Norman Davies publicó en 2011 una historia de los reinos
europeos que ya no existen (Reinos
desaparecidos. La historia olvidada de Europa. Barcelona, Galaxia
Gutemberg, 2013). Su lectura ofrece datos de un fenómeno muy de Europa: la
inestabilidad de su geografía política, el nacimiento y la muerte de los
países. Pero ni su exposición ni su estilo son limpios; a veces se salta los
periodos más importantes y en otras ocasiones es profuso en pasajes que no
valen la pena. La época medieval la aborda extensamente y al siglo XVIII (el
más importante de Prusia lo despacha en unos párrafos). Igualmente, casi no
menciona las guerras napoleónicas que impactaron fuertemente el reino. Hay
numerosos episodios mal contados, mal redactados o escritos con inexactitudes. Por ejemplo, la toma de Königsber, de abril de 1945, durante la Segunda Guerra
Mundial, se la atribuye al general Iván Cherniajovski, cuando él había muerto
en enero de ese año. Así hay numerosos pasajes. Al llegar ala historia
contemporánea, se hace notoria su animadversión a la URSS. Queda la idea, al
leer el libro, de que sólo los rusos cometieron crímenes de guerra, y no que se
trató de un fenómeno que involucra a las naciones europeas que participaron en
la Guerra.
De Prusia se habla en el siglo XIX como una
nación imperialista y militar. Es una especie de país vago que no se sabe bien
dónde quedaba. Davies se salta por completo la Guerra Franco Prusiana. Ésa nos
toca tangencialmente porque el emperador Napoleón III le quitó su apoyo a
Maximiliano en México para dedicarse a los preparativos de su guerra contra
Prusia, en 1870.
Desbrocé el capítulo de Norman Davies dedicado a
Prusia y agregué datos que no contiene. Tiene su libro la ventaja de que
utiliza fuentes inaccesibles en español y obras de autores polacos. Y la
desventaja de que falta “el color local”, pues no se habla de arte o filosofía
(Kant, por ejemplo, era prusiano). Königsberg es ahora Kaliningrado, ciudad que
pertenece a Rusia. Se dice que es una de las ciudades más peligrosas de Europa.
Y a juzgar por las fotos, una de las más bellas.
I
El primer hecho histórico que tiene que ver con
el pueblo de los prusai (“pueblo de las lagunas”), establecidos al sur del Mar
Báltico, es el asesinato del príncipe checo Adalberto, en 997, cuando intentaba
evangelizarlos. Era un pueblo aislado por su geografía –un laberinto de lagos
entre montañas llenas de pinos–, por lo que estuvieron ajenos a los
acontecimientos históricos de la temprana Edad Media.
Luego de la invasión mongola a Moscú, en el
siglo XIII, los germanos colonizaron las zonas devastadas, lo que hizo que se
enfrentaran con los prusai, intentando contener sus frecuentes incursiones.
II
Por otra parte, la Orden Teutónica (fundada en
el siglo XII para convertir infieles en Tierra Santa) se lanzó a Jerusalén
durante la Quinta Cruzada pero fue expulsada en 1225, cuando los sarracenos
tomaron el puerto de Acre, en el Mediterráneo. Gracias a su influencia sobre el
Papa, Hermann von Salza, líder de la Orden, logró que se le concediera (1226)
el dominio de la región de Mazovia (hoy Polonia), con el fin de combatir a los
paganos. Rápidamente, el Estado de la Orden Teutónica (Ordenstaat) organizó una feroz maquinaria estatal que en realidad
sirvió para exterminar a los prusai, y que atrajo a una gran cantidad de
campesinos flamencos y alemanes, que sirvieron como mano de obra para poder
financiar la guerra contra los infieles.
Las Cruzadas del Norte, como se le llamó a la
conquista de Borussia, tardó seis décadas (culminó en 1283) y se trató de una
guerra sangrienta: si bien los prusai asaban vivos, en su armadura, a los
invasores, ellos terminaron por ser exterminados. Conforme avanzaban, los
cruzados fueron fundando ciudades: Frombork (lugar natal de Copérnico, y
primera ciudad en alcanzar el status de prusiana),
Königsberg y Malbork –en donde se encuentra uno de los castillos más
impresionantes de Europa, fundado en 1274–. En 1291, esta última ciudad fue
elegida como su capital, la cual fue trasladada, 18 años más tarde, a Mariemberg.
(Finalmente, la capital se instaló en Königsberg, a partir de 1459.)
La conquista de Borussia terminó en 1283, cuando
cayó Ełk, la ciudad más oriental. Han sobrevivido restos de la lengua de los
prusianos, llamada por los lingüistas “antiguo prusiano”, la cual se comenzó a
escribir en alfabeto latino a partir del siglo XIII. Éste es el Epigrama de Basilea, uno de los textos
más antiguos en esa lengua:
¡Hola,
señor!, ¡ya no eres un tipo amable!
Quieres
beber pero no quieres dar ni un centavo.
Entre 1545 y 1561 todavía aparecieron tres
catecismos en Königsberg con el fin de convertir al protestantismo a los
últimos prusianos.
Germanizar el territorio fue un proceso largo:
aunque la mayoría de los colonos hablaban alemán, la lengua administrativa fue
el latín; una vez que los prusai fueron bautizados, la campaña para eliminar su
cultura decayó, así que quedaron bastantes rastros suyos (como los topónimos y
algunas comunidades de hablantes).
III
Mientras los teutones peleaban contra los
prusai, no había tanto problema con los vecinos polacos. Pero a partir del
siglo XIII, comenzó la pugna por el río Vístula, que era el acceso de los
polacos al mar.
