Pável Granados
A Mariano José de Larra (1809-1837) lo recordamos
por haber escrito una larga serie de artículos en los que retrataba a los españoles
de su tiempo. Algunos lo recuerdan por sus obras teatrales y por sus poemas.
Los especialistas en su obra se ocupan, pero no aconsejan la lectura, de sus
artículos políticos, pues su realidad nos queda tan lejos que nos perderíamos
entre cientos de nombres y de circunstancias. Resulta interesante saber que los
artículos de Larra se leían y se comentaban en los cafés de la España de entre
1828 y 1836 (fue uno de los escritores más populares en esos ocho años).
Anteriormente, se publicaban largos artículos que ocupaban amplias planas, y
para leerlos se necesitaba mucho tiempo libre. De ahí que sólo los aristócratas
y la alta burguesía tenía tiempo de hacerlo. Por el filósofo Walter Benjamin
sabemos que la costumbre de leer las noticias y comentarlas en los cafés fue
una de las grandes modificaciones de la sociedad europea del XIX. Para que eso
fuera posible, se tuvo que pensar en mostrar muchas noticias en poco espacio, y
artículos más o menos breves con opiniones actuales. Por la necesidad de hablar
y de comentar, los cafés fueron el sitio de la conspiración (aunque se hablaba
de todo, y los artículos de Larra se refieren lo mismo a las costumbres
españolas que al teatro). Los españoles de entonces querían ver cómo eran sus
contemporáneos, se divertían mirando los defectos de los otros. En ese sentido,
no hemos cambiado mucho. Si acaso, se escriben muchos artículos más, pero la
esencia de la opinión en las revistas o en el Internet es la misma. “El
costumbrismo” se encuentra muy desacreditado, y realmente no pensamos si lo
consumimos sin saberlo. Acaso es que pocos de los textos que podrían ser calificados
de este modo tienen la calidad para ser considerados literarios. Larra
describió su tiempo con ironía. Es decir, con una mirada que nos hace reír.
Pero a él mismo, no lo sabemos. La ironía tiene muestra un lado y nos oculta
otro. Difícil saber qué oculta en realidad. En este caso, una rotunda amargura.
Acerca de los españoles, no se ríe de ellos ni con ellos, es decir, no comparte
la diversión por más que sus lectores así lo supusieran. Lo que está fuera del
alcance de la lectura es cómo se fue gestando la inconformidad. Quizá, porque
fue un afrancesado que no pudo estar en Francia el tiempo que quiso. El día de
muertos de 1836, su crónica trata de cementerios, y aún tiene fuerzas para
reírse. No ocurre así unas semanas más tarde, en la Nochebuena de ese año.
Larra se desdobla para entablar un diálogo imaginario con su criado. Lo que su
álter ego le dice es irrebatible: “Tú buscas la felicidad en el corazón humano,
y para eso le destrozas, hozando en él, como quien remueve la tierra en busca
de un tesoro”. Sí, precisamente, como un cerdo. Lee noche y día, buscando la
verdad entre los libros, sin encontrarla: “Ente ridículo, bailas sin alegría;
tu movimiento turbulento es el movimiento de la llama, que, sin gozar ella,
quema.” No sé si todavía publicó un artículo más, pero consecuente con su
ideario, se suicidó poco después. Ya sé que fue por amor… pero algún modesto lugar
ocupará en esta decisión su oficio de escritor costumbrista.
Mariano José de Larra, Artículos varios, 2ª ed. revisada; edición, introducción y notas de
Evaristo Correa Calderón. Madrid, Castalia, 1979. (Clásicos Castalia, 70)
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