Quizá la
radio sea el medio que de por sí es más poético. Más que el cine, el libro o el
Internet. Una voz solitaria recorriendo el espacio para llegar a unos oídos
atentos. Puede ser que ya en la antigüedad alguien haya imaginado esta
posibilidad. De hecho, los oráculos son más o menos el antecedente de una transmisión
radiofónica. Y los programas de radio guardan algo de ese halo de verdad. Pero
lo poético se acaba pronto; apenas se sabe que la radio es una forma de
transmisión por ondas electromagnéticas y que se encuentra dentro de un
espectro, lo que provoca que tan delicada forma de comunicación se llene de
inmediato de leyes, abogados, empresas, anuncios, investigaciones
socioeconómicas, teorías, ¡ah! y sobre todo profecías sobre su fin. Las nuevas
generaciones no oyen radio, tantas cosas comienzan a sustituirlo. Pero esas
predicciones llevan algo más de cincuenta años ensombreciendo esta actividad, y
en realidad la radiodifusión ha encontrado su lugar a lado de otros como los
diarios (ésos sí parece que serán sólo virtuales en el futuro, con podcasts que
serán parte de la oferta radiofónica), la televisión, etc. En este libro lleno
de sugerencias, que es producto de un seminario académico dedicado íntegramente
a la radio, me entero de varios aspectos. En primer lugar de la utilidad
estratégica que la investigación de la radio ha tenido dentro del poder. El
gobierno estadounidense pagó al sociólogo austriaco Paul Felix Lazarsfeld
(1901-1976) por monitorear todo tipo de opiniones y reacciones del público de
radio. Sus preferencias, horarios, gustos musicales, ganas de bailar, grado de
credulidad, deportes favoritos… No sé si en México existieron este tipo de mediciones,
las cuales serían fascinantes para la evocación. Pues podríamos imaginar un
hogar cualquiera los jueves a las seis de la tarde con una gran claridad.
Cuando el gobierno de los EU vio la reacción del público ante la famosa
adaptación radiofónica de La guerra de
los mundos y supo que antes del primer corte comercial ya se habían
aterrado 1,200,000 radioescuchas, supo que este fenómeno no tenía que pasar
inadvertido. Nos queda la idea de que gran parte de las palabras que salen del
aparato de radio mueren sin ser comprendidas. Tendríamos que hacer una
encuesta. Pero también podemos ayudarnos de un medio mucho más susceptible de
ser releído –el Internet– y sabremos que aún así el fenómeno de los rumores es
tanto o más preocupante que en tiempos de Orson Wells. Me entero de los
conceptos de arte sonoro del filósofo Rudolf Arnheim, pero sobre todo de los
ensayistas pioneros que trataron el tema de la radio, Alfonso Reyes, Salvador
Novo, Gaston Bachelard, y especialmente el maravilloso Bertolt Brecht. Le dice
medio de información y no de comunicación, pues no permite el intercambio de
datos, sino la yuxtaposición de un oído y una boca. Y la sociedad burguesa que
produce esta relación es feliz con la radio. Miren: la burguesía presenta las
cosas y las situaciones sin mostrar sus consecuencias, se esfuerza por mostrar
fenómenos que no tienen consecuencias y que no provienen de nada. Todo esto
dentro de una idea de cultura cuya culminación ha terminado. Y la radio –Brecht
veía claramente las consecuencias– educaba un público, pero no le daba el papel
de educador jamás. Que la radio oiga. Es una petición sensata, y justo por eso,
continuamente hecha a un lado.
Virginia
Medina Ávila y José Botello Hernández. Homo
Audiens. Conocer la radio: Textos teóricos para aprehenderla. México,
UNAM-FES Acatlán, 2013.
Querido Pável mil gracias por haberme hecho digna del privilegio de tus comentarios. Abrazo
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