Por otra parte, la corona de Polonia cayó en
manos de la dinastía premislida, que gobernaba desde Hungría, por lo que no se
preocupó en absoluto de los problemas bálticos. Entonces, un grupo de magnates
de la región de Pomerania (región costera compartida actualmente por Alemania y
Polonia) decidió transferir su lealtad a Brandeburgo (el reino situado del lado
oeste). Como reacción, otro grupo de magnates fue a pedir ayuda a los teutones
para defender la ciudad de Gdańsk (Danzig), un puerto estratégico de la región.
Así, los teutones pasaron de pelear contra los paganos a luchar contra sus
correligionarios católicos. Las Cruzadas continuaron en el norte de una manera
casi automática, y el Estado Teutón fue creciendo hasta llegar a la actual
Estonia, incorporando varias ciudades a la red comercial que parte de Londres,
pasa por el Báltico y llega hasta Rusia, y que es conocida como Liga Hanseática
(hansa: gremio en alemán). La fama de
Prusia se extendió, entonces, por el mundo. El caballero de Los cuentos de Canterbury estuvo en
Prusia:
El Caballero era un hombre distinguido. Desde los inicios de
su carrera había amado la caballería, la lealtad, honorabilidad, generosidad y
buenos modales. Había luchado con bravura al servicio de su rey [en referencia a la Guerra de los Cien Años].
Además había viajado más lejos que la mayoría de los hombres de tierras paganas
y cristianas. En todas partes se le honraba por su bravura. Había estado en la
caída de Alejandría [1365]. Casi
siempre se le otorgó el lugar de honor con preeminencia a los caballeros de
todas las otras naciones cuando estuvo en Prusia. Ningún otro caballero
cristiano de su categoría había participado más veces en las incursiones por
Lituania y Rusia (“Prólogo general”).
El rey de Polonia, Casimiro el Grande, se dedicó
a organizar sus posesiones: entre 1333 y 1370 incorporó Rutenia Roja y cedió
Silesia al Sacro Imperio Romano Germánico. La sobrina de Casimiro, la reina
Eduviges, heredera del reino, se casó a los diez años con Vladislao II
Jagellón, el Gran Duque de Lituania, en 1386. Con esta unión, Polonia pasó a
formar una unión personal con el Gran Ducado de Lituania, el país más grande
que ha existido en Europa (una “unión personal” es una figura jurídica mediante
la cual dos estados comparten el mismo jefe de estado sin que exista una
integración política entre ambas naciones). En el fondo, el acercamiento de
estos países había sido causada por la amenaza constante del Estado Teutón.
Desde entonces, “la dinastía jagellona se propuso deliberadamente cavar la
tumba de la Orden”.
El 15 de julio de 1410 se libró la Batalla de
Grünwald (también conocida como Batalla de Tannenberg) entre Polonia y los
Caballeros Teutónicos. La batalla marcó la derrota de los teutones, quienes
pasaron de ser un ejército invencible a estar a la defensiva.
La Batalla puede ser vista como la confrontación
entre dos puntos de vista; por un lado, los Caballeros Teutónicos ocultaban su
rapacidad bajo la teoría de la supremacía papal y pertenecían a la tradición de
la cruzada brutal. Los Jagellones tenían en su reino una gran pluralidad de
creencias religiosas y deploraban la tradición de las cruzadas (entre las
tropas que pelearon en Grünwald hubo, incluso, contingentes musulmanes). En el
Concilio de Constanza, convocado en 1413, los Caballeros Teutónicos acusaron a
los Polacos de albergar paganos, pero la acusación fue desatendida. Ya
comenzaba a notarse el declive de su poder.
IV
El Estado Teutón se agrietaba; para reforzar su
maquinaria bélica, aumentó los impuestos a un grado que las ciudades
comerciales buscaron huir y se pusieron bajo la protección del rey polaco. Esto
desencadenó la Guerra de los Trece Años (1454-1466), que terminó con una nueva
derrota para los teutones. La firma del Tratado de Toruń (1466) partió en dos
el Estado Teutónico: la parte occidental es llamada desde entonces Prusia Real
(que incluía Gdańsk) fue devuelta a Polonia; la parte restante tomó como
Königsberg como capital.
No es muy conocida la historia de la Prusia
Real, aunque tuvo un esplendor de trescientos años, y una ideología basada
ideales de derecho y de libertad. Prosperó la ideología que consideraba a los
sármatas (un antiguo pueblo iraní) como antecesor común de prusianos, polacos y
lituanos, y que se usó como una barrera frente a las ideas absolutistas que
llegaban del este. Esta ideología tomaba a Polonia como una nación protectora y
como antagonista al estado prusiano gobernado desde el siglo XVIII por la
dinastía Hohenzollern. De la misma manera, presentaba a los antiguos prusai
como “nacidos para la libertad”. La Prusia Real del siglo XVIII se centró en la
figura del historiador Gottfried Lengnich (1689-1774).
V
Luego del Tratado de Toruń, los Caballeros
Teutónicos fueron perdiendo su razón de ser: ya no había paganos que convertir.
