viernes, 25 de febrero de 2022

La prodigiosa vida del libro en papel, de Juan Domingo Argüelles






Hasta hace algunos años, la definición de libro era bastante sencilla. Con esta palabra denominábamos una serie de pliegos encuadernados y cuyo contenido decidía un editor (a veces con el acuerdo del autor). Pero una vez que la tecnología permitió la existencia de libros electrónicos, todo cambió. Al principio, este formato era sólo la versión en pantalla de un libro impreso. Dado que existen libros que nunca se verán editados en papel, ¿puede decirse que se trata, efectivamente, de libros? Es como si el alma se independizara del cuerpo, pero fuera el alma la que definiera el concepto de “libro”. En este caso, tal definición se hace compleja, aunque también más sugerente. Aun cuando yo no acostumbre leer libros electrónicos (me vence el fetiche de la obra en papel), sé que el libro impreso es ahora una de las categorías de la idea de “libro”. Libro designaría la unidad de una obra, o bien una conjunción de obras unidas por una idea general. En todo caso, será siempre el contenido que el editor decida que cabe en lo que pagamos por leer (física o electrónicamente). Puesto que ya existía el arte literario aun antes de la invención de la escritura, puede decirse que el libro es una larga coagulación, un formato que ha durado muchos siglos pero que no se diluye del todo. Permanece en un formato “digital”, ya que uno, como autor, decide que ha puesto punto final al desarrollo de una obra. Por comodidad llamamos libros a las obras que existen antes y después del mundo del libro salido de las imprentas. Entre las muchas actitudes posibles ante dicho fenómeno, de las páginas de este libro emana el pánico: el libro electrónico (y, en general, el mundo virtual) acarrean el apocalipsis de la cultura: la banalidad, la superficialidad, la ignorancia. De la existencia de las computadoras se deduce la decadencia de la novelística. “Lo que de veras les importa a quienes escriben es el éxito y no la cultura”, como si el culto por el éxito fuera invención reciente y no algo que ambicionaron muchos de los escritores que admiramos (Poe, Balzac, etc.). Parece que el terror que ocasiona el e-book en ciertos sectores es similar al que causaron el rock & roll y la minifalda en otras décadas. Se dice: “lo que se consiguió con internet fue… ampliar… el consumismo y la banalidad, pues si algo caracteriza a internet es la ideología del consumismo”. Pero esta idea no puede aplicarse ni siquiera al mercado (que es el fenómeno que subyace en esta frase), puesto que el mercado distribuye incluso las ideologías que lo pueden aniquilar. En ese sentido internet sería más que un aparato ideológico, más que un lugar en que se produce la ideología: el medio y la red de destinatarios, simulacro de mundo, contenedor de delirios. Ha estructurado nuestro pensamiento, pues para explicar mundo de afuera recurrimos a las metáforas del mundo virtual. 


Juan Domingo Argüelles. Leer y escribir en la modernidad digital. México, UNAM-Cal y Arena, 2020.

sábado, 19 de febrero de 2022

Arquitectura contemporánea en Europa Oriental, de Udo Kultermann

  



 

