miércoles, 22 de junio de 2016

Octavio Paz y la poética de la historia mexicana, de David A. Brading


 
Este libro es una oportunidad para reflexionar, junto con su autor, acerca de la relación de Octavio Paz con la Historia. Una relación compleja, pues Paz siempre se acercó a ella con los ojos del poeta, y trató de explicar sus procesos con imágenes literarias. Una muy bella es “el laberinto de la soledad”, imagen que de por sí daría para meditar aun sin saber si se refiere a los mexicanos. Sin embargo, para referirse al presidencialismo de nuestro país, Paz habló de una “pirámide” que los mexicanos ocultamos en nuestro interior. Es decir, la herencia de los emperadores prehispánicos que nos determina y nos hace necesitar de un moderno tlatoani. Sin embargo, esta imagen no permite ver el funcionamiento real de la política pues hace del poder un concepto impenetrable y sin historia. Pero el poder es un proceso, pues la pirámide se debe de construir. Es un consenso, una construcción de acuerdos, por lo que antes de que el PRI eligiera sus candidatos se tenían que conocer las posturas de los sectores que lo formaban. Sin esos acuerdos, difícilmente se podría construir esa pirámide. Vista así, la imagen pierde su eficacia para explicar un fenómeno histórico. Es cierto que las imágenes y las metáforas son un recurso usado por historiadores, pero sólo como recursos de corto alcance, que no sustituyen el proceso de la economía o de la historia. Paz, por su parte, concibe sus imágenes como forma profunda de la Historia. Alfonso Reyes había hablado de que los mexicanos llegamos tarde al banquete de la civilización. Con lo que sugería que nuestra cultura comenzó cuando el mundo occidental ya había dado sus mejores frutos. Paz tomó la idea como punto de partida, pero modificó sustancialmente los supuestos. Dijo, al ganar el Premio Nobel, que los mexicanos éramos finalmente contemporáneos de los demás hombres. Eso equivale a decir que una civilización (la europea, Estados Unidos) lleva el reloj correcto de la Historia. Pero además de conservar el eurocentrismo, esta afirmación supone que los intelectuales anteriores no eran contemporáneos de los demás hombres. Una afirmación que pretendía desconocer las grandes polémicas intelectuales de los siglos XVIII y XIX, cuando los jesuitas escribieron para contestar a los autores europeos que descreían del valor intelectual de América. Y a los liberales, como Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano, que lucharon contra el colonialismo intelectual de España. Por cierto, Brading señala una aspecto del que no se han percatado muchos críticos de la obra de Paz: que el poeta no trató jamás de Benito Juárez. ¿Qué significará esta omisión, viniendo del nieto de un juarista? ¿Que daba por hecho su valor histórico? ¿o que no quiso desafiar el pensamiento de su abuelo? Ciertamente, no les concedió valor a los intelectuales mexicanos del XIX, como se puede observar en el libro Los hijos del limo. El pensamiento de Paz sobre la Historia de México supone un “subsuelo psíquico” con experiencias que se van sepultando en él. Sin embargo, al constituirse como ideas con una vida propia y con un poder de manipulación sobre los individuos particulares, suena como a una versión moderna del platonismo aplicado a la Historia de nuestro país.

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