Además, el Tratado obligaba al Gran Maestre de la Orden a rendir homenaje al
Rey polaco, lo que fue visto como una práctica humillante. Por entonces, Martin
Lutero comenzaba su lucha contra Roma. No se imaginó que los Teutones serían
muy receptivos a sus tesis, y que muy poco tiempo después, se convirtieran al
protestantismo. Alberto de Hohenzollern (o Alberto de Brandeburgo, 1490-1568),
dimitió a su investidura de 37º Gran Maestre, y su Orden se retiró al norte
(actual Letonia). Posteriormente, se dirigió a Polonia para proclamar su
fidelidad al rey Segismundo I (10 de abril de 1525), con lo cual Prusia se
convirtió en un Ducado, y en el primer estado en abrazar el protestantismo. El
duque Alberto regresó a Prusia para ser aprobado en sus tierras: “El día 31,
durante la última sesión, un noble que se hacía llamar El Viejo Peregrino cortó la cruz negra de la capa de uno de los
caballeros, Caspar Blum[e]nau. Con aquel gesto, la Orden Teutónica cesó de
existir en Prusia” (Janusz Małłek, Las
dos partes de Prusia: Estudios de la historia de Prusia y Prusia Real en los
siglos XVI y XVII, 1987).
El rey Segismundo I tenía dos opciones: mandar
la Orden a Ucrania en una cruzada contra los tártaros o formar el Ducado. Pero
la Orden ya no tenía gran potencial bélico, así que se decidió por el Ducado,
pensando que con el tiempo se podía crear una unidad polaco-prusiana duradera.
Sobre el Estado Teutónico, puede decirse que algunos historiadores alemanes de
finales del siglo XIX lo idolatraban por su doctrina del valor supremo del
Estado y la subordinación de los ciudadanos a sus propósitos.
Por el contrario, los escritores polacos tienen
una visión menos entusiasta. En la visión alemana parece esconderse el oscuro
presagio de la ideología nazi.
VI
La Unión de Lubin (1º de julio de 1569)
reemplazó la unión personal de Polonia y el Gran Ducado de Lituania, y creó la
Mancomunidad de Polonia-Lituania (o República de las Dos Naciones, como se le
llamaba entonces). Las posteriores interpretaciones nacionalistas impiden ver
que personajes prusianos como Alberto de Brandeburgo eran mitad alemanes y
mitad polacos. Su conversión al protestantismo le permitió casarse con Dorotea
de Dinamarca, con quien engendró una numerosa familia. Durante su largo reinado
de 43 años, la ciudad de Königsberg floreció y se convirtió en la capital del
Ducado. Si bien, todas las clases sociales se habían unido para desembarazarse
de Roma, apenas lo lograron, afloraron las divergencias de sus intereses y los
distintos estratos (campesinos, ciudadanos y nobles) se enfrentaron en la
Guerra de los Campesinos Alemanes (o Revolución del Hombre Común, 1524-1525).
Las clases dominantes reprimieron sangrientamente esta rebelión. En Prusia, le
tocó hacerlo al duque Alberto. Más adelante, los Estados Luteranos formaron la
Liga Esmalcalda para enfrentarse al emperador Carlos V (1546-1547) que culminó
con la Paz de Augsburgo (1555) y que permitió a los Príncipes alemanes imponer
su religión a sus súbditos, por lo que Prusia tuvo la libertad de imponer el
luteranismo. Hacia 1566, ya anciano, se dejó llevar por las intrigas de Paul
Scalich, un humanista croata recién llegado a Prusia. Scalich intrigó contra el
confesor del Duque, Johann Funk, y lo convenció para que lo condenara a morir
decapitado. Alberto pretendió inútilmente unificar las dos líneas de su
dinastía, pero una de las ramas era firmemente católica.
Las dos Prusias orbitaban alrededor de Polonia:
la Prusia Real estaba habitada mayormente por polacos, y la Prusia Oriental era
un ducado polaco. Pero una vez que murió Alberto de Brandeburgo, las dos ramas
de los Hohenzollern (los prusos y los alemanes) comenzaron a acercarse. La
razón fueron los males mentales del sucesor, Alberto Federico, “aquejado de una
alienación mental profunda”, quien gobernó otro medio siglo (1568-1618). Como
murió sin un heredero varón, la independencia del reino peligraba, así que los
Hohenzollern berlineses se acercaron al Rey polaco para lograr ciertas
prebendas: actuar como herederos legales del reino si el Duque quedaba
incapacitado, nombrar un virrey berlinés en Prusia, y desposar a la hija mayor
del Duque, Ana, con Juan Segismundo I (noble de la región de Brandeburgo). Éste
asumió el poder a la muerte de su suegro, pero murió apenas un año después. Sin
embargo, el matrimonio de Ana y Juan Segismundo formó una unión personal entre
Prusia y Brandeburgo, que fue gobernada por su hijo Jorge Guillermo I de
Brandeburgo (1619-1640). La fusión de los Estados de los Hohenzollern fue al
mismo tiempo un giro de la presencia polaca a la alemana. (Hay que considerar
que estos hechos sucedieron cuando Segismundo III Vasa, Rey de Polonia desde
1587, estaba más interesado en conservar el trono de Suecia, heredado por su
padre).
VII
La sucesión prusa tuvo ciertas dificultades. Los
enviados polacos quisieron condicionar la investidura de Jorge Guillermo. Pero
las negociaciones se cortaron de pronto y el rey Segismundo aprobó el
nombramiento del Duque, pues era obvio que necesitaba el apoyo de Prusia en su
enfrentamiento con Suecia. Es el inicio del Estado Brandeburgo-Prusia.
