domingo, 17 de octubre de 2021

Delatora, de Joyce Carol Oates




En esta novela, la más reciente de Joyce Carol Oates (1938), unos muchachos blancos asesinan a batazos a un joven negro. Naturalmente, ha sido por error, debió de ser sólo un juego, ésta es una ciudad de gente buena y cosas así son una anomalía a la cual no se le debería de dar más atención de la que merece. Estos chicos (a los que en rigor no se les debería de llamar asesinos) vuelven a sus respectivas casas. Dos de ellos, los hermanos Jerr y Lionel Kerrigan también vuelven a la suya, de noche, a determinar en la cocina qué hacer con el arma del crimen, llena de sangre. La historia gira, en realidad, en torno de la hermana menor de la familia Kerrigan –Violet, 9 años–, quien en ese momento duerme tranquilamente en su cama. Aunque la voz de los hermanos, el murmullo de sus voces, la despiertan, y baja, acecha alegremente a sus hermanos, pensando que vuelven de una fiesta, se asoma desde las escaleras… Para relatar su historia, la autora se vale de tres voces narrativas: la de la propia Violet (madurando a lo largo de los más de quince años en que transcurre la novela), una voz en segunda persona que le va revelando a la protagonista algunos aspectos de su propia existencia, y una en tercera persona que narra desde la distancia, indiferente a los sentimientos particulares: como si viera todas las existencias desde las alturas. Un Dios limitado a contar. El error de Violet, su falta, fue despertarse esa noche y bajar a la cocina, feliz de creer que podía sorprender a sus hermanos para divertirse con ellos. Sin embargo, entrevé algo extraño pues la complicidad y el miedo flotan por la cocina. ¿Qué has oído, Violet? No se lo digas a mamá”. “Lo prometo”. Esta complicidad es una carga demasiado pesada para una niña tan pequeña; no obstante, cumple con su promesa. Cumple hasta donde puede, porque uno de los hermanos, (Lionel, el menor) para intimidarla, la avienta por las escaleras y le lastima la rodilla. Y la madre, la dulce y buena madre de esta novela, prefiere no llevar a su hija al médico para no arriesgarse, quizá tendría que contestar demasiadas preguntas. Mejor no. Preferible que todos hagamos como que no pasa nada, a pesar de que las noticias han horrorizado a este pequeño pueblo del norte de los Estados Unidos. Y Violet, cuando la profesora se da cuenta de su situación (fiebre, cojera, ojos hinchados), es llevada a la enfermería, con la consiguiente angustia suya, negándose a ser atendida… En su desesperación, algo dice de un bat. ¿Cuál bat?, nadie había mencionado un bat hasta entonces. Hay aquí algo sospechoso, por lo que Violet es recogida por el gobierno, esta niña no habrá de volver con su familia pues corre peligro, así que es llevada con la hermana menor de su madre, a un poblado lo suficientemente lejano como para que no peligre. Como en cualquier narración, ocupar el sitio de honor del lector sería lo mejor. No es el caso de esta novela. Por el contrario, la autora procura que sea el asiento más incómodo, aquel que le haga desear al lector a lo largo de toda la lectura que quizá hubiera sido mejor acudir a otro compromiso con el arte, a un concierto, a una exposición… Porque en esta novela no es posible pensar en esa bella idea de la ética que proyectamos hacia el mundo y en cuyos brazos dormimos tranquilamente porque nos arropa con sus conceptos. No aquí; por desgracia, apenas surgimos en este mundo narrativo a contemplar y ya nos sentimos sucios. No es el texto apaciblemente distante que nos presenta un narrador omnisciente que explica qué pasa, qué sienten los personajes, qué acontecerá. Lo que esta novela dice es: no hay inocentes. Eso, por otra parte, ya lo sabíamos. Pero aquí hasta la gente amable tiene su dosis de culpa. Aquel patrón que contrata a la joven Violet y que se desvive en atenciones: él, por el mismo hecho de ser amable abre la puerta al potencial abuso. Esas confianzas entre patrón y empleada, tan peligrosas. Y Violet, como cualquier otra trabajadora doméstica, conoce los olores, los fluidos, las costumbres, los ruidos, de aquel simpático ausente cuya presencia acecha en todas sus posesiones. Ya estamos manchados porque las relaciones sociales nos atraviesan aun antes de actuar, por el solo hecho de encarnar en una posición en el mundo. Esos feos olores que desprenden todas las relaciones humanas cuando se encuentran enmarcadas en una sociedaddesigual. Todo eso se respira hasta en las acciones bondadosas. Cuando hacemos el bien, ¿de qué queremos que nos disculpen? No compré esta novela para ser interrogado, podría aducir cualquiera. Pero entonces, comenzaría ese largo debate sobre el papel del arte, al cual generalmente salimos al paso diciendo que está bien que la literatura sea un reflejo social, etc., etc. Hasta la amabilidad con los negros, si se es blanco, puede encubrir algo. Violet, incluso, comienza a mandar dinero de manera anónima a la familia del joven asesinado; pero, ¿lo hace por bondad, lo hace por lavar su conciencia? Quizá lo mejor sea la indiferencia, elegir sólo lo necesario para no pensar demasiado en la ética, porque ya entonces su reflexión comienza a lastimar. Una vez que la conciencia abre los ojos, no los cierra. Y eso no es algo que cualquiera pueda soportar. Así que una de las consecuencias podría ser: hacer el bien, adoptarperros, compartir anuncios de ayuda en las redes sociales. Pero entonces, uno no terminaría nunca, tendría que contar con varias sucursales de uno mismo para hacer un trabajo medianamente digno.No habría tiempo para vivir si uno se dedica seriamente a cubrir su deuda con la étia. Un chorrito de agua para diluir el amargo sabor de la culpa. Violet, a lo largo de los años, los que van desde su infancia hasta su juventud, pretende guardar su idea de familia sin imaginar que el tiempo la ha destruido cruelmente. Cuando vuelve, muchos años más tarde, para enfrentarse a su pasado, sólo encuentra personalidades destruidas, y eso entre aquellas que aún viven. Uno de sus hermanos ha muerto en la cárcel, murió su padre… Quedan despojos de una familia. Por algún motivo, su involuntaria delación la salva, le da la posibilidad de tomar las piezas de ella misma para construirse por su cuenta. Violet, en algún momento, trabaja como empleada doméstica, limpia la suciedad. No sabemos en dónde la deposita. Me imagino que la suciedad del mundo la guarda debajo de ella, quien sirve como un tapete a los demás. Esta novela no se distingue por ser “teórica”. Por el contrario, las reflexiones las debe uno de exprimir de ese entramado sucio. Por esa razón no huelen bien, manchan a quien las realiza. No edifica, no limpia. Desde hace muchos años que quería leer a Joyce Carol Oates, la veía en todas las listas de los candidatos al Nobel, como si hiciera fila eternamente. Sería para mí una de las grandes alegrías que ella distinguiera ese premio con su nombre.

 

Joyce Carol Oates. Delatora / My Life as a Rat (2019), tr. José Luis López Muñoz. México, Alfaguara, 2021.

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