domingo, 27 de julio de 2008
Una poética de la dispersión (acerca de "Lejos de ella")
En “Lejos de ella” (Sarah Polley, 2006) hay una metáfora del Alzheimer, una elevación de la enfermedad al nivel de una conceptualización estética. Tal vez por la derivación estética que se hace de la destrucción del yo de la protagonista, o por el hecho de que Julie Christie es ella misma una categoría poética, la película se “carga” con una intensa belleza de la que carece la enfermedad y persigue una formulación “adecuada” para el tema. Como la “destrucción del yo” no tiene una lógica, ni un procedimiento, ni puede ser vista desde sí misma, el hilo conductor está llevado por Grant Anderson (Gordon Pinsent), el esposo de la enferma, quien por otra parte está incapacitado para llevar cualquier forma de “hilo conductor” ya que el avance de la enfermedad no es un laberinto sino una fragmentación y ante este hecho, zurcir fragmentos de una vida es inútil, como inútil es acercarse a la personalidad fragmentada en busca de “algo”, porque el alejamiento paulatino de Fiona Anderson, la protagonista, es un hecho aceptado por ella misma y sólo se resigna a obtener una gracia (y no, de ninguna manera, el privilegio de disponer sobre su propio fin). Si Orfeo se decide, en este caso, a bajar al mundo de los muertos y recuperar el alma de Eurídice será sabiendo que la única “gracia” posible es voltear para poder contemplar la disolución de su esposa, ya que le está negado el regreso a la vida.
Existe en Fiona Anderson una excepcional inteligencia que la lleva, en primera instancia, a intentar explicarse su situación; de pronto, ocurre que algo importante se ha olvidado, pero no su importancia, y se le busca en algún sitio, ¡pues lo importante no debería perderse por ahí como si fuera cualquier objeto sin importancia! No se puede preguntar dónde quedó sino por qué se ha desligado la importancia de su referente en el mundo, aunque a la mitad de la formulación la primera parte de la pregunta ha sido atraída por el vacío y su parte final sólo sea un eco de una inquietud que no puede ser jalada hacia la conciencia. No hay respuestas para ella, porque el yo queda de pronto ante una puerta y toca para abrir y recibir una respuesta. Pero el yo ha decidido (¿decidido? ¿no es más bien obligado a?) despojarse poco a poco de sus componentes, pero como se sabe no puede haber una base consciente para la conciencia ya que ésta sólo tiene una triste relación fenomenológica consigo misma, destinada a ver huecos en sí misma y caer en la angustia hasta que la angustia deja su habitual angostura y el yo puede pasar a través de ella hasta que el olvido lo vuelve a dejar como víctima, aunque no es imposible saber si será víctima de sí mismo o de una fuerza externa, y será entonces depositado de nuevo frente a la misma puerta con la misma pregunta sin resolver. Pero por otra parte, es posible vislumbrar que dentro del yo comienza a desmantelarse la realidad, se quitan los objetos, es cierto, pero queda algo, un contenedor, o una serie de contenedores completamente primarios que no tienen ningún afecto por las cosas en particular, es por ello que Fiona Anderson, con el transcurrir de los días deposita su afecto en distintas personas (o contener sucesivas personas en la cárcel del afecto), pero todavía puede asimilar su alrededor con pinzas como “el afecto”, “la desesperación”, “el desinterés”. La relación entre este instrumental de la mente consigo mismo se mantiene estable, pero es el último rostro que presenta la personalidad; ya que ha asomado el esqueleto que la sostiene, comienza a desvestirse de sí mismo.
Cuando Grant Anderson intenta explicar la enfermedad como un proceso, ésta se escapa de la lógica que intenta apresarla ya que saber que el Alzheimer sea causado por una sustancia que recubre las neuronas y aniquile las sinapsis no lo deja satisfecho; una comparación en la que el cerebro enfermo es visto como una casa en la que poco a poco se apagan las luces no se vuelve sumamente simple. ¿Quién apaga las luces y por qué algunas vuelven a prenderse? Cada paso de la enfermedad (y dentro de la enfermedad) implica la falta de continuidad, desde fuera (como lo ve el esposo) no hay relación entre los días que pasan y desde dentro hay una lógica misteriosa que se evidencia al final de la cinta. Pero vuelvo sobre mis ideas en torno a la cinta de la misma manera en que el esposo de la protagonista vuelve sobre ella, intentando apresar una lógica, intentando cazar el momento en que la consecuencia brota de la causa, para encontrar una secuencia que lo oriente en el camino que sigue Fiona, pero el camino es demasiado complejo, por principio no lleva a ninguna parte ni admite que se le trace, tampoco admite un pasado ya que la memoria se presenta como una entidad completamente nebulosa. Cuando Fiona regresa de visita a su propia casa, tiene una relación doble: de extrañamiento y familiaridad, pero la verdadera angustia para ella se encuentra en esa extraña familiaridad que siente por alguien que no recuerda, pues todo le recuerda a alguien olvidado, todos los recuerdos provienen de un sitio y la imposibilidad de que la memoria pueda regresar por donde ha venido es la fuente de angustia, nuevamente de una angustia transitoria, ya que Polley ha elegido una poética de la dispersión, en la que cada día es una totalidad sin relación con los otros, y Grant tiene que aceptarlo, tiene que admitir que es necesario perder su propia lógica y someterla a la “lógica” de la enfermedad para poder comprender algo. Fiona va huyendo de sí misma a lo largo de los días, sólo se lleva a sí misma consigo y se va disolviendo entre sus propios brazos, de la misma manera en que sus propios brazos van desapareciendo, mientras camino por un rumbo desconocido, nadie va a alcanzarla, la poética de la cinta (dispersión, inconexión) logra acercarse en cierta medida a la protagonista, pero la pierde de vista con frecuencia, escena tras escena, hasta que ella se pierde definitivamente, pero sólo para regresar por última vez, en la última escena, y salir por última vez del laberinto en donde la perdición es intransferible, sólo para mostrar que de alguna manera ha tenido un hilo que la ha conducido en su extravío. Es una epifanía, sin duda, pero una epifanía que se queda estática, en el último momento de la cinta, para poder apresar por un momento el momento previo a la disolución final de la conciencia.
("Acequias. Literatura y crítica cultural" 44, Primavera 2008)
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