miércoles, 27 de diciembre de 2006

Salto mortal de Kenzaburo Oe. La eternidad simulada

Más extraña que la tormentosa relación del narrador de Vallejo con el tiempo es la de los personajes de Salto mortal de Kenzaburo Oé. Si la costumbre nos hace narrar anécdotas e hilarlas por medio de capítulos, intrigas, Oé presenta el transcurrir del tiempo: en ese flujo se van presentando los hechos, coagulándose como una hemorragia que tiene que detenerse en algún punto (como las hemorragias del protagonista, que terminan curándose “milagrosamente”). Esos personajes que intentan establecer “las condiciones materiales” para el Apocalipsis (es el cometido de la iglesia de la que habla el libro): el fin del tiempo; pero ahora, el tiempo les pasa por encima, los desgasta, los mata. Pero no lo hace de manera notoria: el tiempo no ocurre de la misma manera; el narrador logra que ocurra en dos cauces: el agua de la superficie (en donde transcurren ciertos hechos cotidianos: la cotidianidad no sorprende, es una situación muy estrecha) y el agua profunda (la que remueve los guijarros del fondo y decide el curso del río). Esa agua profunda de la narración, parte oculta, contiene: el asesinato del líder religioso, la milagrosa curación del cáncer del protagonista, el pasado en el que una escisión de la iglesia intentó tomar una central nuclear.
El tiempo para los personajes de Oé es un “así ha sido”, una reflexión sobre el pasado. El monstruoso metadiscurso del novelista japonés no consiste en el lenguaje que habla del lenguaje, ni de los recursos narrativos que se requieren para hablar del tiempo. Hay, si se puede hablar de eso: una retórica de la vida. La vida que se va escribiendo conforme se vive, ya ha sido escrita antes: a la manera de Bloy, que concebía a la historia como una progresiva revelación de Dios. Así, las motivaciones son puestas en el corazón de los personajes por su Dios y todas confluyen en el logro de la eternidad. Del caos puede entresacarse un orden fundamental, una serie de leyes que, entramadas, entregan la vida al caos; o mejor: el caos se encuentra preso entre las leyes que lo fundamentan y las que lo explican. El hermano de la señora Asa, una de las integrantes de la Iglesia, un novelista que no aparece en la novela (¿el propio Oé?), ha escrito que los hombres repiten las mismas cosas que otros han hecho antes pero con un desvío incluido: “repetición con desvío”. Sí, tal vez es una forma de resumir el gran metadiscurso con que la vida narra sus propios hechos. Uno de esos desvíos conduce al Apocalipsis: pero ese desvío es el que buscan los personajes de Oé. Hay un “desvío” que no conduce a la “repetición”. Y, claro, el Apocalipsis cancela la repetición (o, más bien, la contiene); pero el desvío buscado es El Desvío al que, finalmente, conducen todas las repeticiones. Es el gran Punto de Vista, si uno se colocara en él vería que todos los hechos humanos se dirigen torrencialmente hacia su centro, y entonces todos los hombres darán cuenta de sus pasos, de lo que hicieron para llegar hasta aquí, al fin del camino, ante Dios, ante el tribunal que juzga en función de una profecía: la del fin. Todo aquel que haya hecho lo posible por no propiciar el fin es culpable, el que no se acoja en el Anticristo será juzgado, ya está siendo juzgado: los gases mortales en el metro de Tokio, la tentativa de tomar una planta nuclear (en la novela), los suicidios colectivos propiciados por sectas religiosas.

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