Entre 1927 y 1932, Walter Benjamin (1892-1940) condujo alrededor de cien programas de radio dirigido a niños y jóvenes. Desafortunadamente, fue una actividad que no le interesó mucho a su creador y un poco menos a sus estudiosos. Generalmente, cuando se habla de Benjamin se dice muy poco que fue guionista y locutor, y es una lástima pues en esos programas está la base de su pensamiento filosófico, enunciado de una manera amena, en guiones en que se dirige a sus jóvenes radioescuchas con pasión y sin considerarlos un auditorio de segunda. Ojalá existieran hoy locutores que se dirigieran de ese modo al público infantil. Hay un aspecto en que Benjamin se parece a otros artistas de su tiempo, y es que no es raro que se mire a los medios audiovisuales como un bache en una exitosa carrera intelectual. Octavio Paz nunca quiso acordarse de que había compuesto una canción que cantó Jorge Negrete, y José Revueltas no tenía especial interés en hablar de sus guiones cinematográficos. Por varias razones, pero básicamente por un error en la censura nazi, tenemos ahora poco más de cuarenta guiones de los que leyó Walter Benjamin en un momento pionero de la radio en el mundo (en los años 20 era una industria realmente naciente). Los temas pueden agruparse en tres: los que se refieren a Berlín y a su gente, a personajes de la cultura alemana y grandes tragedias modernas (además de la destrucción de Pompeya). Todos los capítulos llaman la atención, desde la persecución de las brujas o el terremoto de Lisboa, pero a mí personalmente me atrajo la historia de los gitanos. Historia narrada con comprensión para ese pueblo generalmente incomprendido. Hubo programas asimismo dedicados al enigmático Kaspar Hauser, a la vida y características de los perros y a la toma de La Bastilla, pero me permitiré enfocarme por cuestiones de gusto personal en los gitanos, quienes viajaban por Europa en sus características carretas. (¿Recuerdan que Django Reinhardt pasó sus primeros años en un campamento instalado cerca de París? El mismo que se incendió accidentalmente en 1928). Aunque comenzaron su peregrinar por Europa en tiempos del emperador Segismundo (a mediados del siglo XV), en tiempos en que Benjamin se refería a ellos, era común verlos ganarse la vida con sus osos amaestrados, como equilibristas o como pirófagos. Al principio fueron bien recibidos por los países por los que pasaban; llevaban una carta de protección de Segismundo, Rey de Bohemia, por lo que comenzó a llamárseles bohemios, aunque no todos provenían de esa región. Pero los franceses creyeron que su origen era el reino de Bohemia e identificaron con ese lugar el ideal de la vida libre y despreocupada, de ahí que la bohemia sea una forma de vida y una manera de la existencia vagabunda… La carta del Emperador le servía a quien la mostraba para no ser deportado. Para gozar del libre tránsito por los países recurrieron a numerosas astucias, como decir que provenían del Pequeño Egipto. En realidad, en sus tradiciones ya no quedaba casi rastro de sus tradiciones reales, pero un lingüista del siglo XIX descubrió que su lengua provenía del Indostán. Pero afirmaban que provenían del Pequeño Egipto, nos explica Benjamin, porque ése era el lugar que se creía el origen de la magia, ocupación que le dio prestigio y trabajo a este pueblo. Por otra parte, la radio, que sobrevive pese a su condición efímera, es otra forma de la magia, aunque no lo viera así Walter Benjamin.
Walter Benjamin. Radio Benjamin, tr. Joaquín Chamorro, ed. Lecia Rosenthal. Madrid, Akal, 2015.
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