La arquitectura es un arte que conjuga el tiempo artístico en presente de indicativo. Aquello que pudo ser o que sería bueno que fuera, al convertirse en edificio se vuelve real. Aun perteneciendo a mundos desaparecidos, sus edificios son la forma de la persistencia. El libro que me dedico a ojear es una especie de carta de una sociedad que pudo seguir siendo, el mundo socialista de Europa del Este. Es difícil (para mí, imposible) definir ese estilo, y sin embargo lo identifico en otros lugares, en ciudades y en monumentos. Puedo recorrer las calles de cualquier lugar y decir de pronto: aquí está la influencia de esa arquitectura que se encuentra regada por Europa del Este. El socialismo real cayó o fue derrumbado –otro edificio inmenso–, pero sus vestigios tienen vida, vida reconstituida porque aquello que fue creado con cierta ideología ha tenido que ser habitado por el capitalismo. El molusco invasor se mete a los edificios que dejó aquel otro que los creó. Y viendo el catálogo de construcciones, me fijo en algunas. Como en aquella que albergó la Administración de Construcción de Puentes y Carreteras en Georgia, es la sede del banco de aquel país. Es un edificio complejo, un laberinto hecho de hormigón. Los conocedores lo llaman: “muestra del brutalismo arquitectónico soviético”. Antes de comenzar a escribir, sólo tenía intuiciones, que se van afinando gracias a los expertos, por los cuales voy sabiendo que el brutalismo es un estilo de geometría repetitiva hecho fundamentalmente con concreto, proveniente de Le Corbusier y reconocible porque deja la estructura interna descubierta a simple vista. Son inmensas flores arquitectónicas que florecieron por las ciudades y las praderas del Socialismo tardío. No sé por qué se eligió en esa arquitectura estatal este modelo estético. No lo sé puesto que no asimismo ignoro las proclamas estéticas de sus creadores. Sólo puedo conocer la proclama que es la construcción en el espacio. El historiador del arte Udo Kultermann (1927-2013) revisó largamente en sus obras esta ramificación de la arquitectura contemporánea. Lo hizo sin saber que reseñaba una forma de sociedad que terminaba. Aconseja recordar Exposición Internacional de París de 1937, en donde se construyeron diversos pabellones arquitectónicos representando 44 países. Fue la Exposición en que se mostró el Guernica de Picasso. Aun cuando hubo numerosas propuestas (Francisco Keil do Amaral, de Portugal; Alvar Aalto, de Finlandia; y José Luis Sert, de España, entre muchos otros), lo que realmente destacó fue la oposición entre los pabellones de la Alemania nazi –proyectado por Albert Speer– y la URSS –creado por Borís Iofán–. Antes de enfrentarse a muerte, se enfrentaron en efigie. El pabellón alemán, con su águila de nueve metros cuyas garras sostenían una enorme suástica, se encontraba frente al pabellón ruso. Era cosa de cruzar la calle para entrar al coctel de inauguración del enemigo. No me importa ahora la estética nazi, las referencias de la antigüedad clásica que inspiraron a Speer. Miro hacia la propuesta de Iofán (el gran representante del “gótico stalinista”) para interrogarla un poco. Enrique Solé León describió, teniendo en sus manos el catálogo del evento (en “La Exposición Internacional de 1937. Cómo organizar un evento mundial antes de la tragedia”, Revista Fua), algunos detalles: rusos y alemanes presentaron ambos, una torre, pero Iofán se decidió por coronarla con una enorme estatua El obrero y la koljosiana, de la escultora Vera Mikhina, primera escultura realizada en el mundo con acero inoxidable. Quiero hacer algunas preguntas al pabellón ruso. Una postal que muestra ambas construcciones frente a frente deja ver que el edificio alemán es fundamentalmente un bloque austero, en tanto que el ruso es más compacto, hecho de bloques sobrepuestos, sobre los que se encuentran los dos cuerpos humanos. Hay movimiento en ellos, cruzan ambos la hoz y el martillo. Hay varias maneras de aproximarse a esta arquitectura. Una de ellas es la que propone el director austriaco Nikolaus Geyrhalter, en su documental Homo sapiens (2016): una serie de tomas fijas en lugares donde los hombres han desaparecido. Sitios que nos hablan desde un lugar impreciso del futuro o del pasado. O de un presente alternativo en que las cosas pasan sin nosotros. Podemos mirar el Monumento Buzludja (alguna vez fue el proyecto más ambicioso de la arquitectura búlgara), un inmenso salón de sesiones soviético: aparece filmado como es hoy, casi destruido, combatiendo diariamente el sol y el viento, y la nieve durante unos meses al año. La policía lo rodea hoy todos los días para evitar el vandalismo. Y en el documental, con su foto fija, sólo se escucha la dura reflexión del viento solitario. La belleza del abandono existe. Pero hay otro tipo de belleza, un poco más modesta. No sé si decirle modesta. Se trata de la que acompañó originalmente este tipo de arte, una concepción en que la estética era un añadido, un plusvalor que podían tener o no los edificios. Las autoridades del funcionalismo arquitectónico explicaban que la forma va detrás de la función del edificio. Diría yo que la forma de la belleza es su función. Por alguna razón, me parece que esos funcionalistas eran ciegos a la que producían. Decía que hay otras maneras de aproximarse a este mundo arquitectónico. Por ejemplo, conocer la manera en que la gente ha vuelto a habitar los edificios que les dejó el Socialismo. Mientras se recorren con la vista los países que compartieron esta estética, se mira que según la región los artistas pretendieron dialogar con la arquitectura vernácula. En el caso de Uzbekistán, los arquitectos asimilaron la tradición islámica: la importancia de los patios interiores, la ornamentación y las artes decorativas. Miro el edificio del ministerio en la capital, Tashkent: de geometría simple, pero atravesado por múltiples y complejas líneas rectas. Antiguamente se encontraba en la Plaza Lenin, aunque conforme se pasó a estar dentro de la esfera de influencia estadounidense se llamó “Plaza de la Independencia” y el monumento a Lenin fue desmantelado. (El determinismo económico al que llamamos “libertad” e “independencia” tiene otro tipo de arquitectura menos humana y con su dosis de belleza industrial, bastante más repetitiva en el mundo de lo que se le acusaba a la arquitectura soviética.) Revisar la vida y las obras de estos arquitectos es fascinante, pero rebasa cualquier buena voluntad ya que no existe tiempo para profundizar en ellas. En Hungría esta nueva arquitectura se adaptó a la estética de las ciudades. Se decía: “Socialista en el contenido y nacional en la forma”. Desafortunadamente, para hablar de arquitectura las generalizaciones no dicen nada. Es necesario referirse a edificios concretos, de la sensación que causa cada espacio. Yo, por razones sentimentales, me dejo llevar por estos espacios. Paseo largamente la mirada por la estética de influencia soviética. Son monumentos, lo que significa que tienen como fin hacer recordar. Aunque tengo la impresión de que en la amplia geografía en que se encuentran, se les ha desmantelado de significados. 

