sábado, 8 de abril de 2023

El discurso amoroso, de Roland Barthes

  



 

Toca ahora el tema del amor. Ni modo, tenía que presentarse tarde o temprano. Llama a la puerta, pero cada vez menos. Puede entrar, es bienvenido siempre y cuando aparezca en forma de libro y le acontezca a otro. Aunque el amor siempre tiene que ser enunciado en primera persona y siempre tiene que ser relatado a otro. Es difícil saber si el placer que da el amor radica en vivirlo o en contarlo. Pero se nos ha dicho que el amor no tiene una narrativa, sino que se vale de elementos diversos para manifestarse. De hecho, no es buen narrador, ya que nos hace dar vueltas en círculos, recaer en la persona amada, suplicar, olvidar, recordar, escribir largas cartas. Todo esto, sin orden preciso y de manera repetitiva. Jamás se aparece y nos dice: “Vas a vivir tu historia de amor y por lo tanto transitarás por esta y aquella situación”. Pretende ser sorpresivo siendo previsible, ya que los críticos estructuralistas han acotado sus limitados recursos dramáticos. Incluso el profesor Roland Barthes (1915-1980) se aburre un poco sobre todo en el momento de preparar su informe académico. Para hablar de amor hay que quitar ciertos capítulos, ya que el texto se volvería redundante. De hecho, hay que cambiar de asunto para el siguiente ciclo escolar pues hemos dicho suficiente desde el punto de vista temático. Además, el enamorado no quisiera aprender nada: siempre quiere volver a la primera vez, a la sensación de que la vida no se ha agotado y se puede volver a beber de esa sustancia que nos hace olvidar, siendo inolvidable en tanto no se vuelva a vivir. Desafortunadamente, no hay un secreto difícil de explicar. Todos sabemos lo que un enamorado busca: la reciprocidad. Es decir que podrá recorrer cualquier camino, vivir cualquier tormento, con tal de mantener la esperanza de escuchar las sílabas: yo también. Momento en que el alma comenzará a disolverse en el otro: pues pareciera que el ser humano saciara su sed sólo con palabras (Lacan). Por lo menos, por unos momentos. No siendo un experto como el profesor Barthes, no me atrevo mucho a salirme de su método y explorar por mi cuenta este asunto. Al extraviarme estaría deponiendo la posibilidad de saber. Eso se debe a que la verdad habla por medio del amor. De este modo, podemos ver cómo el Amor desciende sobre cualquier persona y la posee. A partir de ese momento, para ese enamorado, todo aquello que no habla de amor es un discurso ajeno, sin pulpa. No sirve de nada escuchar las necedades de los comentarios políticos, filosóficos o científicos. Vemos, entonces, al enamorado en las reuniones sociales, aburrido, mirando la ventana, el celular, la puerta de salida… Y nosotros nos escondemos. ¡No vaya a mirarnos e intente contarnos su historia! Podemos, sí, hablar de amor, sostener una conversación en torno a este tema. Pero es necesario, para ello, no estar enamorado bajo ninguna circunstancia. El amor no quiere dialogar, quiere vaciar su historia en un interlocutor que hable lo menos posible. Ésa es una de las causas de que el Amor no brille en sociedad: no sigue normas, no sabe escuchar, tiende a la confesión. Está bien, hablemos de amor. No nos queda de otra. Es el tema más narcisista de cuantos hay. Me llena de desesperación ver cuántas veces se repite esta palabra en mi texto, para enojo de la preceptiva que nos dice que prefiramos sinónimos, deícticos, pronombres… El amor no los admite. Quiere remarcar que él habla, que hablamos de él, hipnóticamente. Al fin, el Amor abre la boca y comienza a hablar: “Provengo de un trauma. Es como una herida de donde broto. Seguramente lo has vivido. Recuerda dónde y cuándo lo experimentaste por vez primera. Regresas de vez en cuando a esa historia tuya, porque si no lo haces piensas que no tiene sentido nada de lo que haces. Aunque sea una historia ya lejana, la evocas. Te la cuentas y quizá la vuelves a repetir. Es importante que repitas tu propia historia porque se trata de un momento importante: el momento en que tu espíritu fue raptado. No quieres volver a la existencia