sábado, 18 de julio de 2020

Por Álamos, el pueblo de Alfonso Ortiz Tirado



Estuve en Álamos, Sonora. Lo recuerdo como un aire fresco en un desierto luminoso. Venía en camioneta y, junto a mí, el pianista Andrés Sarre, que me explicaba la técnica de canto en tiempos del doctor Alfonso Ortiz Tirado (1893-1960). No recuerdo todo, pero la manera de enseñanza de entonces, a principios del siglo XX, ponía el acento en el estilo personal, en el desarrollo de una manera peculiar y única. Por eso la voz de Ortiz Tirado se distingue desde la primera palabra: acariciante, profunda y cálida. Son sólo palabras, no sirven para describir una voz en su totalidad, es mejor escucharla. “Era una técnica italiana”, me dijo Andrés. Con razón la voz de Tito Schipa, que en México fascinaba. Tito Guízar lo idolatraba, por eso se puso “Tito” y contaba que había, incluso, tomado lecciones con el gran cantante italiano. Bueno, pero ¿y dónde vivía el tenor? Quién sabe, ¿no quieres ir mejor a la casa de María Félix? Tiene un museo en las afueras. Pero no, quise ir a buscar una casa que me dijeron, era la del médico cantante. Dicen que es ésta, pero no se sabe bien. Otros dicen que es otra. Una casa del siglo diecinueve a un paso de la plaza, pero me dicen que no se sabe con exactitud dónde pasó su infancia el cantante. La atribución parte de una leyenda, como en el caso de algunas otras casas. En realidad, la presencia de Ortiz Tirado no es tanta, le da nombre a uno de los festivales de canto más importantes de México, pero quizá se ha relegado a un papel modesto. Es como si en realidad estuviera en esa casa decimonónica viendo desde la ventana su pueblo, un poco aterrado del mar de gente que viene a escuchar a las grandes voces, a ciertos debuts y presentaciones que después serán históricos. Todo esto –festival, multitud en la calle–, comenzó siendo una modesta velada musical organizada por sus admiradores en 1985. La llamaron “Remembranzas”, y alguien leía una semblanza del doctor, hasta que cuatro años más tarde se decidió convertirlo en un Festival (un festival que cuenta con su cronista, Carlos Moncada O., quien no sólo lo organizó en cinco ocasiones, sino que publicó una crónica detallada de sus mejores momentos, en 2009). Desde la azotea del museo, la noche de la clausura, pude ver de lejos a Los Ángeles Azules tocando con sinfónica. En el centro, muy cerca, está el museo de Ortiz Tirado: unas cuantas salas que tienen sus cosas personales, las caricaturas que se hicieron durante sus viajes a Sudamérica, varias fotografías, su ropa. Está todo desde hace tanto tiempo que preocupa el estado de los discos que se encuentran expuestos, como son copias únicas se deberían de digitalizar. Todo, es decir: incluso sus recetas y los frascos en que seguramente preparaba las sustancias que recetaba. Su especialidad era la ortopedia (fue quien operó y atendió a Frida Kahlo por una temporada), pero se acostumbró a mezclar, como en un menjurje de droguería, su voz y su especialidad. Viajaba como cantante pero aprovechaba sus giras para conocer los hospitales de aquellos países que visitaba. En una ocasión, en Argentina, fue a la Escuela de Medicina a entrevistarse con el director, Óscar Ivanissevich, quien por su parte era cirujano y futbolista. Esa tarde Ortiz Tirado dijo que él en realidad cantaba sólo para juntar dinero para hacer una clínica. Era cierto, las ganancias de su carrera las destinó para hacer un hospital infantil en la Colonia Doctores, que donó al pueblo de México. Ivassevich le dijo que precisamente tenía una revista mexicana de Medicina, con un artículo muy interesante sobre el tratamiento de la osteomielitis. Pidió la revista y, cuando la trajeron, vieron que el autor era el doctor Ortiz Tirado. En 1936, durante su primera visita a Buenos Aires, que parecía destinada al fracaso, decidió regalar un concierto a las madres. Fue tal su éxito que, a partir de entonces, la música mexicana fue buscada en Sudamérica. Ortiz Tirado fue el que abrió a puerta a los cantantes que lo siguieron al sur. Se dice que grabó discos en casi todos aquellos países: Venezuela, Colombia, Chile, Brasil, Argentina… El colombiano Jaime Rico Salazar, historiador del bolero, se dedicó a seguir los pasos del doctor Ortiz Tirado por América y publicó en edición de autor un libro que vino a presentar en la Fonoteca Nacional en 2015 (Dr. Alfonso Ortiz Tirado. Embajador lírico de la canción mexicana). No hago más que entresacar algunos de sus comentarios respecto a este personaje que un día fue cuestionado, en Nueva York, por los empresarios fonográficos: “¿Por qué, con todo lo que gana, nunca tiene dinero?” Ortiz Tirado, ofendido, citó a los funcionarios de la RCA Victor en una dirección al día siguiente: era una tienda de artefactos ortopédicos. Avergonzados, luego de que el doctor les dijera que todo lo que ganaba era para montar su clínica, tuvieron que darle un cheque para apoyar su labor. Los discos de la RCA Victor tenían la etiqueta negra, pero también existía una serie de color rojo: los destinados a las voces más selectas. Ortiz Tirado le pidió a los productores que no lo pusieran en esa serie, quería que sus discos los comprara la gente con menos dinero. Sin embargo, Rico Salazar encontró unos discos de 1933 que supongo aún más caros pues tenían impresa una fotografía del doctor en toda la cara, sobre los surcos: Llora, campana, llora Sentir gitano. El otro cantante que tuvo impresa su fotografía sobre sus discos fue José Mojica. Naturalmente, son de los discos más difíciles de conseguir de su extensa discografía. Hay un disco que debería de existir y que no existe: el compositor yucateco, Guty Cárdenas, tenía el compromiso de grabar su canción Caminante del Mayab, pero fue asesinado, a los 26 años, el 5 de abril de 1932. Se dice que incluso había estado en los estudios de la Peerless, ensayando con la orquesta. Ortiz Tirado pospuso una gira programada a La Habana, para poder estar presente en el sepelio. Guty no pudo escuchar el mejor homenaje: Ortiz Tirado le cantó la que consideraba su mejor canción Rayito de sol, a cuya voz se sumaron las de Pedro Vargas, Juan Arvizu, Néstor Mesta Chayres, Fanny Anitúa y Paco Santillana. Caminante del Mayab, la canción que inició todo un género de evocación maya en la trova yucateca, fue compuesta por Guty Cárdenas y Antonio Mediz Bolio, se cuenta que en una sola ocasión en que se encontraron y se sentaron junto a una ventana a platicar y a cantar. Fue Ortiz Tirado el que la grabó por primera vez, en 1937, con la orquesta de Julio Cochard. La marca de toda la vida fue: RCA, sin embargo, lo que grabó en Peerless en los años 40 es lo que más se conoce, acompañado de la orquesta de Noé Fajardo. Antes, mucho antes, en 1927, grabó unos discos en uno de los primeros sellos mexicanos, Olympia, entiendo que en un camerino del Teatro Lírico. Hay un misterio entre esas grabaciones, pues algunas de esas canciones aparecen grabadas con una “Elvira Luz Reyes”. Hasta hoy no se sabe si se trata de Lucha Reyes cuando aún cantaba repertorio “clásico”. Bueno, era un misterio. Yo hablo como en los tiempos en que no había redes sociales. Me entero de que Elvira Luz Reyes fue una cantante tlaxcalteca, de Huamantla, y que era llamada “La voz más hermosa de México”. Otro misterio menos: ahora se sabe, gracias a que la RCA Victor ha hecho pública la lista de sus grabaciones en 78 rpm, que Ortiz Tirado grabó con esta marca 81 canciones entre 1929 y 1939. La primera de ellas, Abre tus ojos, de Tata Nacho; y, de otro lado, Flor de mayo, poema de Amado Nervo musicalizado por Mario Talavera. Sería magnífico que el libro se pudiera editar en México; así como Ortiz Tirado viajó haciendo canciones populares, Jaime Rico viajó recogiendo en su maleta todo lo que al doctor se le olvidó.

2 comentarios:

  1. La primera ocasión en que escuché el nombre de Ortiz Tirado fue en los programas radiofónicos del arquitecto Galarza. Esta semblanza, por demás fascinante e ilustrativa, me inclina a reforzar las razones por las que creo que nuestra música popular mexicana fue y es extraordinaria [y a veces misteriosa]. Gracias y saludos desde Zacatecas.

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