 

Udo Kultermann. Arquitectura contemporánea en Europa Oriental / Zeitgenössische Achitektur in Osteuropa (1985), tr. Miguel Vila. Barcelona, Stylos, 1989.

sábado, 12 de febrero de 2022

Una feminista de antaño



 

Hace poco tiempo que el rostro de Hermila Galindo (1886-1954) aparece en los billetes de mil pesos, detrás del presidente Madero. Me temo que sus ideas no circulan con la misma frecuencia ni van de mano en mano. Bueno, los billetes de mil tampoco. Pero tampoco las personas que los pueden apreciar me imagino que piensan en Hermila. Ignoro si aparece entre las listas de mujeres que les dicen algo a las de hoy. Siendo, como fue, una mujer combativa y centrada en los derechos políticos y educativos de las mujeres, no deja de ser un personaje de otro tiempo. Su agenda de actividades estuvo subordinada a los ritmos de la historia que dictaban los hombres: Hermila se integró a la Revolución inspirada por Madero y siguió después fielmente a Carranza, de quien fue secretaria particular. Tanto dependió de estas figuras que su propia imagen se desvaneció después del asesinato de este último, en 1920. Años más tarde, la recordaron para darle una medalla por su mérito. Pero ciertamente tuvieron que ir a sacarla de esa tumba llamada hogar en donde se encontraba. Siendo de otra época, decía, no se podía evitar que una vez que pasara ese tiempo de la juventud fuera destinada al matrimonio, a olvidar sus méritos políticos e intelectuales. Es que ella, nos informa esta valiosa biógrafa de Hermila, se dio a conocer porque en 1909 tomó en taquigrafía un discurso pronunciado en Torreón a favor de Benito Juárez, con ataques a la figura de Porfirio Díaz. Puesto que el alcalde recogió el original a su autor, la copia de Hermila llegó a manos del hijo de don Benito. Así que la modesta escritura rápida de esta joven la convirtió en una propagandista política y en una oradora que impresionó a Venustiano Carranza desde el día en que la escuchó. Las olas de la Historia suben y bajan, y entre ellas a veces aparece el rostro de Hermila Galindo, y a veces, muchas más veces, desaparece, se la traga el agua. Ésa es la causa de que muchas de sus obras –prácticamente todas– hayan sido inundadas: el semanario Mujer Moderna en que publicó sus ideas en torno a la educación femenina, su participación en dos Congresos Feministas (en Yucatán): en el primero de ellos pidió la educación sexual para la mujer. Pero lo más destacado quizá es que fue ella la primera en pedir el voto para las mujeres, iniciativa que fue leída, analizada, valorada y rápidamente desechada por los buenos constitucionalistas de Querétaro. Eso no le impidió ser la primera mujer que logró una candidatura para diputada, en 1917. Olvidaba exponer los razonamientos de aquellos opositores al voto femenino: que al ser la clientela preferida de la Iglesia, el clero dominaría las ideas políticas de las mujeres. Así que Hermila contestó sencillamente: “Existe un remedio: ¡la escuela laica!” Murió hace mucho (por suerte le tocó presenciar el voto femenino), su figura se desgastó como papel viejo. Quedan varios de sus escritos políticos en que se advierte su valor, su ironía, la fortaleza de su pensamiento. Es decir, valores muy poco femeninos y muy poco valorados. Y fue enemiga del sentimentalismo. Eso lo demuestra una anécdota. Cuando amenazó con presentarse a votar, le dijeron en un periódico: tan fácil como que le echarán a la basura su credencial. Y ella, sin importarle, respondió con una sola frase: “La Srita. Galindo no llorará si le desechan su credencia”. Sutil y elegante actitud ante una sociedad entera que tenía en contra.

