La palabra “sororidad” fue empleada por primera vez por Miguel de Unamuno (1864-1936) en su novela La tía Tula (1921). Con este término, el escritor español quiso completar el listado esencial de las relaciones humanas: maternidad, paternidad, fraternidad… y sororidad, que sería la relación entre hermanas. De hecho, existe en latín la palabra sororiare, que significa “crecer por igual y juntamente”. El escritor español se dedicó a estudiar las diferentes formas de relaciones humanas y su forma de manifestarse a lo largo de los mitos fundamentales de la civilización. Desde tiempos bíblicos, la “fraternidad” tiene cierto problema para significar algo enaltecedor, puesto que el primer crimen de la humanidad fue precisamente un fratricidio, el de Abel por Caín. Este último fundó una ciudad a la que llamó con el nombre de su hijo, Enoc. Se trata de la primera ciudad del mundo: en ella comenzó la civilización, el derecho y la política, lo que significa que estas actividades comenzaron en una ciudad construida por un fratricida. Las relaciones derivadas del incesto crean una intrincada red de crímenes y complicidades que es mejor obviar llamándonos entre todos hermanos. Hay muchos hermanos famosos en la historia de la humanidad, no todos destacan por haber realizados acciones enaltecedoras, sino por lo contrario: traicionar y matar. Ojalá el percatarse de que los países están formados por hermanos hiciera tomar conciencia del fratricidio que son las guerras civiles. Más o menos, estoy siguiendo las ideas de Unamuno en el prólogo a este libro escrito en un momento de persecución política, pues el autor fue exiliado de España a causa de sus ataques al rey Alfonso XIII y, más adelante, a la dictadura militar de Primo de Rivera. Instalado en Francia conoció a Alfonso Reyes en casa de Jean Cassou. Es posible que todas estas obsesivas disquisiciones en torno a las relaciones simbólicas de los seres humanos hayan germinado en los pensamientos de Reyes, pues México a fin de cuentas es también tierra de fratricidios, y durante la Revolución la muerte a manos de un hermano era lo común. Ifigenia, la sacerdotisa amnésica que reconoce a su hermano en el momento anterior a sacrificarlo, fue el personaje que eligió Reyes para expresar que la toma de conciencia de la fraternidad puede detener la violencia. Como puede verse, fratricidio e incesto explican largos pasajes fundacionales de la Historia. Unamuno investigó más pasajes de la antigüedad, como el caso de Abisag, la sunamita llevada al lecho del rey David, con el fin de acostarse a su lado para curarlo de sus males, como se aseguraba que hacía gracias a los poderes curativos que la hicieron famosa. Abisag, según Unamuno, se entregó espiritualmente a David, puesto que él ya no tenía fuerzas para “conocerla”. Y ella, estaba destinada a servir sólo para acompañar. Son esas mujeres, tanto tiempo llamadas solteronas, que sacrificaban la sexualidad para ejercer la maternidad en una familia, para cuidar y heredar la memoria de una estirpe. Eso, naturalmente, en una forma social en que las mujeres son prisioneras, abejas encerradas en un panal, esa sociedad que conoció Unamuno. Tula, la protagonista de esta novela, se interesa por la vida de las abejas, por los zánganos y las abejas reinas que no supieron hacer miel pero ponen huevos. Quiere decir que la cultura abejil se transmite de un modo lateral, por medio de las abejas que no tienen descendencia. Pero el propio Unamuno pensaba que esa imitación servil del positivismo ante la naturaleza era una forma reaccionaria del pensamiento. Quiere decir que la función de la sororidad va tomando otras formas menos hexagonales y determinadas de las que crean las abejas. Sororidad es una palabra que toman en sus manos las mujeres que la consideran propia y la vuelven a construir cotidianamente. Es dificil explicar el sentido de La tía Tula; de hecho, su autor tuvo que combatir algunas interpretaciones