y olvidar ese rapto que viviste. Al menos lo viviste. Hiciste cosas que de otro modo no habrías hecho. Escribiste textos que de otro modo jamás habrías escrito. En ellos aparecen los fragmentos que de algún modo justifican tu vocación. Piensas que eso ocurrió hace muchos años, sin embargo debo decirte que yo no tengo idea del tiempo. Todo ocurre ahora. Contestas que llego tarde, que ya no es tiempo. A eso respondo que, con el fin de disgustarte, tampoco tengo noción de edad. Así que las molestias que puedo causarte pueden darse en cualquier instante” ¡Qué impertinente! Por eso no es bienvenido; no dan ganas de escucharlo hablar porque es mortalmente aburrido. Aunque… si debo ser sincero… no sabría decirles quién acaba de hablar, dado que estoy solo, en mi estudio. Un perro ladra en la calle, alguien canta en una fiesta cercana. Además (es otra conclusión del profesor Barthes): el amor es mudo. Quiere decir que las anteriores palabras no las dijo el Amor, sino un discurso que además no tiene claro a quién se dirige. El discurso del amor no se dirige al amado. De hecho, existe un extraño pudor que impide que los aspectos centrales de este discurso sean escuchados por el amado. Tampoco es un soliloquio dirigido a mí, dado que son cosas que quisiera ignorar. Pienso en la persona que amo, sabiendo que no ha de saber aquello que le escribo. No ha de conocer todo aquello que su evocación produce. Si conocemos numerosos discursos de los enamorados, se debe a que, por alguna u otra razón, no han llegado a quien estaban destinados. Llegan a nosotros, lo cual no era el plan original. Llegan a veces con siglos de retraso. Pero eso no importa, porque cada vez que se consume de nuevo el producto amoroso (canción, película, libro) se enuncia nuevamente y algo nuevo dice pues es imposible que se agoten los sentidos que proponen. Pensaba que el discurso amoroso era una forma de comunicación, pero entre quiénes, dado que no se dirige al amado ni el amante lo quiere oír. Habla en vez del amante, porque “el amor está mudo: sólo la poesía puede hablar en su nombre” (Novalis). No habla de mí, habla en vez de mí, y eso está bien porque de ese modo me encuentro fuera de él, lo cual le permite traspasarme con sus palabras. De otro modo, no lo podría escuchar. Nos habla a nosotros porque no somos su objeto. Pero, de forma primordial, el amor es un intento de regresar a ese objeto que produjo este sentimiento, dado que lo consideramos la fuente del bien. Siendo el amado el origen del bien, ¿por qué con tanta facilidad es susceptible de encarnar el mal? Pareciera entonces sólo una manera de enfocar al otro. Si eso fuera –enfocar un astro lejano–, ¿cómo se consultan los mapas celestes que describen al Otro? En la antigüedad era conocido sólo por los pastores de Teócrito y algunos otros habitantes de la marginalidad, mientras que, en la Edad Media, con el amor cortés, pasó a la esfera central del poder (Engels). Hoy es mercancía de conocimiento masivo, aunque en el etiquetado no se anuncie que el amor es uno de los ingredientes ya que somos una sociedad que no quiere hablar del tema. Tenemos ese pudor. La utopía romántica es parte de los hábitos de nuestro consumo sólo que no la declaramos trimestralmente. Queremos conocer el secreto del Amor, pero amamos sólo por imitación, porque nos heredaron los gestos y los rituales. Hemos oído hablar de él, lo hemos visto en la televisión. El autor del libro asegura que llega por inducción. Quiere decir que el amor es la conclusión general que se deriva de varias experiencias previas. Fundamentalmente, de haber oído de su existencia. Nos han hablado de él desde hace una maraña de siglos, por entre las diversas ramas del arte. Lo curioso es que cuando lo vemos lo reconocemos, aun cuando nada se le parece.

 

Roland Barthes. El discurso amoroso / Le discours amoreux. Seminario en la École pratique d’hautes études 1974-1976. Seguido de Fragmentos de un discurso amoroso (textos inéditos), pról. Éric Marty, prefacio de Claude Coste. México, Paidós, 2022.

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