensa que los asuntos verdaderamente importantes de nuestra era no ocurren en el plano político. Rechazaba la idea de la lucha de clases para centrarse en el análisis cultural: el resentimiento, el deseo de publicidad o de anonimato, las habladurías, etc. De algún modo, su postura es atacar los problemas del Estado de modo indirecto, buscando que el hombre se haga consciente de su propia dignidad. Pero no dejó escrito un ¿Qué hacer? que permitiera unir su pensamiento trascendental con una ética individual. En el fondo, creía que sólo Dios podría saber el sentido de la Historia Universal, y que ese sentido no se encontraba descubierto por la filosofía hegeliana de la Historia. Kierkegaard había acudido a las conferencias que Schelling había dado en Berlín sobre la filosofía de Hegel, de ellas había obtenido su odio por el filósofo alemán. De algún modo, los saltos que propone, salto en la fe y salto subjetivo, son el mismo salto. Es imposible saber de qué modo la inmersión en ambos océanos se unifica en un solo saber. Pero parece que su gran talento literario (escribió el filósofo conservador Roger Scruton) supera su “espléndido fracaso filosófico”.

 

James Collins. El pensamiento de Kierkegaard / The Mind of Kierkegaard (1953). México, FCE, 1958. (Col. Breviarios, 140)

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