miércoles, 27 de diciembre de 2006

Escritura y solipsismo


Escribir, en mí, equivale a caminar por un bosque oscuro e inhóspito; una mente extraviada, que busca un rumbo, un camino qué seguir, intenta desbrozar las brumas que la rodean. Caminar sin sentido, sin saber si se ha recorrido el mismo camino ya varias veces, si los pasos recorren sólo círculos, sin saber ni desear saber si se desea entrar en lo profundo o salir hacia la nada (porque fuera del escribir no hay nada), y sin saber si fuera del pensamiento hay algo que haga emanar esta realidad que sólo se vive dentro del lenguaje, porque el solipsismo en el que vago no tiene salida, tiene sólo entrada, y lo que concibo como salida es un regreso a la realidad, la realidad que sólo se alcanza a ver desde el lenguaje. ¿Qué intento decir con estas obviedades? Nada, nada que tenga sentido en sí mismo, entonces ¡el solipsismo dejará de ser lo único! Porque el sentido me será otorgado desde fuera, porque la construcción del lenguaje no tiene sentido en sí misma; la palabra, el discurso, devoran todo lo que hay afuera: todo formará parte de este discurso, todo, nada debe quedar fuera. Y yo: en este bosque, el del lenguaje, sin orden, con árboles que están a mitad del camino, inútil ponerles nombre, son árboles tan semejantes entre sí, con tantas ramas y hojas que resulta ilógico nombrarlos: las palabras se quedan colgando de las frondas, no llegan a ningún sitio. Es por eso que tiro migas de pan por el camino, sin el menor propósito de desandar mis pasos, sólo cuando se terminen las palabras, esas migas de pan tan abundantes y tan inútiles, será posible voltear para ver que han sido comidas por los pájaros. Y diré: pájaros. Y la miga de pan (la palabra) que significa pájaro será devorada por ella misma. Qué esperanza tenía de tomar un rumbo gracias a la palabra, volver sobre mis pasos para reconocer los rumbos por los que mi mente vagó, y reconocer los pasos. Pero ya no habrán palabras, con mis bolsillos vacíos, ¿qué migas marcarán el camino? ¿Pero estarán vacíos mis bolsillos? ¿O es que cada bosque con cada hombre extraviado contiene sus propias migajas, inútiles e insuficientes? Esperé que al marcar el camino con migas de pan sería posible encontrar una ruta (en rigor: la que ya he recorrido) pero este pensamiento–bosque cambia de posición y las migas quedan en el mismo lugar; eso supone que mis palabras conducen hasta este preciso sitio: aquí. Pero al mismo tiempo, la realidad se ha movido, la realidad sobre la que descansa este brumoso bosque se ha movido y las palabras –quietas– ya no señalan lo mismo. Y aquí –por más laberíntico que pueda resultar este bosque– carece de arquitecto, sólo refleja la irracionalidad del mundo que es observado desde un solo sitio. ¡No podré esperar a que un Minotauro me mate, asustado por reconocerse parcialmente en mí, ni tampoco tendré el hilo de ninguna Ariadna que me ayude a salir con salidas racionales por las puertas que conducen a los mismos sitios, las puertas falsas de la tautología! Correré tras una bruja, que no me dejará ver su cabaña dulce, la miel prometida, que prepara su caldera si me acerco demasiado, la veré en la tele, en el cine, en los libros, en las casas, en las notas de toda música, en los cuadros, en el teatro, en las noticias, en el museo, en las ideas, en las esculturas, porque sé que en el fondo ella me sigue a mí, prudentemente, a cierta distancia: la suficiente para que yo crea que no soy observado. Esa bruja me da palabras para que la nombre, para que pueda decir quién es: es el poder, pero sólo un aspecto, el aspecto irracional del poder, es decir: la fracción que sólo alcanzo a ver desde aquí, atrás de los árboles, con palabras sólo la alcanzo a vislumbrar, a ver como huye. Yo sólo la supongo, la concibo gracias a que me da palabras, esas pequeñas bolsitas que aparecen de vez en cuando por el suelo, llenas de migajas de pan, incomibles, que sólo sirven para ser regadas en el piso: es el camino que me sigue, el de las palabras, migas de pan que están detrás de mí y que se comen los pájaros, una vez que he pasado en busca de una bruja, que se nutre de la promesa de devorar mi cuerpo, por muy poco promisorio que éste sea.

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