VIII
Durante 36 años (de 1621 a 1657) el Ducado de
Prusia fue gobernado desde Berlín, capital de Brandeburgo, es decir, durante la
Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Esta guerra fue un enfrentamiento entre
católicos y protestantes, llevado mayormente en el territorio de la actual
Alemania. Jorge Guillermo quiso permanecer al margen, pero el rey Gustavo
Adolfo de Suecia –su cuñado–, lo arrastró a pelear aunque su ejército era muy
pequeño. Como consecuencia, Prusia recibió grandes estragos. Terminó agotado
luego de esta guerra, prácticamente se retiró, y a su muerte, su único hijo
varón lo sucedió, Federico Guillermo I de Brandeburgo (reinó de 1640 a 1688)[1],
conocido como el Gran Elector (Elector, porque era parte del colegio electoral
que nombraba Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico). Sin embargo, su
caso tenía una característica particular: como Elector de Brandeburgo, dependía
de los Habsburgo, que gobernaban el Sacro Imperio; y como Duque de Prusia, era
vasallo del reino de Polonia. ¿Cuál era la lealtad más importante? Varsovia, la
corte del rey Ladislao IV Vasa estaba a un día de viaje de Königsberg, era su
ciudad favorita, por lo que al principio fue un gobernante cercano a Polonia.
Entre sus características mencionemos: su conversión al calvinismo (la versión
ascética del protestantismo) que le hizo ver que la pluralidad religiosa de
Polonia tenía ventajas indudables; sabía que Polonia era un estado vulnerable,
por lo que fortaleció su ejército; se dio cuenta de que a los estados pequeños
los salvaba una política fiscal eficiente. En resumen: alentó una mezcla de
tolerancia, militarismo y mercantilismo. Resultante de su política fue el
ascenso de una nueva clase de nobleza terrateniente (los junker) que se benefició de las grandes extensiones de tierra sin
cultivar. Tenían fincas inusualmente extensas (de 2 mil a 2 mil 800 hectáreas).
Sus características eran las opuestas al espíritu burgués: “patriarcal, amante
de la disciplina, partidario del régimen, conservador en lo social, capitalista
agrario, ignorante en lo cultural, devoto de su honor, deber y masculinidad, y
señor autoproclamado de su localidad natal”. Es decir, muy parecidos a los
caciques mexicanos. A partir del siglo XVIII cultivaron inclinaciones
militares.
De pronto, llegó un periodo desastroso para
Polonia: la nobleza cosaca de Ucranianos se rebeló contra la Mancomunidad
Polonia-Lituania. Aprovechando esta coyuntura, Suecia “inundó” Polonia con su
ejército, de ahí que el periodo se recuerde en la historia polaca como “La
Inundación” (1655-1660). En medio de rapiña, plagas y enfermedades, murió la
cuarta parte de la población polaca, y el rey Juan II Casimiro Vasa tuvo que
huir. Mientras tanto, Prusia pretendía mantenerse neutral, pero poco después,
en 1656, el rey Carlos X Gustavo de Suecia, que reclamaba la corona polaca,
invadió Gdańsk. La invasión se presentó como una “cruzada protestante”, de ahí
que Federico Guillermo I se decidiera a apoyar a los suecos a cambio de que
ellos reconocieran a Prusia como un estado soberano e independiente. No
obstante, al año siguiente volvió a crecer el poder de Polonia; Federico
Guillermo I aceptó dejar su alianza con Suecia, siempre y cuando los polacos
respetaran la soberanía de Prusia.
IX
De 1657 a 1701, el Ducado de Prusia fue un
Estado independiente vinculado mediante una unión personal al Estado imperial y
dependiente de Brandeburgo. Aunque no cambió de título, Federico Guillermo era
ya un monarca. A solicitud de un noble de Brandeburgo, Joachim Fredrich von
Blumenthal, el Duque eximió de impuestos a los militares a cambio de que éstos
renunciaran su derecho de reunirse en las asambleas del Sacro Imperio Romano
Germánico (recordemos que Brandeburgo formaba parte de la Dieta –o asamblea–
del Sacro Imperio). Pero ese privilegio fue recibido con resentimiento por los
nobles prusos. Por otra parte, el pueblo pruso anhelaba el vínculo con Polonia,
y el acercamiento hacia Suecia era igualmente visto con rechazo. El Duque era
visto como “un foráneo” que pretendía gobernar desde Berlín, así que los nobles
prusos se resistían a financiar a las demás provincias con las que no tenían
más conexión que la dinástica. “¿Debemos exprimir hasta la última sangre de la
nobleza prusiana aunque no tenga nada que ver con el Sacro Imperio?”, se
preguntaban.
En el contexto de la Guerra Franco-Neerlandesa,
Suecia atacó sorpresivamente Berlín (1675). La circunstancia fue la siguiente:
Suecia y Francia habían hecho frente común contra las Provincias Unidas (los
actuales Países Bajos). Como las Provincias Unidas habían hecho alianza con
Brandeburgo, el rey Luis XIV de Francia pensó que la mejor manera de debilitar
a Holanda era atacando a Brandeburgo. Apenas se enteró el Gran Elector, viajó
rápidamente desde Prusia (250 kilómetros en 10 días). El 28 de junio de 1675,
Federico Guillermo derrotó a los suecos en Fehrbellin (a 60 kilómetros de
Berlín), dando el mensaje de que una nueva potencia nacía en Europa. Hasta
1918, el 28 de junio fue de fiesta en Berlín. Tres años más tarde, los suecos
intentaron atacar nuevamente, pero Prusia tenía un ejército permanente de 40
mil profesionales. Mientras tanto, Polonia-Lituania se recuperaba bajo el
dominio de Juan III Sobieski. Éste fue uno de los grandes militares europeos
del siglo XVII. Pensaba que Polonia había actuado bajo presión al reconocer la
independencia de Prusia, y juró volver a someterla. Pero fue entonces que los
turcos invadieron Polonia, y sus preocupaciones se volcaron del lado del
Danubio. Federico Guillermo I murió en 1688 al frente de un estado cada vez más
fuerte, sin haber recibido presiones de Polonia. Su hijo Federico, que heredó
el Ducado de Prusia, tenía como su adversario a Augusto II el Fuerte, que
además de ser su oponente en el Sacro Imperio (era Elector de Sajonia), se
coronó Rey de Polonia. En 1700, el Rey sueco, Carlos XII, pretendía renovar la
Guerra del Norte como parte de la política expansionista de Suecia. Se
preparaba un momento de gran tensión: los países se alistaban para la guerra, y
Federico pensó que era el mejor momento para vender caro su posición
estratégica. En este contexto, decidió elevar su categoría a la de Rey.