 

Rosa María Valles Ruiz. Hermila Galindo, sol de libertad, 2ª ed. México, Gernika, 2015.

viernes, 4 de febrero de 2022

Yoga, de Emmanuel Carrère



 

Según leo, la crítica literaria dice que el francés Emmanuel Carrère (1957) reinventó la no-ficción. Antes de leer Yoga no sabía nada de este autor. Me dijeron: “Empieza por otro libro”. Pero como era el que tenía en las manos, no dejé de leerlo. Al fin, cualquier texto es una puerta de entrada a un escritor, sea buena o no. En el fondo, no sé si se trata, como dicen muchos, de que Carrère haga o no ficción con su propia vida. Es cosa de reflexionar en torno a si es posible no hacer ficción con un material tan huidizo como el “yo”, reflexión que no me interesa mucho: si la ficción es el procedimiento exclusivo para fijar la propia personalidad en un texto. Sería entonces muy difícil lograr aquello de lo que se jactaba Rousseau, que podía presentarse ante el tribunal de Dios con su libro de Confesiones bajo el brazo. En todo caso, quien sí se presentó ante un tribunal con su libro bajo el brazo fue Carrère, demandado por Hélène Devynck, su exesposa, con quien había firmado un contrato comprometiéndose a no mencionarla en sus obras futuras. Cuando ella leyó Yoga pudo percatarse de que la sinceridad prometida por el autor era inexistente. Quienes lo conozcan sabrán que la sinceridad del libro se encuentra adulterada, construida de un modo autoexculpatorio. La sinceridad como sirviente del narrador… Como idea literaria, es la primera que se erradica en las clases de crítica. La sinceridad, de hecho, es la principal acusada, la que despierta las sospechas de todos los críticos. ¡No creerle al autor!, la regla más importante. ¿Qué pretende al contarnos su historia, de qué nos quiere convencer? Ni siquiera le digan “autor”, cuando le corresponde la categoría de “narrador”. Alguien desposeído de su propia experiencia, si es que la tuvo alguna vez. No nos consta. Disculpen por lo que voy a decir, pero creo en la palabra de la sinceridad, la gran indiciada. Creo con gran ingenuidad en sus afirmaciones, porque de algún modo es el autoengaño en cuya neblina caminamos al escribir. Seguimos esa serie de ideas en busca de una verdad, ya sea una verdad propia o una literaria. Un yo que construimos para olvidar al que nos acompaña a lo largo del día. Naturalmente, no es la misma noción la que tienen la ex señora Carrère y su abogado. Ellos creen, más prácticamente, en que la literatura está en el cuarto de al lado. Se abre una puerta y ya se está rápidamente en la literatura, sin transición. Como esos malos actores que son uno y el mismo dentro y fuera de la pantalla…

 

Emmanuel Carrère. Yoga (2020), tr. Jaime Zulaika, 3ª ed, 1ª ed. mexicana. Barcelona, Anagrama, 2021.