que hacían de la protagonista una mujer que ejercía una larga venganza al ser privada de la sexualidad. Toda la novela se desarrolla a partir de una escena única: dos hermanas, Rosa y Gertrudis (Tula), salen a pasear, pero la primera de ellas atrae las miradas de un joven que las encuentra en la calle. Cuando Tula se da cuenta de la atracción que su hermana despertó en aquel joven, la convence de casarse y de tener hijos, que ella se encargará de cuidarlos y educarlos. Como abeja, construye en su mente el panal para construir una familia. No le importa que su hermana muera luego de dar a luz, pues la obliga a cumplir con el destino de ser madre. Cuando muere Rosa, Tula se queda ante Ramiro, pero vence la idea común entonces de que el viudo puede casarse con su cuñada. Aun cuando Ramiro está enamorado de Tula, incluso cuando le confiesa que siempre se sintió más atraído por ella, no puede consumarse esta relación. Es tanto lo que le ruega, que Tula pone un plazo: un año, y si él es constante, se casarán luego de pasado ese lapso. Sólo que Ramiro no logra mantenerse fiel, así que meses después embaraza a Manuela, la joven que sirve en la casa. Parece una venganza que Tula lo obligue a casarse con ella, para hacerse cargo también de los hijos que resultan de esa relación. En realidad, no sabemos mucho de ellos, no sabemos qué pasa a lo largo de tantos años en esa familia. Los hijos cumplen la función de ser criados por la tía, quien se convierte en una figura tutelar. Cuando Tula muere, una de sus “sobrinas”, la hija de Manuela, asume el papel de madre de sus hermanos. Leída como una novela de amor, la historia trataría de la tragedia de Ramiro, que no consuma su pasión por su cuñada. Pero vista desde la virtud inflexible de la protagonista, es el triunfo de un pensamiento “civilizatorio”, el de la hermana que se sabe llamada a sacrificarse por educar y mantener la esencia familiar. Éste es el complejo significado que le dio Unamuno a esta palabra que se ha vaciado de ese significado y se le ha vuelto a llenar con otras ideas. Para Unamuno, la función de la hermana “sorora” no se detiene incluso ante hacer morir, pues mira la progenie. Yo no sabría desprender de aquí más consecuencias. No sabría decir si esta sororidad significa un amor entregado a los demás a costa de la felicidad propia, o bien una venganza largamente planeada pues consiste en decirle no al enamorado para consagrarse a un fin más alto. Así fue Antígona, la hija y hermana de Edipo, otro fruto del parricidio y del incesto, siguió a su padre durante su exilio. Pasados los años, Edipo maldijo a sus dos hijos y hermanos hombres, Etéocles y Polinices, cuando supo que combatían por quedarse con el poder de Tebas. “Si vivo, es gracias a mis hijas”, dijo poco antes de morir. En el combate decisivo entre los hermanos, uno murió a manos del otro, como dictaba la maldición de Edipo. Sólo que Creonte, tío y cómplice de Etéocles, decidió que el cadáver de Polinices yaciera sin ser enterrado. Antígona se arriesgó pero puso tierra sobre el cadáver de su hermano y fue condenada por su propio tío. Se impuso la ley inmemorial de la familia ante la orden de estado. Por eso, dejó escrito Unamuno: “Hablamos de patrias y sobre ellas de fraternidad universal, pero no es una sutileza lingüística el sostener que no pueden prosperar sino sobre matrias y sororidad.” Sólo que la postura final ante el término de sororidad es ambiguo. Finalmente, Tula es una especie de zángano en el panal de su familia: es la abeja que transmite el saber familiar, pero por otra parte es la abeja que no supo hacer miel ni tener hijos. Y mientras sean rijan las colmenas “los zánganos que revolotean en torno de la reina para fecundarla y devorar la miel que no hicieron”, habrá barbarie de guerras devastadoras.
Tapamos crímenes con palabras y las obligamos, entonces, a reformularse eternamente.
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