Pero el título tenía, en el siglo XVIII, una
enorme fuerza de legitimidad. Se tenía que negociar con Leopoldo I, Emperador
del Sacro Imperio. Federico mandó a Charles Ancillon, líder de la comunidad de
franceses protestantes (hugonotes) en Berlín, como su negociador. Era necesario
que el Duque de Prusia gozara de los derechos de un Estado independiente.
Además, si el Elector de Sajonia había sido investido Rey en Polonia, ¿por qué
no lo podía ser un Hohenzollern? A cambio de tener un aliado contra Francia, se
autorizó la coronación del Duque. Sólo faltaba el nombre: no podía ser Rey de
Brandeburgo, porque no podía haber un Rey en el Imperio. Tampoco podía ser Rey
de Prusia, porque la mitad de Prusia estaba en territorio polaco… Se decidió
por la forma: Federico I sería Elector de Brandeburgo con reino en Prusia: Rey en Prusia. Para su
coronación en Königsberg (18 de enero de 1701) se requirieron mil 800 carros, 3
mil caballos y 200 cortesanos que llegaron desde Berlín, los cuales viajaron
por 650 kilómetros sin pavimentar. El Rey se puso la corona y fue bendecido por
ocho obispos nombrados por él, para que la corona tuviera “origen divino”.
Luego, el Rey coronó a su esposa, la reina Sofía Carlota, quien “siendo una
mujer muy intelectual, percibió aquel acontecimiento como una farsa”. Comenzó
el banquete, y se repartieron entre la gente 6 mil táleros de plata. Las fiestas
siguieron por tres meses. El evento le costó al Rey 6 millones de táleros.
Federico I era un monarca pretencioso, imitó la etiqueta de la corte española,
rodeó su palacio de guardias suizos. Para sacar fondos, puso impuestos a las
pelucas, a los vestidos, a las cerdas de puerco. Incluso, quiso recurrir a la
alquimia para obtener oro. Era importante que quedara muy claro que era un Rey:
si a alguna persona se le escapaba llamarlo “Elector” tenía que pagar una multa
de un tálero. Además, cada sitio que era pisado por los Hohenzollern pasaba de
inmediato a llamarse “prusiano”. Incluso Berlín llegó a ser llamado prusiano.
En 1704, dos químicos, Heinrich Diesbach y Johann Conrad Dippel, descubrieron
accidentalmente un nuevo pigmento azul en Berlín. Aunque técnicamente estaban
en Brandeburgo, le pusieron “azul de Prusia”, y se convirtió en uno de los
secretos mejor guardados en la química de los colores.
“Prusia” volvió a significar algo distinto.
Antes era un sitio, ahora era una dinastía. Frente a Prusia, Rusia también se
jugaba su destino en el resultado de la Gran Guerra del Norte: Pedro el Grande
fundó San Petersburgo en 1712 para tener una “ventana al occidente”, y sería la
capital del imperio por 200 años.
X
Prusia puede ser el reino que comenzó en 1226 y
que se consideró liquidado en 1947. Pero también puede ser el Reino de los
Hohenzollern. De hecho, esta dinastía tuvo a un grupo de historiadores
trabajando para ella, la Escuela de Prusia, entre los que se cuentan a J.G.
Droysen (1808-1840), Heinrich von Sybel (1817-1895) y Heinrich von Treitschke
(1834-1896). Eran defensores de la misión histórica de los Hohenzollern: el
protestantismo prusiano en oposición al catolicismo austriaco. Celebraban a los
Caballeros Teutónicos y concebían a Prusia como el país de los Hohenzollern.
Finalmente, su ideología se dedicó a cimentar la idea de que Prusia y Alemania
eran la misma cosa. Su interpretación consistió en centrar su punto de vista en
Berlín. Hay que decir que los países que compartieron la historia de Prusia desaparecieron:
Pedro el Grande redujo a Suecia (1721), Sajonia perdió importancia a partir de
1763 al separarse de Polonia-Lituania, estado que se hundió también durante las
Particiones de su territorio (1773-1779), y el Sacro Imperio Romano se hundió
en 1806, durante las Guerras Napoleónicas. Prusia quedó entonces sólo con
Austria en la disputa de la supremacía del mundo alemán. Treitschke fue uno de
los ideólogos del belicismo prusiano; escribió: “Lo único que importa en un
Estado es el poder, y quien no sea lo bastante hombre para mirar esta verdad a
la cara no debería meterse en política”. Friedrich von Bernahrdi (1849-1930),
discípulo suyo, escribió obras políticas que alimentaron fuertemente la
ideología prusiana en la Primera Guerra Mundial. De él es esta frase: “La
guerra es una necesidad biológica”.
