sábado, 2 de julio de 2022

La máquina de pensar en Gladys, de Mario Levrero

  



Leer al uruguayo Mario Levrero (1940-2004) puede ser una actividad muy divertida: todo es risa y alegría hasta que se cae en cuenta de que su literatura es una representación del infierno. Una representación del tipo kafkiano. Ya saben: hay que llegar del punto uno al punto dos, pero antes hay que pasar al punto intermedio, y antes a otro punto intermedio, hasta que la llegada se torna más y más distante. O la descripción de un asunto que entre más se profundice más incomprensible se torne. Y la persistencia nuestra en leerlo porque pensamos que algo va a ocurrir, pero no alcanzamos a encontrarle sentido. Por el diario que incluye en su Novela luminosa, sabemos que amaba a Kafka; de hecho, sabemos el día y la hora en que volvió a encontrarse un libro suyo en determinada librería de Montevideo. Y al igual que Kafka, sabemos que se divertía con sus textos. Mientras que el autor checo leía sus textos a sus amigos, entre carcajadas, porque el señor K. nunca iba a saber de qué lo acusaban, los textos de Levrero son divertidos porque es un autor que fue editor de crucigramas y guionista de cómics. Tomé este libro, junto con su novela póstuma, La novela luminosa (2005), de un montoncito de sus obras, en una librería de Montevideo, sin darle mucha importancia y sin saber que me nacería una pequeña obsesión. Ahora quiero saber todo de él, quiero recordar insistentemente a quiénes he visto un libro suyo subrayado, quiénes me han dicho alguna palabra sobre él. No se me escaba que sus textos contienen, en esa indiferencia suya, en esa vocación por el humor, una desesperación existencial. Era minucioso y era descriptivo, a un grado en que el objeto en que se fija se va haciendo más y más complejo, más incognoscible. El encendedor se descompone: lo va desarmando, va extrayendo piezas cada vez más grandes hasta que es posible entrar por conductos que llevan a una calle, “la calle de los mendigos”. Ojalá haya un bar abierto, para comprar cigarros y fósforos. Creo conocerlo porque cuenta, en su última novela, los aspectos más cotidianos y descarnados. Así le llamo yo a su obsesión por el porno y por los juegos de computadora; porque relata todo lo que su doctora le dice de su presión y porque día a día observa y relata lo que pasa con las palomas de la cornisa de enfrente. Podría caer en una obsesión parecida por él, dedicándome a leer lo que encuentre en internet. Pero no voy muy adelantado en este proyecto, apenas sé que consideraba la literatura como una hipnosis, en la cual yo he caído, pues hay algo de circular en esta idea. La máquina de pensar en Glady fue su primer libro, que algo tiene de Cortázar, por ejemplo, cuando se dedica a describir una casa abandonada, cuya simplicidad va quedando desfigurada según se va convirtiendo en una especie de “jardín de las delicias”, es decir, también en una maquinaria infernal y surrealista. He dicho poco porque sé poco, aunque quiero decir algo importante, pero no hago más que desviarme y desviarme. De hecho, de eso trata “El sótano”, la historia de un niño que vivía en una casa muy grande. Tan grande que nunca volvía a ver el mismo cuarto. Quiso saber qué había en la única puerta cerrada que encontró. Su padre le dijo que era un sótano al que nadie debe de llegar porque ahí hay algo que nadie debe conocer. Sólo el abuelo podía decirle qué hay en ese sótano, ¡pero es que el abuelo aparece sólo de vez en cuando en cuartos tan distintos y sólo responde una pregunta por día! Y el abuelo conduce con sus respuestas a sitios tan distantes como el jardín. Además, entre cada una de estas escenas van pasando los años… Olvidamos que cuando contamos alguna de nuestras historias, los episodios van separados por incontables sucesos de la vida. Entre más minuciosa se vuelve la descripción de un hecho, tiende al infinito. Incluso hay un teorema matemático al respecto, tendríamos que buscar cuál. Mejor no hacerlo, porque cuando lo hacemos, cuando vestimos existencialmente un teorema, y se convierte en una angustia que algunos autores hurgan para entretenerse.

 

Mario Levrero. La máquina de pensar en Gladys (1970), 2ª edMontevideo, Criatura Editora, 2017.

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