Cecilia Fuentes recopiló las anotaciones de su madre, Rita Macedo (1925-1993), las ordenó y reconstruyó una personalidad que no acaba de quedar armada ante nosotros. Hay más pliegues en su vida de los que podemos sospechar. Yo ya la había visto pasar por varias películas, pero ciertamente no me había detenido a contemplarla hasta que me despertó la curiosidad con su serie de recuerdos. Escribió sus memorias, ¿pero para qué las escribe uno?, ¿para creerlas? Muchos conocidos míos la recuerdan, la vieron en las clases de José Luis Ibáñez, coincidieron con ella… Algo siempre atrajo a los extraños. Como aquellos “hippies” con los que coincidió en el Festival de Venecia y a los que pidió aventón para llegar al cine. Se miraron unos a otros y levantaron los hombros. Está bien… y la llevaron. ¿Se habrán extrañado de esa mujer distraída y elegante que no reconoció a los Rolling Stones? Esa narrativa centrada en su encanto, en su elegancia, que sólo sale de sí misma para sorprenderse con otro ser digno de admiración que fue Carlos Fuentes. Cecilia, que cosió los fragmentos de su madre para poder conocerla mejor, se dio cuenta de que le había mentido en aspectos de su vida. Gracias a sus recuerdos supo que Carlos Fuentes siempre fue un padre preocupado por ella, que no la había abandonado como se lo decía Rita. Nuevamente: las memorias, un señuelo construido pacientemente por la actriz para decirnos: esto soy, pero al mismo tiempo evadiéndose para poder suicidarse, con lo que esta angustiante labor de conocerla perdería sentido forzosamente. Entonces, esa bolsita de té que son sus palabras comenzó a disolverse en mí (su lector) y me hizo volver la vista a la pantalla. La pantalla… ese espacio que es la prueba de la existencia. Entonces, me tuve que preguntar: en el caso de los actores, ¿son sus personajes un reflejo, un espejo?, ¿son los seres ficticios puerta de entrada para las personas reales (tan evasivas)? Los padres de Rita Macedo cortaron su relación con ella, fueron ausencias definitivas. Y ella misma pareció desprenderse de sus hijos, quienes han decidido perdonarla, o no. Pero comprenderla… Cuenta ella que en los inicios de su carrera también se prostituyó. Relata que, en vez de ir a convivir con Pedro Infante mientras filmaban Pueblo, canto y esperanza (1956), se alejaba a leer algún libro de Kafka. Sí, mirar la vida a través de la lente de sus actuaciones. No sé si ella habrá sido un personaje de Usigli, de José Rubén Romero o de Pérez Galdós. Personas con problemas burgueses, escenas de duelos de silencios y de apartes. La tentación de la cámara opaca las dotes histriónicas, posar antes que actuar. Qué bueno que existe la cuarta pared y que todo ocurrió hace setenta años, porque ya no podremos irrumpir en la historia para decirle a Manolo Fábregas que nos parece evidente que no ama a su esposa, Rita Macedo, tanto como al amante de ella, Rubén Rojo. Tampoco importa que dejara colgado el disfraz de Andara en el camerino, la prostituta que sigue por los caminos al padre Nazarín. La época le construyó a Rita Macedo una personalidad llena de puertitas, de claroscuros en el espíritu, de fatalidades de un destino que cobra en el sindicato único de trabajadores de la industria cinematográfica. Las palabras de este libro atraen para que uno naufrague en una filmografía fascinante, para que siga a una actriz de rostro inolvidable, que fue musa de un novelista y de varios directores notables. Rita Macedo es un personaje tan atractivo que la autora de estas memorias la persiguió casi hasta el fin, para tratar de entenderla. Me gustaría saber si hay algo más profundo en la personalidad de un actor que la actitud de eternidad ante la cámara de cine.
Cecilia Fuentes (recopilación y ed.). Mujer en papel. Memorias inconclusas de Rita Macedo (2019). México, Trilce, 2020.
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