A principios del siglo XVIII, Prusia y Rusia
tenían cierta analogía. Prusia todavía no podía desafiar al Sacro Imperio, y
Rusia no lograba abrirse paso al mar Báltico. Pero lo impresionante de la
historia prusiana es el modo en que en pocas generaciones se convirtió en una
de las grandes potencias de Europa. “Dicha transformación está rodeada de un
aura casi milagrosa”. Puede resumirse en cinco periodos: I) reconocimiento
internacional (Tratado de Nystad, 1721); II) hazañas bélicas de Federico II el
Grande (1740-1786), quien se declararía Rey de Prusia; III) renacimiento del
reino luego de que Napoleón casi lo aniquilara; IV) impresionantes avances
territoriales en el Congreso de Viena (1815), gracias a los que se cimentaría
su posterior preeminencia industrial; V) las tres guerras de Otto Bismarck, que
convirtieron a Prusia en la potencia militar suprema de Europa. El cénit de
Prusia llegó en 1871 tras la victoria en la Guerra Franco-Prusiana, cuando, en
la Galería de los Espejos de Versalles, el Rey de prusiano fue declarado
emperador de Alemania. Por el contrario, el peor momento ocurrió en 1758,
cuando el ejército de la emperatriz Isabel I de Rusia tomó Königsberg, durante
la Guerra de los Siete Años (conflicto el que Prusia y Rusia se disputaban la
región polaca de Silesia). El rey Federico II perdió la mitad de sus tropas y
huyó al ver casi aniquilado su reino, pero en 1762 ocurrió el llamado “Milagro
de la casa de Brandeburgo”: la emperatriz murió y su sucesor, Pedro III, gran
admirador de Prusia, retiró a Rusia de la guerra. Este renacimiento causó miedo
en los demás Estados europeos.
La historiografía estadounidense ha mantenido la
reticencia ante Prusia al unir su militarismo decimonónico con el nazismo,
concibiendo a este último como una culminación. Hitler sería así una la
consecuencia de Prusia –aunque no era prusiano. Norman Davies afirmar que, al
convertir a Hitler en el tirano máximo, se ha desactivado a otros tiranos,
otras víctimas y otras tragedias. Entre ellas, la tragedia de Prusia. La
“visión aliada” otorga a Rusia una visión relativamente benigna. Como fue un
país que luchó con los aliados en el siglo XX, de manera retrospectiva no se le
juzga con los mismos estándares que a Prusia y a Alemania. Sin embargo, el
militarismo pruso y su expansionismo no se compara con el de la Rusia del siglo
XIX. Una vez que desapareció la Mancomunidad Polonia-Lituania, Prusia quedó
frente a Rusia, y el miedo ante esta potencia alimentó muchas posturas prusianas.
Del mismo modo, los rusos odiaron el elemento prusiano dentro de Alemania. Las
relaciones ruso-prusianas se vuelven fundamentales en el largo episodio que
lleva a la destrucción de Prusia. Este contexto es el que se encuentra en el
libro del historiador australiano avecindado en Cambridge, Christopher Clark, El reino de hierro: Auge y caída de Prusia,
1600-1947 (2006), un libro llamado “fascinante” por la crítica.
Sin embargo, Davies le critica que su punto de
vista es el del liberal berlinés del siglo XXI: no cuenta la historia de “todas
las Prusias” sino sólo el de los Hohenzollern, es decir, sólo el punto de vista
alemán.
XI
En el siglo XIX, Prusia se extiende desde
Aquisgrán (la ciudad más occidental de Alemania) hasta Tilsit (ciudad rusa en
el actual Oblast de Kaliningrado). Era la principal potencia de Europa y tenía
un enorme complejo de industria militar. Frente a Prusia, estaba Rusia, el
estado más grande del mundo, lleno de ambiciones. Cuando estas circunstancias
se hicieron obvias, Prusia adoptó la política de no confrontación: Prusia no
volvió a pretender expanderse hacia el este. En su testamento, el emperador
Guillermo I de Alemania, escribió a su hijo: “Jamás provoques a esos bárbaros
rusos”. Sin embargo, era un conflicto inevitable.
Por otra parte, la expansión de Prusia hacia el
oeste acentuaba su carácter multinacional. En 1800 el 40% de la sociedad era
eslava; posteriormente, fue descendiendo, lo que hizo crecer el nacionalismo
alemán. Los Hohenzollern veían con recelo la unificación alemana, en primer
lugar por sus diferencias con Austria, y en segundo, porque sus pretensiones
monárquicas se oponían a los modernos movimientos liberales. Mientras Berlín se
hacía poderoso, la importancia de la “Prusia histórica” menguaba.
El 18 de octubre de 1861, Guillermo I se coronó
en Königsberg, y reinó 27 años. (Existe un notable lienzo sobre este hecho, del
pintor Adolph Menzel, para el cual retrató a 152 de los personajes presentes
ese día). En 1862, nombró como canciller a Otto von Bismarck, quien se dedicó a
buscar la unidad alemana por nueve años. La Guerra Franco Prusiana era
inevitable: los dos imperios europeos tenían que enfrentarse. Como resultado de
la guerra, Maximiliano III, el último Rey de Francia, fue apresado, y los
liberales aprovecharon para declarar la República. La victoria de Prusia
facilitó la Unificación Alemana en 1871. En Versalles, Guillermo I fue
proclamado Emperador de Alemania. Apenas un año más tarde, decidió destituir a
Bismarck. Su carácter arrogante y voluntarioso fue “una de las causas
principales del desasosiego que imperaba en Europa en el cambio de siglo”
(William L. Langer), se decía del cancillera alemán.
“Según un juicio anónimo pero perspicaz, el
káiser era, si no el padre de la Gran
Guerra, su padrino” (Norman Davies).
XII
En 1914 Rusia y la Alemania prusiana estaban
deseosas de comenzar un enfrentamiento. Rusia se alió con Francia y Gran
Bretaña, en tanto que Alemania estaba del lado de Austria e Italia. Un viejo
general, Alfred von Schlieffen, ideo el plan que se llevó a cabo: hacer un
ataque fulminante a Francia desde el norte (invadiendo incluso la neutral
Bélgica) para luego concentrar las fuerzas en Rusia. El pretexto lo dio el
atentado contra el Archiduque de Austria-Este por el grupo serbio Mano Negra: Austria
amenazó a Serbia y le pidió incluso autorización para hacer investigaciones en
este país. Al día siguiente, el zar Nicolás II moviliza su ejército contra el
imperio Austro-Húngaro. La velocidad con que se precipitó la guerra demuestra
que las potencias llevaban tiempo planeándola. Rusia tenía un programa muy
claro: I) liquidar totalmente Prusia Oriental; II) refundar Polonia bajo
control ruso; y III) establecer una nueva frontera ruso-alemana. Pero el ataque
a Prusia Oriental fue rechazado eficazmente y luego de 1915, las tropas
alemanas arrasaron con las rusas. El Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de
1918) firmado entre Alemania y Rusia le hacía renunciar a este último país sus
derechos sobre gran parte de sus posesiones en el oeste. Sin embargo, una vez
que Alemania fue derrotada en la Guerra, Rusia desconoció el acuerdo. Los
negociadores del Tratado fueron, por parte de Rusia, León Trotzky, y, por parte
de Alemania, el general Max Hoffmann, quien fuera el artífice de la decisiva
Batalla de Tannenberg (26-30 de agosto de 1914), en la que Alemania derrotó a
Rusia. Para Hoffmann era una especie de venganza de los Caballeros Teutónicos
que habían sido derrotados 500 años antes en ese mismo lugar. No se imaginaba
que pronto el Tratado con el que humillaba a Rusia iba a ser desconocido.
Alemania había derrotado a sus enemigos y había
impuesto los términos de la paz. Por eso, es desconcertante que perdiera la
guerra. Pero el Imperio Alemán se vino abajo: estalló una revolución en Berlín,
se obligó a abdicar al káiser Guillermo II y los Hohenzollern fueron
expulsados. El “Reino de Hierro” alrededor del cual se había forjado la
personalidad invencible de Alemania, se demolió. Y los aliados victoriosos
decidieron castigarla por los desastres y el derramamiento de sangre (9
millones de muertos en los cuatro años de guerra). Por otra parte, los
bolcheviques tenían el plan de exportar la Revolución al centro de Europa. La
reanudación de la Guerra se tardaría treinta años. La abolición del Reino de
Prusia en noviembre de 1918 se suele considerar, erróneamente, el fin de la
historia de este reino. Fue el fin del reinado de los Hohenzollern, pero Prusia
persistió ahora como Estado Libre de Prusia, como parte autónoma de la
República de Weimar (1919-1933) y, más adelante, del Tercer Reich, aunque en
este caso, sólo de manera nominal. (El primer Reich fue el Sacro Imperio
Romano, y el segundo, el de la Unificación de 1871). En muchas zonas de Europa
el fin de la guerra fue vista sólo como un periodo de tregua y de tensión. En
1920, el Ejército Rojo invadió Polonia, la cual se defendió e impidió la
llegada de Lenin a Berlín. Mientras tanto, en Alemania se decía que su derrota
se debía a “una puñalada por la espalda”. Para Hitler, los judíos y los
izquierdistas habían sido los responsables de la derrota alemana al traicionar
al káiser. A pesar de que el tamaño de Prusia disminuía a causa de las cesiones
a Polonia, seguía siendo el mayor territorio de Alemania. Y un solo político,
Otto Braun, “el Zar Rojo de Prusia”, socialdemócrata, fue el ministro del
Estado Libre de Prusia a lo largo de doce años (1920-1932). Prusia tomó este
nombre durante la República de Weimar, una vez que fue abolido el Reino de
Prusia, en 1918.
Braun fue suspendido por el gobierno central
alemán en una acción conocida como “el golpe prusiano”, lo que facilitó que
fuera nombrado posteriormente Hermann Göring como primer ministro. La élite
prusiana estaba formada aún por los Junkers,
que no representaban tierra fértil para los nazis. Y aunque pocos nazis eran
oriundos de Prusia Oriental, sus ideas sí resonaron en esta zona (su odio al
acuerdo de Versalles que le daba preeminencia a la zona alemana era compartida
por los prusianos de oriente). Electoralmente, no tenía un patrón claro, si
bien los nazis avanzaron en votos, no lograron una victoria completa. En
Königsberg, los nazis obtuvieron el 36.3% de los votos. Los malestares de
Prusia Oriental eran compartidos por los bolcheviques. “La Segunda Guerra
Mundial, por ende, debía concebirse en Europa como una lucha a muerte entre dos
monstruos totalitarios. El gran Reich y la Unión Soviética eran con diferencia
las mayores potencias combatientes. Ambas aspiraban a recuperar las pérdidas en
que incurrieron desde 1914. Y su forcejeo titánico y salvaje por el frente
oriental causó quizá tres cuartas partes de los combates y las bajas.” La
situación de Prusia debe de considerarse según su situación en las cambiantes
relaciones entre Alemania y Rusia. Durante el Pacto nazi-soviético, Prusia
estuvo bajo influencia alemana. Al empezar los enfrentamientos de Hitler contra
los soviéticos, Prusia quedaría muy lejos de las operaciones alemanas. Desde
1943, Stalin fue arrasando por el oeste hasta llegar a Berlín, en abril de
1945. El Día de la Victoria, el territorio de Europa consistía en: una cuarta
parte neutral, otra cuarta parte bajo control occidental, y la mitad bajo los
soviéticos.
A finales del verano de 1944 comenzó la primera
fase de la sentencia contra Prusia. Los rusos tomaron Nemmersdorf (hoy Mayakóvskoye),
un pequeño pueblo en el este de Prusia Oriental, y causó una matanza contra la
población civil alemana (24 de octubre). Hitler se encontraba en su búnker
cerca de Kętrzyn (hoy Rastenburg, una ciudad al norte de Polonia). Stalin
pretendía llegar al Báltico por medio de la actual Lituania, al norte del
Oblast de Kaliningrado y por sus tropas en Hungría, Rumania y Bulgaria. Los
aliados tomaron Italia y Francia. La única acción de los aliados en Prusia
Oriental fueron dos devastadoras incursiones de la Royal Air Force inglesa: 480
toneladas de bombas a lo largo de cuatro noches de agosto, y 25 mil muertos. En
1941, los nazis habían invadido la ciudad de Pushkin (al sur de San
Petersburgo) y saquearon tesoros artísticos, entre los que destaca la famosa
Sala de Ámbar (55 paneles decorados con esculturas en ámbar) que Federico
Guillermo I de Prusia regaló a Pedro el Grande en 1715. Los nazis la llevaron a
Königsberg, en donde la exhibieron hasta que, durante la invasión rusa de 1944,
se extravió. La que se exhibe hoy en la Villa de los Zarez, o Tsárskoye Seló,
es una réplica inaugurada en 2003. Finalmente, a principios de 1945, los rusos
invadieron Prusia, con excepción de Königsberg, pues las fortificaciones
medievales lograron repeler al ejército soviético. En realidad, la principal
ofensiva de los rusos iba dirigida a Berlín, pero el mariscal Konstantín Rokossovski se encargó de invadir Prusia Oriental
para que ninguna de las fuerzas alemanas pudiera interferir. El Gauleiter (“Líder de Zona”, en alemán)
de Prusia Oriental obligó a la población civil a cavar trincheras (aunque nunca
investigó entre los mandos del ejército en dónde se necesitaban), hizo que los
niños y ancianos se alistaran en la milicia, y se negó a que los civiles
evacuaran la zona ante la inminente invasión rusa. Pero apenas llegó el
peligro, huyó en secreto junto con los jefes del Partido Nazi y dejó a los
ciudadanos a su suerte. El invierno, especialmente frío ese año, hizo que los
habitantes huyeran en estampida cuando el invierno era más duro. Muchos
murieron en el camino y algunos llegaron al puerto de Pillau (hoy Baltisk) a
pedir ayuda.
La Marina de Guerra (Kriegsmarine) de los nazis había preparado la Operación Cóndor, un
rescate humanitario de la población para no dejarla a merced del Ejército Rojo.
Fue la mayor operación llevada por la Marina alemana durante la guerra, pues
movió mil embarcaciones a lo largo de 15 semanas. Los soviéticos hundieron el MV Wilhelm Gustloff, provocando la
muerte de 9 mil personas, lo que se considera la tragedia marítima con más
muertes en la historia. Finalmente, el Asalto a Königsberg comenzó en febrero
por las fuerzas del general Iván Cherniajovski, quien murió durante la batalla
de Königsberg (el 18 de enero). Los rusos fueron cercando la ciudad hasta hacer
imposible que los nazis recibieran ayuda desde el mar Báltico. La ciudad tenía
15 fuertes medievales interconectados subterráneamente, pero fueron destruidos
en tres días por los rusos. La ciudad se rindió en la mañana del 10 de abril.
La población alemana fue expulsada de la ciudad por órdenes de Stalin, y
repoblada con civiles rusos. Davies habla de los crímenes de guerra cometidos
por el Ejército Rojo, pero evita decir que todos los países, del Eje, y los
Aliados, también los cometieron. Por alguna razón, omite que los nazis mataron
3 millones 800 mil prisioneros de guerra rusos.
La Conferencia de Postdam –en donde se reunieron
Churchill, Stalin y Truman– tenía como fin decidir el manejo de Alemania por
parte de las potencias triunfantes. Se decidió que la Provincia de Prusia
Oriental se dividiera en tres países: Rusia estableció el Oblast de
Kaliningrado (con capital en Königsberg, que cambió su nombre a Kaliningrado),
el Voivodato de Varmia y Masuria pasó a formar parte de Polonia, y la región de
Klaipėda se anexionó a Lituania.
Mediante un acuerdo entre Polonia y Rusia se
estableció la separación definitiva el 16 de agosto de 1945. Por entonces
surgió un problema imprevisto: Otto Braun había sido derrocado ilegalmente en
1932, por lo que era considerado víctima de una agresión nazi. Braun volvía a
aparecer en Suiza, en donde estaba exiliado, buscando que se restaurara el
Estado que había dirigido. Pero las provincias de Prusia ya se habían disuelto
y a Braun no le quedaban tierras que administrar. Los rusos ejercieron una
oposición contra Braun, la cual se reflejó en la Ley nº. 46 de la Autoridad de
Control Aliada, del 25 de febrero de 1947. El Estado de Prusia quedó abolido
pues era considerado “militarista y reaccionario”. Pero entonces ya no quedaba
nada, la comunidad de prusianos se había dispersado. Davies cita a Tácito: “A
la rapiña, el asesinato y el robo los llaman por mal nombre gobernar; y donde
crean un desierto, lo llaman paz”.
[1] No confundir
con su nieto, Federico Guillermo I de Prusia (segundo Rey en Prusia), que reinó
de 1713 a 1740. Fue éste quien le regaló la Sala de Ámbar a Pedro el Grande en
1715.
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